jueves, 7 de junio de 2012

El chico perfecto XI.


Que conste que aún no he terminado con mis quehaceres de universitaria casi diplomada. Lo he hecho por ustedes. Cabrones.

Después de ponerme una camiseta prestada de Ryan, decidí que lo mejor sería que me fuera a casa. Insistió en acompañarme, pero preferí volver solo. No pareció muy convencido, y estaba preocupado, pero no volvió a repetirlo. Se lo agradecí. En ese momento no quería otra cosa que estar solo. Tenía demasiadas cosas en las que pensar.

Mi padre aún no había llegado de trabajar. Le dejé una nota pegada en la nevera diciéndole que me encontraba mal y que, por favor, no me despertara. Subí a mi cuarto, cerré la puerta con llave, me quité la camiseta de Ryan, la doblé y eché la mía en el cesto de la ropa sucia; y aunque todavía era bastante temprano, me tumbé sobre la cama con la intención de dormirme y esperar al día siguiente. Estaba terriblemente cansado.

El sueño tardó en llegar más de lo que me esperaba. No sólo porque me palpitaban las sienes como si me golpearan la cabeza con un martillo. No podía sacarme de la cabeza lo que había pasado en el baño de Ryan.

¿En qué demonios estaba pensando para hacer algo así? ¿Cómo se me ocurrió abrazarle de esa forma, como si quisiera que fuera mío y que no me dejara hasta que dejara de llorar? Me sentía extraño. La verdad es que lo había necesitado, necesitaba que Ryan me abrazara y me consolara sobre su hombro, pero después, pensándolo fríamente, deseé no haberlo hecho. O al menos de esa forma, tan estrecha, y a la vez tan extraña, permitiendo que el olor natural de Ryan me reconfortara poco a poco. No tenía ningún sentido. Jamás me había comportado así con nadie, nunca había llorado de esa manera, como un crío, dejando que las emociones fluyeran solas. También es cierto que no mucha gente sabía lo de mi madre, y me pilló en un momento bastante complicado, pero de ahí a aferrarme a él y no querer soltarlo… estaba hecho un lío.

Al final llegué a la conclusión de que aquello era fruto de la falta de contacto humano. Llevaba un mes lejos de Andrea, y supuse que no tenerla cerca me estaba trastornando el cerebro. Y Ryan era lo más parecido que tenía a Andrea en Reed River. No pretendía en absoluto sustituirla. Andrea era única y no había nadie en el mundo a quien yo más quisiera que a ella. Pero estar tan lejos de ella me estaba haciendo daño, y ahora que Ryan era la persona con quien más tiempo compartía, necesitaba paliar de alguna forma lo solo que me sentía en ese aspecto. Sólo podía tratarse de eso, era la única explicación lógica.

Y si aquélla no era la razón, decidí creérmela.

Di vueltas en la cama y en mi cabeza hasta que, un par de horas después, me venció el sueño.


Fui incapaz de dormir más de dos horas seguidas, y por eso, la jaqueca me estaba matando a la mañana siguiente. Fui incapaz de seguir la clase del señor Callaghan: él estaba hablando, estaba explicando algo importante, escribía y borraba fórmulas en el pizarrón,  pero no conseguía entender lo que quería decir. Sólo oía un desagradable e ininteligible murmullo.

Ryan no mencionó el suceso de su cuarto de baño en toda la mañana. Era el mismo de siempre, con su sonrisa agradable y sus ojos brillantes. Como todas las mañanas, fue a buscarme a casa para ir juntos al instituto. Llevaba puesto un jersey de punto gris y unos vaqueros oscuros. Me habló con total normalidad, y me contó que su abuela le había tejido ella misma el jersey y le había llegado por correo hacía dos días. Parecía que no le daba especial importancia. Y si él no lo hacía, yo tampoco debía hacerlo, así que decidí olvidarme de mi falta de contacto humano.

 Aunque eso iba a ser relativamente complicado.

Un golpe en el costado me sacó de mi estado de trance provocado por la falta de sueño. Ryan me había dado un codazo justo cuando el profesor miraba hacia nosotros. Sacudí la cabeza, pestañeé un par de veces y fingí prestarle atención. El señor Callaghan, también conocido como Hitler, era implacable con los que daban muestras de aburrirse en sus clases. No podía imaginarme cómo castigaba a los que se quedaban dormidos, y tampoco tenía ganas de averiguarlo.

Sin apartar la vista de la pizarra, Ryan tamborileó los dedos sobre mi mesa tratando de captar mi atención. Por el rabillo del ojo vi que se estaba riendo en silencio, aguantando la carcajada, pero no supe qué le hacía tanta gracia. Le di un codazo en busca de una explicación, y él señaló con la barbilla hacia la fila de al lado.

En la mesa al otro lado del pasillo, a un metro escaso del asiento de Ryan, Kate, embutida en una camisa de seda color menta y un pañuelo al cuello, estaba literalmente sobando, dormida  como un tronco, con la cabeza apoyada sobre los brazos. Su espalda ascendía y descendía suave y lentamente, fruto de un sueño profundo.  Me extrañó que no roncara, aunque lo peor es que nadie parecía darse cuenta salvo nosotros.

El señor Callaghan se dio la vuelta para borrar de nuevo la pizarra, y Ryan aprovechó para volver la cara hacia mí, y con esa sonrisa malvada que auguraba algo de lo que quizás podría arrepentirse, levantó las cejas y se mordió el labio inferior, balanceando el piercing.

Lamentablemente, sabía perfectamente lo que se le estaba pasando por la cabeza. Se me pusieron los ojos como platos y le susurré que ni se le ocurriera. Él se revolvió en su asiento observando a la durmiente Kate, y luego a mí, y me suplicó con la mirada. Suspiré, y murmuré:

- No la líes.

