Que conste que aún no he terminado con mis quehaceres de universitaria casi diplomada. Lo he hecho por ustedes. Cabrones.
Después de ponerme una camiseta prestada de Ryan,
decidí que lo mejor sería que me fuera a casa. Insistió en acompañarme, pero
preferí volver solo. No pareció muy convencido, y estaba preocupado, pero no
volvió a repetirlo. Se lo agradecí. En ese momento no quería otra cosa que
estar solo. Tenía demasiadas cosas en las que pensar.
Mi padre aún no había llegado de trabajar. Le dejé
una nota pegada en la nevera diciéndole que me encontraba mal y que, por favor,
no me despertara. Subí a mi cuarto, cerré la puerta con llave, me quité la camiseta
de Ryan, la doblé y eché la mía en el cesto de la ropa sucia; y aunque todavía
era bastante temprano, me tumbé sobre la cama con la intención de dormirme y
esperar al día siguiente. Estaba terriblemente cansado.
El sueño tardó en llegar más de lo que me esperaba.
No sólo porque me palpitaban las sienes como si me golpearan la cabeza con un
martillo. No podía sacarme de la cabeza lo que había pasado en el baño de Ryan.
¿En qué demonios estaba pensando para hacer algo así?
¿Cómo se me ocurrió abrazarle de esa forma, como si quisiera que fuera mío y
que no me dejara hasta que dejara de llorar? Me sentía extraño. La verdad es
que lo había necesitado, necesitaba que Ryan me abrazara y me consolara sobre
su hombro, pero después, pensándolo fríamente, deseé no haberlo hecho. O al
menos de esa forma, tan estrecha, y a la vez tan extraña, permitiendo que el
olor natural de Ryan me reconfortara poco a poco. No tenía ningún sentido.
Jamás me había comportado así con nadie, nunca había llorado de esa manera,
como un crío, dejando que las emociones fluyeran solas. También es cierto que
no mucha gente sabía lo de mi madre, y me pilló en un momento bastante
complicado, pero de ahí a aferrarme a él y no querer soltarlo… estaba hecho un lío.
Al final llegué a la conclusión de que aquello era
fruto de la falta de contacto humano. Llevaba un mes lejos de Andrea, y supuse
que no tenerla cerca me estaba trastornando el cerebro. Y Ryan era lo más
parecido que tenía a Andrea en Reed River. No pretendía en absoluto sustituirla.
Andrea era única y no había nadie en el mundo a quien yo más quisiera que a
ella. Pero estar tan lejos de ella me estaba haciendo daño, y ahora que Ryan
era la persona con quien más tiempo compartía, necesitaba paliar de alguna
forma lo solo que me sentía en ese aspecto. Sólo podía tratarse de eso, era la
única explicación lógica.
Y si aquélla
no era la razón, decidí creérmela.
Di vueltas en la cama y en mi cabeza hasta que, un
par de horas después, me venció el sueño.
Fui incapaz de dormir más de dos horas seguidas, y por eso, la jaqueca
me estaba matando a la mañana siguiente. Fui incapaz de seguir la clase del
señor Callaghan: él estaba hablando, estaba explicando algo importante,
escribía y borraba fórmulas en el pizarrón,
pero no conseguía entender lo que quería decir. Sólo oía un desagradable
e ininteligible murmullo.
Ryan no mencionó el suceso de su cuarto de baño en toda la mañana. Era
el mismo de siempre, con su sonrisa agradable y sus ojos brillantes. Como todas
las mañanas, fue a buscarme a casa para ir juntos al instituto. Llevaba puesto
un jersey de punto gris y unos vaqueros oscuros. Me habló con total normalidad,
y me contó que su abuela le había tejido ella misma el jersey y le había
llegado por correo hacía dos días. Parecía que no le daba especial importancia.
Y si él no lo hacía, yo tampoco debía hacerlo, así que decidí olvidarme de mi
falta de contacto humano.
Aunque eso iba a ser
relativamente complicado.
Un golpe en el costado me sacó de mi estado de trance provocado por la
falta de sueño. Ryan me había dado un codazo justo cuando el profesor miraba
hacia nosotros. Sacudí la cabeza, pestañeé un par de veces y fingí prestarle
atención. El señor Callaghan, también conocido como Hitler, era implacable con
los que daban muestras de aburrirse en sus clases. No podía imaginarme cómo
castigaba a los que se quedaban dormidos, y tampoco tenía ganas de averiguarlo.
Sin apartar la vista de la pizarra, Ryan tamborileó los dedos sobre mi
mesa tratando de captar mi atención. Por el rabillo del ojo vi que se estaba
riendo en silencio, aguantando la carcajada, pero no supe qué le hacía tanta
gracia. Le di un codazo en busca de una explicación, y él señaló con la
barbilla hacia la fila de al lado.
En la mesa al otro lado del pasillo, a un metro escaso del asiento de
Ryan, Kate, embutida en una camisa de seda color menta y un pañuelo al cuello,
estaba literalmente sobando, dormida como un tronco, con la cabeza apoyada sobre
los brazos. Su espalda ascendía y descendía suave y lentamente, fruto de un
sueño profundo. Me extrañó que no
roncara, aunque lo peor es que nadie parecía darse cuenta salvo nosotros.