Puso los ojos en blanco, y se crujió los dedos con una amplia sonrisa que sólo podría calificar de una forma: sonrisa de grandísimo hijo de puta. Tanteó al señor Callaghan, se cercioró de que nadie a su alrededor lo miraba, y entonces echó todo el peso hacia el pasillo, inclinando la silla sobre dos patas. Mantuvo el equilibrio unos segundos hasta que apoyó las manos sobre el pupitre de Kate.

Sus pupilas se dilataron de pura satisfacción, y enseñó los dientes.

Golpeó la mesa con una fuerza absurda, y chilló el nombre de Kate a escasos centímetros de su oreja. Ella brincó tanto que me extrañó que no se empotrara contra el techo. Se levantó de golpe, con los ojos muy abiertos, la frente sudorosa y la respiración agitadísima, mirando a todas partes. Tenía el pelo revuelto y las tiras del sujetador le asomaban bajo las mangas de la camisa. Parecía realmente asustada y confusa.

- Kate, te estás durmiendo – Ryan se regocijaba apoyado en el respaldo de la silla, con los brazos cruzados.

Para mi sorpresa, mucha gente se rió. La gran mayoría lo hacía por lo bajo, pero podía oírlos desternillarse.  Yo entre ellos. En circunstancias normales, habría pensado que esa clase de bromas no tienen ninguna gracia.

Pero Kate era una zorra, y cualquier cosa que le pasara, se la tenía bien merecida.

La rubia miraba a todos lados, y a duras penas trataba de fulminar a los demás para que dejaran de reírse. Sólo consiguió que sus amigas las Barbies guardaran un silencio que nadie se creía.

El señor Callaghan se había desplazado hasta Kate sin que nadie se diera cuenta. Su cara daba daba miedo. Si hubiese tenido pelo, se le habría puesto rubio y de punta como un guerrero saiyan.

- ¿Le aburro, señorita Turner?

- No, señor  – Kate no sabía dónde meterse.

- Eso espero. Tiene suerte de que Ryan la haya despertado a tiempo. Yo en su lugar le habría estampado el libro de Física en la cabeza – golpeó la tapa de susodicho libro. Una vez lo pesé por curiosidad: casi un kilo de fórmulas y ejercicios.

- Lo siento, señor.

Callaghan cerró los ojos y suspiró. Se dio media vuelta y continuó con el ejercicio que estaba escribiendo en la pizarra.

Kate se giró hacia Ryan. Estaba que echaba chipas. Tenía los puños y los dientes apretados, y habría jurado que quería pegarle.

- Estás muerto, Martin – escupió.

Ryan se recostó sobre su asiento y se llevó las manos detrás de la cabeza.

- ¿Pero por qué? Ya lo has oído, te he hecho un favor.

Barbie pelo paja enseñó los dientes, y para mi sorpresa, no dijo nada más. Se giró hacia la pizarra e ignoró a Ryan.

- La has dejado hecha polvo – murmuré.

- Que se joda – Ryan se encogió de hombros -. A ver si así empieza a respetarme un poco.

Es verdad que Kate se metía constantemente con Ryan y que le buscaba las cosquillas a diario, pero darle con su misma medicina no me parecía la mejor forma de hacerlo.

- En realidad no te ha hecho nada… quiero decir, al menos hoy. ¿No crees que te pasas un poco?

Ryan suspiró e inclinó la cabeza hacia mí para poder escucharlo mejor.

- Hoy no, pero quizás mañana. O pasado mañana. No sé cuándo, pero lo hará. Esa tía me odia.

Hasta entonces nunca me lo había planteado, pero empecé a preguntarme por qué Kate le tenía tanta manía a Ryan.


El sonido del timbre al final de la clase retumbó en mi cabeza como un martillo hidráulico. Necesitaba urgentemente una aspirina o algo para aliviar el dolor de cabeza. Ryan se ofreció a dejarme un comprimido de paracetamol que llevaba en su mochila. Salíamos del aula hacia la cafetería a comprar una botella de agua cuando el profesor gritó:

- Jameson, ¿puede venir un momento?

Ay, Dios. ¿Qué había hecho?

Ryan me hizo señas y me esperó fuera. Cuando todos abandonaron la clase, me acerqué a la mesa del señor Callaghan. Estaba llena de papeles y de carpetas de colores. Tenía los ojos fijos en una de color rojo.

- ¿Señor?

Levantó la cabeza. Su rostro era serio, impasible.

- Dígame, Jameson, ¿cómo está llevando los estudios? – preguntó con tono suave.

No me esperaba esa pregunta en absoluto. Creía que iba a regañarme. Titubeé un poco antes de responder, digiriendo la situación.

- Bien, señor. Al menos eso creo.

- No se asuste. Lo digo porque – señaló la carpeta roja con una media sonrisa – los profesores me han dado muy buenas evaluaciones de su rendimiento.

La sangre me subió a la cara. Definitivamente, el señor Callaghan, a pesar de su mala leche, era un tío legal. Me lo demostró el primer día de clase, cuando me dijo que contaba con todo su apoyo. Y aunque, en realidad, no me había hecho falta, el hecho de que me felicitara por mi esfuerzo era un detallazo.

- Y eso que – continuó – apenas ha pedido ayuda.

- Bueno, he estado estudiando duro. Al principio sí que tuve que ir al despacho de la señora Atkins y del señor Saunders para aclarar algunas cosas, pero luego he intentado estudiar por mi cuenta.

- Precisamente – dejó escapar una carcajada socarrona. Su bigote se movió como una oruga – la señora Atkins está encantada con usted. Me ha comentado que pilló el ritmo de la clase exageradamente deprisa, y que es de los pocos alumnos que dominan las integrales.

Me estaba rascando tanto la mejilla que pensé que iba a prenderme fuego. No estaba acostumbrado a que me alabaran de esa forma.

- No es sólo cosa mía – corregí -. Ryan me ha ayudado mucho a ponerme al día. Y también los chicos del otro curso: Nadooshan, Fitzpatrick…

Callaghan cerró los ojos y se reclinó sobre la silla con las manos entrelazadas. Un suspiro de aprobación se escapó de sus labios.

- Ryan… ese chico, aunque no lo aparente, es un estudiante modélico. Me encantaría poder tener más alumnos como él.

Estaba totalmente de acuerdo. A veces a Ryan le perdía la pereza, especialmente con las asignaturas que no le gustaban. Muchas veces dejaba las tareas para el último momento y luego se veía apurado para poder entregarlas a tiempo, pero lo cierto es que era muy inteligente. Desde mi primer día en Reed River se ofreció a ayudarme a estudiar, y hasta aquel día no había habido ninguna cosa que Ryan no hubiera sabido explicarme. Controlaba prácticamente todos los temas, y muy pocas veces hacía mal un ejercicio.

Y sin embargo, quienquiera que no lo conociera, pensaría que era un “viva la vida”, perezoso y egocéntrico. Sin ninguna duda, Ryan era una caja de sorpresas.

Y el señor Callaghan hablara de él como de su propio hijo.

- Me alegro – continuó el profesor, bajando el tono de voz – de que haya hecho amistad con Ryan, Jameson. Sinceramente. Es un buen estudiante y una buena persona. Es una lástima que los demás no sean capaces de darse cuenta.

- ¿Qué quiere decir con eso?

El señor Callaghan se mordió el labio inferior en un gesto muy sincero. Parecía que ese comentario estaba de más.

- Bueno, ya sabe, Ryan es un chico bastante… peculiar.

No me diga.

- Los otros alumnos no aceptan a Ryan por el simple hecho de ser como es. Es absurdo, y no es justo, lo sé. Desde que llegó hace dos años todo el cuerpo docente hemos intentado meterles en la cabeza que es ridículo juzgar a las personas por no esconder cómo son en realidad, pero… - Callaghan se frotó las sienes, agotado – es algo que nos supera.

- ¿Y Ryan lo sabe? – pregunté, casi atragantándome con la saliva que no quería bajar por mi garganta.

- Claro que lo sabe – elevó el tono de voz -. Y nos pidió que, por favor, no lo hiciéramos. Que él se encargaría de hacerse un hueco entre sus compañeros y que no nos entrometiéramos. Creo que, cuando desistió, empezó a comportarse como lo hace.

Esa revelación me dejó de piedra, aunque en el fondo me imaginaba que el odio visceral que mis compañeros le tenían a Ryan, y a mí, por asociación, venía de algo por el estilo, y que Ryan se comportaba como un imbécil era para defenderse. Una oleada de rabia me invadió desde la cabeza a los pies. Ryan me había advertido que eran unos capullos, y no se equivocaba. Pobre Ryan. Lo habían encasillado eternamente sólo por ser diferente, por no llevar ropa de marca y no ser un niño de papá.

- Es asqueroso – farfullé, más alto de lo que pensaba.

- Tiene toda la razón del mundo – el señor Callaghan se echó hacia atrás y suspiró, rendido -. A veces la gente tiene ideas demasiado conservadoras sobre lo que uno elige o no elige ser.

Un momento. Esa frase no acababa de entenderla del todo. Quise pedirle una explicación, pero me interrumpió antes de que abriera la boca.

- Se está haciendo tarde. No quiero hacerle perder más tiempo, señor Jameson – me dedicó una sonrisa formal pero amable -. Simplemente quería preguntarle por cómo estaba llevando los estudios. Parece que no tengo nada de qué preocuparme. Puede irse.

Me señaló la puerta con el mentón, y no me dejó otra opción que irme sin poder aclarar eso último. Me despedí, me colgué la mochila y abrí la puerta. Antes de salir, Callaghan me pidió un favor, en voz muy bajita:

- Cuide de él, ¿de acuerdo? Es un chico estupendo.

No supe qué contestarle, así que no le dije nada y cerré la puerta a mi espalda.

Ryan me estaba esperando en el pasillo. Se quitó los auriculares y se los colgó del cuello cuando me vio aparecer. Sacó algo del bolsillo trasero de sus vaqueros y me lo tendió. Era la pastilla de paracetamol.

- ¿Te ha fustigado el calvo?

- ¿Por qué debería hacerlo? – puse los ojos en blanco.

- Porque eres estúpido – se echó a reír con mala baba.

- ¡Y tú un gilipollas!

Empezamos a regalarnos collejas y golpes en los hombros. Ninguno de los dos se dio cuenta de que alguien se había acercado a nosotros hasta que carraspeó y pronunció mi nombre.

-  ¿Jameson?

Era Harriet, la chica morena de la trenza. La que se había encogido de hombros cuando Kate había llamado a Ryan friki monstruito.

A pesar de que no me caía bien, la muchacha estaba de muy buen ver. Hoy llevaba el pelo suelto, le llegaba hasta la cintura. Llevaba una camisa beige muy ceñida y un pantalón marrón que marcaban las curvas de su cuerpo pequeñito de una forma muy sutil.

Antes de que se diera cuenta de que la estaba mirando con ojos lascivos, sacudí la cabeza y la miré a los ojos, tratando de mostrarme serio. Por muy maciza que estuviera, seguía sin caerme bien.

- Tengo que pedirte un favor – musitó, escondiendo la cara detrás de la carpeta que sujetaba entre los brazos -. ¿Podrías prestarme tus apuntes de Biología?

Ryan puso los hombros en blanco y se alejó un par de pasos, dándonos la espalda. Harriet se sintió claramente incómoda, y bajó la mirada tratando de ocultar sus mejillas sonrojadas.

Mi cerebro tardó en procesar la información.

- ¿Mis apuntes de Biología? – repetí la frase para comprobar que no había oído mal.

- ¡Por favor! – alzó la voz. Enseguida se tapó la mano con la boca y miró a ambos lados confirmando que nadie la había oído. Bajó tanto el tono que tuve que inclinarme para escucharla -. Se te da bien la Biología. Necesito tu ayuda o suspenderé.

Debería haber sido una mala persona y mandarla a freír espárragos, pero me había dejado tan estupefacto que no me paré a pensarlo.

- Claro. Los tengo en casa. Mañana te los traeré.

Ryan chasqueó la lengua. Harriet me dio las gracias y le echó una última mirada de arrepentimiento a Ryan antes de marcharse.

La observé contonear las caderas hasta que dobló la esquina y la perdí de vista. Tardé varios segundos más en digerir la situación, hasta que al final me salieron las palabras.

- Tío, ¿tú has visto eso? – aullé, señalando la esquina por la que había desaparecido.

-  No me sorprende – contestó Ryan mientras se toqueteaba el piercing con la lengua -. A mí ya me ha pedido apuntes a escondidas más de una vez.

Seguía sin salir de mi asombro.

- Pero…

- TJ, ni que hoy fuera tu primer día – me cortó, mirándome ceñudo -. Ya sabes que, o te mimetizas con el entorno, o te comen vivo. Si no, ¿cómo es posible que todo hijo de vecino parezca una copia del de al lado?

- ¿Y por eso tiene que venir de incógnito a pedirme favores? Le habría dejado los apuntes aunque me lo hubiese pedido delante de todos.

O no.

- Dime, ¿qué crees que pensaría esa manada de trogloditas si vieran a Harriet hablando con nosotros?

Observé a Ryan de arriba abajo. Pelo revuelto, piercing en el labio, jersey de punto gris, auriculares de tamaño estratosférico y vaqueros comidos por los bajos. Luego me eché un vistazo a mi reflejo en la vitrina de trofeos que tenía a mi izquierda: sudadera naranja, pantalones rojos y zapatillas de caña alta. Realmente desentonábamos entre todos los demás, con sus trapitos de marca, sus colonias caras y su refinamiento fingido.

Ryan leyó la respuesta en mis ojos, así que no me la pidió. Se limitó a sonreír, aunque era una sonrisa de resignación. Echó a andar hacia la cafetería, y yo le seguí.

- Aunque la verdad es que lo de Harriet me da un poco de lástima – reflexionó en voz alta -. Es maja, y a ella en realidad no le gusta comportarse así.

Recordé el día que hablé con ella. Estaba leyendo una vieja novela escondida tras una revista de moda. No pude evitar sentir lástima por ella también.

- Un momento – me detuve, y Ryan se paró conmigo -. ¿Cómo sabes eso? ¿Acaso conoces a esa chica?

Ryan se encogió de hombros.

- Su hermano y mi hermana estuvieron saliendo juntos un tiempo. La veía a menudo.

Algo en mi cerebro hizo clic. Algo en lo que hacía tiempo que no pensaba, y que de repente, captó todo mi interés.

- No sabía que tenías una hermana.

- Pues sí – guardé silencio esperando los detalles. Ryan se metió las manos en los bolsillos y suspiró -. Es mayor que yo. Vive en Portland.

- ¿Muy mayor? ¿Tiene hijos?

- Qué va – hizo una mueca de asco -. Sólo es ocho años mayor que yo. Tiene veinticinco – echó a caminar a paso rápido y cambió súbitamente de tema -. Vamos a la cafetería para que te tomes eso.

No parecía tener ganas de contarme nada más, así que no le pregunté.

Sin embargo, me di cuenta de algo: apenas sabía nada sobre la vida personal de Ryan. Él sabía cosas de mí que ni siquiera mis amigos de Washington sabían, como lo de mi madre. Y yo, de él, sabía que su segundo nombre es Frederick, que le gusta The Offspring, y ahora, que tenía una hermana en Portland. Es normal que, hasta cierto punto, no te guste hablar de ti mismo. Pero dado el tiempo que pasábamos juntos, y la confianza que había entre nosotros, no me terminaba de cuadrar el que Ryan no compartiera detalles sobre su vida privada, habiendo compartido yo los míos.

Quizás Ryan no me consideraba su amigo tanto como yo a él. Quizás no confiaba en mí tanto como yo pensaba.

Qué estupidez. Si no fuéramos amigos, no habría pasado lo que pasó ayer en su cuarto de baño.

Sacudí la cabeza enérgicamente y seguí el ritmo de Ryan. No podía volver a darle vueltas a lo del baño.  Me había prometido no hacerlo.


La hora del almuerzo parecía no llegar nunca. La pastilla de Ryan había hecho efecto, aunque no tanto como me había esperado. Cuando entré en la cafetería con Ryan, además de dolerme la cabeza, estaba fatigado y me sonaban las tripas.

Nos servimos la comida y buscamos a los demás. Los encontramos en una mesa cerca de la cristalera del patio. Todas las mesas del exterior estaban ocupadas.

Ryan volvió a la fila de la comida a buscar una pieza de fruta. Yo me adelanté y me senté en a la mesa, justo al lado de Mina. Todos me saludaron con un sonoro ‘hey’ y una sonrisa.

Mina no. Se inclinó sobre mí y me dio un beso en la mejilla.

- Hola, cielo. ¿Qué tal te ha ido la mañana? – algo captó su atención y acercó el pulgar a mi rostro – Espera, te he manchado de brillo de labios.

Todos nos miraban y se reían. Me daba una vergüenza terrible que Mina me saludara siempre con un beso, pero no me importaba. Mina era así con todo el mundo. Todo en ella era amor y dedicación.  Jamás había conocido a nadie tan cariñoso como ella. Ni siquiera Andrea, muy a mi pesar. Mina siempre te hablaba con dulzura, como si te fueras a romper. Era una persona súper cercana, y se preocupaba porque estuvieras bien. Si, por cualquier cosa, había algo que te preocupara, ella hacía todo lo posible por ayudarte, aunque no fuera nada más que escuchar de qué se trataba. También era muy detallista. Recuerdo lo feliz que me hizo que me llamara un día que no coincidimos en el instituto solamente para preguntarme qué tal estaba y qué tal me había ido el día. Definitivamente, si Mina se cortara, en lugar de sangre, saldría batido de fresa.

Siendo totalmente franco, sentía una adoración especial por Mina. Porque ella era lo más parecido a una madre que había tenido nunca.

- Oye, Mina – gritó Simon desde el otro lado de la mesa -. A mí no me diste un beso cuando llegué.

- Te lo di cuando te vi esta mañana. Qué celoso eres.

- Eso no es cierto – fingió una indignación sobreactuada -. Debiste de dárselo a Harry, porque yo no te he visto en todo el día.

Mina puso los ojos en blanco.

- Por el amor de Dios, sé diferenciaros perfectamente, y os saludé a los dos esta mañana.

- Vamos, Mina, no te enfades, que el chico sólo quiere un poco de cariño – Harry rodeó a Simon por el hombro y estallaron a reír.

Mina tenía razón. Después de tanto tiempo, distinguir a Simon y a Harry era como diferenciar entre derecha e izquierda. Aunque fuera físicamente iguales, había algo en el aura que los rodeaba lo que los hacía completamente diferentes. Simon era bastante más discreto que Harry. Él, por su parte, era siempre risas y fiestas.

Ryan se acercó y Mina le hizo señas. Se inclinó para que le besara la frente y se sentó a mi lado, en el extremo de la mesa.

- ¿Qué tal, chicos? – lanzó.

- El señor Trotman ha tenido la estupenda idea de hacernos el Course Navette – farfulló Harry -. Creo que voy a morirme.

- Eres un marica.

- ¡Mira quién vino a hablar! – espetó el pelirrojo.

- Perdona, reina, pero a mí no me da un infarto después de dos vueltas al campo de fútbol.

- Y a mí tampoco. Hice ocho periodos y medio, para que te enteres.

- Háblale a mi mano – Ryan giró la cabeza y levantó la mano con tanto glamour que ni Sarah Jessica Parker en Sexo en Nueva York.

Mientras Harry le dedicaba un educado corte de mangas, Zack había cerrado la tapa de su móvil y lo había dejado caer sobre la mesa con un profundo suspiro de agotamiento.

- La vieja va a acabar conmigo – murmuró frotándose las sienes.

- ¿Cómo está tu abuela, Zack? – pregunté.

- Nada, la artritis va a peor y ya apenas puede caminar sin caerse. Tiene la espalda hecha polvo, y se niega a usar el andador.

- ¿Y una silla de ruedas? – inquirió Simon -. Es más cómodo que el andador.

- ¡Es una cabezota! Está convencida de que no necesita nada para andar, y casi no puede mantenerse en pie. Nos tiene a todos locos.

- Podríamos ir a visitarla una tarde de éstas. Quizás entre todos podamos hacerla entrar en razón. Suele hacernos caso – propuso Mina. Todos asentimos. Sólo había ido a ver a la abuela de Zack una vez, y a la señora le gustaba nuestra compañía.

- Os lo agradezco, chicos, pero es mejor que no os metáis en este embrollo. Mi madre ya tiene suficiente trabajo discutiendo con mis tíos.

Zack estaba hecho polvo. Estaba muy unido a su abuela, y desde que la artritis comenzó a agudizarse, no dormía bien por las noches. Sus ojeras parecían un tatuaje más en su cuerpo.

- ¡Fitzpatrick! ¡Intégrate en la conversación! – chilló Ryan sin venir a cuento.

Kim no se movió. Desde que llegué, no había levantado la cabeza de la mesa. Ahora Mina le estaba haciendo cosquillas en el antebrazo, algo que solía hacerle bastante a menudo. Ni siquiera Kim podía decir que no a los mimos de Mina.

- Ryan, no grites, me va a reventar la cabeza – dijo con voz rota.

- ¿Te encuentras mal? – pregunté.

- Anoche me quedé hasta las tantas empollando y he dormido dos horas. Y encima Trotman nos hizo el Course Navette.

- Deberías comer algo – dijo Mina, acariciándole el pelo.

- Tengo el estómago revuelto – Kim se incorporó. Sus ojeras iban a juego con las de Zack -. Quizá más tarde.

Le dedicó una sonrisa a Mina, y ella le guiñó un ojo.

- ¡Dios, qué puto asco! – aulló Harry -. ¿Alguien ha cogido las natillas? – Zack señaló su bandeja -. Pues ni las pruebes. Están agrias.

Zack puso una mueca de asco y apartó el bol de natillas.

Simon levantó una mano para atraer nuestra atención.

- Chicos, estaba pensando, ¿qué podríamos hacer este fin de semana?

- Hay una de zombies en el cine de Annapolis – propuso Kim -. Hace por lo menos tres meses que no vamos juntos al cine.

- Entre lo que cuestan las entradas y el viaje hasta Annapolis, si vamos al cine, me quedaré sin un céntimo para el resto del mes – dijo Ryan peleando por pinchar un guisante con el tenedor.

- ¿Qué dices? Si Zack nos lleva en el todoterreno de su padre, el viaje nos sale gratis.

- No contéis con el todoterreno – intervino Zack mientras se recogía el pelo -. Mi viejo me ha prohibido cogerlo después del golpe que le di contra aquella farola.

Kim volvió a echarse.

- Eres un inútil – escupió.

- Gracias. Siento que solo me queráis por mi coche.

- Ya basta, chicos – dijo Mina -. ¿Y si vamos de excursión al lago?

- No tenemos coche – recordó Simon.

- Si se trata de ir de excursión, la cosa es ir andando, ¿no?

Harry arrugó una servilleta y se la lanzó a Mina.

- ¿Estás loca? ¡El lago está a más de dos horas del pueblo!

- Oh, por Dios, Harry, no seas marica.

Ryan se atragantó con el zumo. El pelirrojo le dedicó un bonito insulto.

- Aunque la idea de Mina no está del todo mal – comentó Zack -. Sí que me apetece hacer algo de ejercicio.

- No pienso caminar cuatro horas nada más que para ir al lago al que hemos ido tropecientas veces – insistió Harry con los brazos cruzados.

- Yo nunca he estado en el lago, por si os interesa – dije, aunque supe que nadie iba a escucharme.

- No he dicho nada del lago. En serio, Harry, qué vago eres.

- ¡Dejadme en paz!

- ¡Ya sé! – Simon golpeó la mesa con entusiasmo -.TJ, ¿tu padre organiza partido este sábado?

No. No, por Dios, qué vergüenza. Eso no.

Ryan levantó enérgicamente los brazos. Le brillaban los ojos.

- Es la mejor idea que he oído en mucho tiempo.

- Secundo la moción – Zack también se puso eufórico.

- ¡Yo también me apunto! – chilló Mina.

- Eh, chicos, no creo que… - nadie me estaba haciendo caso.

- ¿Quién vota por ir al partido del señor Jameson? – preguntó Ryan en tono solemne.

Fui el único que no levantó la mano. Ése, sin duda, habría sido un buen momento para que me tragara la tierra.

- Decidido – concluyó Harry -. Ya tenemos plan. ¡Un brindis por el padre de TJ!

Todos levantaron sus vasos y brindaron.  Yo también brindé, aunque la idea no me entusiasmaba en absoluto. No me apetecía que los chicos vieran a mi padre comportarse con un crío.

- Oh, tíos – Simon tenía los ojos clavados en algo justo detrás de mí. Había cambiado del entusiasmo a la más profunda seriedad en cuestión de segundos.

- Ryan, tu amiga viene a buscarte – añadió Harry.

La mesa al completo guardó silencio y dirigió la mirada hacia sus bandejas. Sólo había una persona a la que Harry podía referirse como la ‘amiga’ de Ryan.

El tufo a coco llegó precedido de un taconeo estridente. No me giré para mirarlas. Habíamos establecido una regla no escrita que consistía en ignorar a Kate cuando venía a tocar las narices. Sin embargo, las vi reflejadas en el cristal del patio. Kate, con su blusa verde menta, lideraba un escuadrón de Barbies formado por la melena oxigenada de Stacey Spellman, los pechos operados de Kylie, o Kayley, o Katia, no sabía cómo se llamaba; y una chica castaña que no me sonaba de nada. No pude evitar reírme al ver que las cuatro llevaban el mismo modelo de blusa, en diferentes colores. Patético.

Me sorprendió no ver a Harriet con ellas.

Se habían detenido detrás de Ryan. Kate dio un par de pasos adelante y se cruzó de brazos, mientras las demás le cubrían la retaguardia. Aún más patético. Se dirigió a él en tono amenazador:

- Martin, te voy a dejar clara una cosita – Ryan seguía peleándose con el mismo guisante - ¡Martin!

Ryan nos miraba a todos por el rabillo del ojo aguantándose una sonrisa. Disfrutaba haciéndola rabiar.

- ¡Ryan Martin, te estoy hablando! – chilló Kate. Todo el comedor lo oyó, y disminuyó el jaleo ambiental, atentos a la bronca.

Ryan dejó el tenedor sobre la mesa, pero no se dio la vuelta para contestar.

- Te estoy escuchando.

- Te lo advierto, como vuelvas a dejarme en ridículo de esa forma, te juro que lo vas a pagar muy caro.

- Uy, mira cómo tiemblo – puso voz ñoña y agitó los brazos. Tuvimos que hacer un esfuerzo por no explotarnos de la risa.

Kate apretó los dientes.

- No tienes ni puñetera idea de con quién te estás metiendo. Conozco a gente, ¿sabes? Gente que te puede dar una paliza sin pedir explicaciones.

- ¡Enhorabuena! Cuando llegue a casa los agregaré como amigos en mi Facebook.

La cara de Barbie pelo paja pasó por toda la gama cromática del rojo. Tenía hinchada la vena del cuello, y no me habría extrañado que hubiese explotado como una palomita de maíz. Stacey se acercó a ella y la sujetó por la muñeca, pidiéndole que se largaran, pero Kate dio un manotazo y se liberó de ella.

Dio un paso adelante y apretó los puños.

- ¡Ryan Martin, voy a hacer que te partan la cara!

Por un momento, empecé a pensar que esto no era divertido. ¿Y si era verdad que Kate conocía a gente chunga? Parecía que hablaba totalmente en serio. Y no le faltaban razones para pedirles que pegaran a Ryan.

De repente, quise largarme de ahí. Llevarme a Ryan conmigo y esconderlo dentro de mi armario hasta que Kate se olvidara de él.

Me sequé el sudor de las palmas de las manos en los pantalones y le di un golpecito por debajo de la mesa.

- Déjalo ya, Ryan, esto no…

Ryan me interrumpió con un sonoro bufido y echó la cabeza hacia atrás, agotado.

- ¿Te vas a comer eso? – señaló el plato de las natillas de Zack.
Él le miró confundido y negó con la cabeza. Ryan sujetó el bol con una mano, se levantó y encaró a Kate. Había puesto cara de póker, ningún músculo de su cara se movió lo más mínimo.

Pero el brillo de sus ojos le delataba. Podía ver sus intenciones a través de ellos como si fuera transparente. Él no lo hacía, pero sus ojos sonreían de esa forma que sólo la boca de Ryan podía dibujar. Esa sonrisa que auguraba problemas.

Con un rápido movimiento de muñeca, volteó el contenido del bol sobre una Kate inmóvil, atónita, tratando de creérselo. Toda la cafetería contuvo la respiración, y en un rincón de mi mente, mis nervios se pusieron alerta. Algo no cuadraba.

Las comisuras de la boca de Ryan se torcieron de aquélla forma.

- Déjame en paz, ¿vale? – escupió.

Kate seguía sin reaccionar. Me recordó a los videojuegos que tardan años en cargar la pantalla de inicio. Boqueaba, buscando las palabras que gritarle a Ryan, pero sólo consiguió dejar escapar unos gemidos de perro. El ejército de Barbies se había apresurado a buscar servilletas con las que limpiar las natillas que le chorreaban por el pelo y los hombros, como si fueran sus esclavas. Qué rídiculo.

Ryan se metió las manos en los bolsillos y echó a andar con paso firme hacia la salida. Todos los demás se levantaron de sus asientos, y sin mediar palabra, le siguieron. Yo hice lo mismo, preguntándome qué estaban haciendo. Cuando abandonamos la cafetería lo entendí. Kate había empezado a chillar con muchísima fuerza, maldiciendo el nombre de Ryan una y otra vez. Sus gritos eran lo más parecido a un cerdo en el matadero que había escuchado nunca.

Andamos por el pasillo en silencio. Una pregunta asaltó mi mente mientras observaba la espalda de Ryan más adelante: ¿por qué Kate odiaba tanto a Ryan? Es decir, vale, entendía por qué en ese preciso momento le odiaba. No es agradable que te duchen con natillas rancias. Pero, ¿de ahí a querer darle una paliza? El señor Callaghan había dicho que la gente le tenía manía a Ryan por ser diferente. Saltaba a la vista que él no era como los demás, pero me parecía demasiado extremo. Había algo que se me escapaba. Y aunque le preguntara a Ryan, él no iba a soltar prenda.

Mis dudas sobre Ryan no hacían más que crecer, y no tenía respuesta para ninguna de ellas.

Kim me agarró del hombro y me sacó de mis pensamientos. Tenía los hombros tensos.

- Oye, siento mucho que hayas tenido que ver esto – susurró lo suficientemente bajo como para que los demás no la oyeran.

Tardé unos segundos en comprender a qué se refería.

- Oh, no, pero si yo no… - en realidad no sabía qué responderle.

- Mira, te voy a ser sincera, ¿de acuerdo? – se detuvo en seco, y yo me paré a su lado. Me habló con una incompresible voz que describiría entre seria y rota -. Lo que voy a decirte podrá parecerte cruel, pero es la pura verdad.

Tragué saliva y asentí. ¿A qué venía esto ahora?

- TJ, no sé si te habrás fijado, pero nosotros somos diferentes a los demás – gracias, Kim. Sin ti, no habría podido adivinarlo -. Hemos tenido la suerte, o la desgracia, de no dejarnos influenciar. Y sólo por eso, la gente no suele respetarnos. Nos tratan como si fuéramos inferiores a ellos.

Se me revolvió el estómago. Sabía que la gente se metía con Ryan, pero nunca llegué a imaginar que también lo hicieran con ellos.

- Eso es totalmente injusto – espeté.

- Ya lo sé – respiró hondo -. Es una mierda, pero es así. No elegimos el cómo nos traten los demás. Y como tenemos que vivir con ello, no nos queda otra alternativa que intentar hacernos respetar.

Me sentí furioso, aunque esa conversación ya la había tenido antes. Guardé silencio. No sabía qué decir.

- Por eso – me miró a los ojos y me puso la mano sobre el hombro. Sus hombros se relajaron – no le tengas en cuenta estas cosas a Ryan. Lo hace para

No me esperaba que la conversación siguiera por ahí.

- ¿A qué te refieres?

Sonrió. Aquélla me pareció la sonrisa más triste que había visto en mi vida. Dirigió sus ojos parduzcos hacia un lugar del techo de granito, y por un momento, creí ver que se le estaban llenando de lágrimas.

- Ryan… la tienen cogida con él. Lo detestan sobre todas las cosas – su voz tembló -. A nosotros no nos dan tanto la lata. Pero a Ryan le odian.

Mi pulso se aceleró. Necesitaba respuestas, y las necesitaba ya.

- ¿Pero por qué? ¿Por qué, Kim? ¿Sólo por ser como es y no avergonzarse de ello?

Me dejó helado cuando me cogió la mano y empezamos a caminar. Se secó una lágrima con el dorso de la mano libre.

- Eso es algo que nos preguntamos todos los días.

Eché un vistazo a Ryan. Continuaba caminando delante de todos, solo, con las manos en los bolsillos y los hombros caídos.

Mi corazón se hizo pedacitos. Ryan no se merecía esto. Ni Ryan ni nadie.

Y yo me sentía un inútil por no poder hacer nada.

Apreté con fuerza la mano de Kim. Era huesuda y estaba fría. A mí también me habían entrado ganas de echarme a llorar.


Cogimos nuestras cosas y nos tomamos la libertad de saltarnos las últimas clases. Comimos en una de las cafeterías de la plaza, y luego nos metimos en la Iglesia a estudiar.

O al menos eso intentamos. A eso de las cinco comenzaron a taladrar y a dar martillazos en el edificio de al lado. La sala de lectura de la Iglesia estaba coronada por una bóveda, y el ruido de las obras se hacía insoportable por la reverberación. La gente fue abandonando la biblioteca poco a poco, cuando concentrarse se les hacía imposible.

Nosotros, sin embargo, nos quedamos un par de horas haciendo el tonto en una de las mesas, lanzándonos bolas de papel y sacándonos fotos con la cámara profesional de Kim. Podríamos habernos ido, pero decidimos quedarnos por Ryan. Había estado un poco apagado desde que nos largamos del instituto, y aunque ninguno lo dijo en voz alta, teníamos que animarlo. Quedarnos en la biblioteca haciendo en ganso nos pareció la mejor opción, y acertamos. En cuestión de minutos, Ryan volvía a ser el mismo de siempre.

Eso me dio en qué pensar. A pesar de que tenía colgado el cartel de grandísimo capullo, en el fondo a Ryan le dolía que se metieran con él. Y por eso se comportaba como lo hacía. Fingía que pasaba de todo para que los demás no notaran que en realidad sí que le importaba.

Qué asco de gente.

- Chicos, por favor, ¿seríais tan amables de bajar el tono? – Zack nos miró ceñudo -. Hay gente que intenta estudiar.

Le abucheamos y le bombardeamos con una lluvia de pelotas de papel. Harry incluso le tiró una goma de borrar.

- ¿Cómo puedes concentrarte con el ruido de las obras? – preguntó Simon jugando con un bolígrafo entre los dedos.

- Con el alboroto que estáis haciendo vosotros apenas escucho la obra.

Nos miramos, y volvimos a regarlo con papel y otros objetos.

- Vamos, Zack, no seas aguafiestas y déjalo por hoy – Kim estaba tumbada sobre el banco de madera. Su cabeza descansaba sobre el regazo de Mina. Miraba las fotos en la pantalla de su cámara.

Zack cerró el libro de Literatura y se soltó el pelo, sacudiendo la cabeza.

- No me va a quedar otra, escandalosos.

- Hey, ¿quién se apunta a ir a tomar un batido? – propuso Harry.

- Te olvidas de nuestro amigo intolerante a la lactosa – Ryan me apuntó con la punta del lápiz.

- ¡Por última vez, no soy alérgico a la lactosa! – me enfurruñé -. Simplemente no puedo beber leche. Me dan arcadas.

- Bueno, nosotros nos tomamos un batido y tú miras – Harry se rió de su propio chiste, y yo puse los ojos en blanco.

- ¿Y si echamos una partida al billar? – la alternativa de Kim gustó a la gran mayoría, así que decidieron pasarse por los recreativos.

Nos levantamos y empezamos a recoger nuestras cosas. Kim se incorporó para que Mina pudiera levantarse. Se echó su larguísima cabellera hacia atrás y anunció:

- Yo voy al servicio un momento. Volveré enseguida.

Entonces pasó algo muy raro. Probablemente fuera, una vez más, la falta de contacto humano, aunque la falta de sexo, para ser más concreto, lo que me hizo ver visiones. Juraría que había visto a Mina echar una mirada encendida a Kim, y mientras se iba, le había acariciado el hombro y había seguido hasta su antebrazo con los dedos. Sin embargo, Kim no la había mirado.

Sacudí la cabeza y pestañeé con fuerza. Definitivamente estaba falto de sexo. Había pasado más de un mes desde que me acosté por última vez con Andrea, y ya estaba empezando a pasarme factura el tener asuntos acumulados en las joyas familiares.

Kim se levantó, y dijo que aprovechaba para ir al baño ella también.

Me reñí a mí mismo por imaginarme cosas raras con Mina y Kim. No sólo por la adoración secreta que sentía por Mina. Ellas tenían la típica relación de amigas que iba más allá de lo que los demás pudieran ver. Parecía que les unía un vínculo muy fuerte. Por la forma en que se miraban y en que se comportaban, era como si el destino hubiera querido que fueran inseparables. Muchas veces quedaban juntas para estudiar, ir de compras, ver una peli, e incluso se prestaban algunas piezas de ropa, a pesar de tener estilos completamente diferentes. Mina era muy femenina, y Kim… en fin, Kim era Kim.

Por un momento, me recordaron a Andrea y a Zoe. Al igual que ellas, Annie y Zoe pertenecían a un grupo mucho más grande de amigos, pero entre ellas existía una relación especial. No podían vivir separadas la una de la otra.

Me acordé de Andrea, y me puse nostálgico.

Al cabo de un rato ya habíamos recogido, y las chicas aún no habían regresado. Ryan sacó su móvil para darles un toque, pero enseguida aparecieron al otro lado de la sala. Mina se miraba en un espejo de mano y se colocaba el pelo.

- De verdad, ¿se puede saber qué hacéis las chicas en el baño para tener que ir juntas? – me quejé cuando las tuvimos delante.

Se miraron con una sonrisa cómplice.

- ¿No lo sabes? – dijo Kim, tratando de no reírse -. Mientras una mea, la otra aplaude.

- Y yo como soy muy original – continuó Mina -, mientras ella orinaba, le he cantado una canción.

Todos se echaron a reír, y yo me sentí idiota por no entender la broma.

- Venga, vamos antes de que nos cierren los recreativos – se apresuró Simon.

Miré mi reloj. Eran las siete menos veinte de la tarde.

- Oh, lo siento, lo había olvidado. Hoy es jueves. Voy a ir a cenar con mi padre. Estará a punto de llegar a casa – me excusé.

- Vaya, es verdad – Mina arrugó la nariz -. Bueno, que os divirtáis. Ya jugarás la próxima partida.

- Chicos, yo creo que me voy también – anunció Ryan. Todos le miramos confusos -. No me apetece demasiado jugar al billar.

- Podemos jugar al futbolín – sugirió Zack.

- No, no es eso. Estoy un poco cansado. Creo que iré a casa a comer algo y luego me acostaré.

No tenía pinta de cambiar de opinión, así que dejaron de insistir. Caminamos juntos hasta la plaza, y allí nos despedimos. Ellos se fueron al salón de juegos, justo al lado de la cafetería a donde Ryan me había llevado la primera vez que salimos, y nosotros nos dirigimos calle abajo hacia las afueras. Ryan vivía cinco manzanas más abajo de mi casa.

- Oye, Ryan, ¿Mina y Kim hace mucho que se conocen? – comenté mientras caminábamos.

Ryan se toqueteó el piercing. Siempre lo hacía cuando se paraba a pensar en algo.

- Pues sí. Desde el jardín de infancia, creo.

- Están muy unidas, ¿verdad?

- Mucho – Ryan lanzó una risilla pícara.

- La verdad, esa clase de amistad que tienen las chicas es difícil de comprender – reflexioné -. Es algo que se escapa de toda lógica. Pero se nota que se quieren mucho.

Ryan se detuvo en seco. Yo avancé varios pasos hasta que me di cuenta de que ya no me seguía. Al girarme, le observé mirarme con cara de pasmo.

- TJ, Mina y Kim son novias. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Vamos, es gratis y no duele!


¡Gracias por leer hasta el final! ♥