El señor Callaghan se dio la vuelta para borrar de nuevo la pizarra, y
Ryan aprovechó para volver la cara hacia mí, y con esa sonrisa malvada que
auguraba algo de lo que quizás podría arrepentirse, levantó las cejas y se
mordió el labio inferior, balanceando el piercing.
Lamentablemente, sabía perfectamente lo que se le estaba pasando por
la cabeza. Se me pusieron los ojos como platos y le susurré que ni se le
ocurriera. Él se revolvió en su asiento observando a la durmiente Kate, y luego
a mí, y me suplicó con la mirada. Suspiré, y murmuré:
- No la líes.
Puso los ojos en blanco, y se crujió los dedos con una amplia sonrisa
que sólo podría calificar de una forma: sonrisa de grandísimo hijo de puta.
Tanteó al señor Callaghan, se cercioró de que nadie a su alrededor lo miraba, y
entonces echó todo el peso hacia el pasillo, inclinando la silla sobre dos
patas. Mantuvo el equilibrio unos segundos hasta que apoyó las manos sobre el
pupitre de Kate.
Sus pupilas se dilataron de pura satisfacción, y enseñó los dientes.
Golpeó la mesa con una fuerza absurda, y chilló el nombre de Kate a
escasos centímetros de su oreja. Ella brincó tanto que me extrañó que no se
empotrara contra el techo. Se levantó de golpe, con los ojos muy abiertos, la
frente sudorosa y la respiración agitadísima, mirando a todas partes. Tenía el
pelo revuelto y las tiras del sujetador le asomaban bajo las mangas de la
camisa. Parecía realmente asustada y confusa.
- Kate, te estás durmiendo – Ryan se regocijaba apoyado en el respaldo
de la silla, con los brazos cruzados.
Para mi sorpresa, mucha gente se rió. La gran mayoría lo hacía por lo
bajo, pero podía oírlos desternillarse. Yo entre ellos. En circunstancias normales,
habría pensado que esa clase de bromas no tienen ninguna gracia.
Pero Kate era una zorra, y cualquier cosa que le pasara, se la tenía
bien merecida.
La rubia miraba a todos lados, y a duras penas trataba de fulminar a
los demás para que dejaran de reírse. Sólo consiguió que sus amigas las Barbies
guardaran un silencio que nadie se creía.
El señor Callaghan se había desplazado hasta Kate sin que nadie se
diera cuenta. Su cara daba daba miedo. Si hubiese tenido pelo, se le habría
puesto rubio y de punta como un guerrero saiyan.
- ¿Le aburro, señorita Turner?
- No, señor – Kate no sabía
dónde meterse.
- Eso espero. Tiene suerte de que Ryan la haya despertado a tiempo. Yo
en su lugar le habría estampado el libro de Física en la cabeza – golpeó la
tapa de susodicho libro. Una vez lo pesé por curiosidad: casi un kilo de
fórmulas y ejercicios.
- Lo siento, señor.
Callaghan cerró los ojos y suspiró. Se dio media vuelta y continuó con
el ejercicio que estaba escribiendo en la pizarra.
Kate se giró hacia Ryan. Estaba que echaba chipas. Tenía los puños y
los dientes apretados, y habría jurado que quería pegarle.
- Estás muerto, Martin – escupió.
Ryan se recostó sobre su asiento y se llevó las manos detrás de la
cabeza.
- ¿Pero por qué? Ya lo has oído, te he hecho un favor.
Barbie pelo paja enseñó los dientes, y para mi sorpresa, no dijo nada
más. Se giró hacia la pizarra e ignoró a Ryan.
- La has dejado hecha polvo – murmuré.
- Que se joda – Ryan se encogió de hombros -. A ver si así empieza a respetarme
un poco.
Es verdad que Kate se metía constantemente con Ryan y que le buscaba
las cosquillas a diario, pero darle con su misma medicina no me parecía la
mejor forma de hacerlo.
- En realidad no te ha hecho nada… quiero decir, al menos hoy. ¿No
crees que te pasas un poco?
Ryan suspiró e inclinó la cabeza hacia mí para poder escucharlo mejor.
- Hoy no, pero quizás mañana. O pasado mañana. No sé cuándo, pero lo
hará. Esa tía me odia.
Hasta entonces nunca me lo había planteado, pero empecé a preguntarme
por qué Kate le tenía tanta manía a Ryan.
El sonido del timbre al final de la clase retumbó en mi cabeza como un
martillo hidráulico. Necesitaba urgentemente una aspirina o algo para aliviar
el dolor de cabeza. Ryan se ofreció a dejarme un comprimido de paracetamol que
llevaba en su mochila. Salíamos del aula hacia la cafetería a comprar una
botella de agua cuando el profesor gritó:
- Jameson, ¿puede venir un momento?
Ay, Dios. ¿Qué había hecho?
Ryan me hizo señas y me esperó fuera. Cuando todos abandonaron la
clase, me acerqué a la mesa del señor Callaghan. Estaba llena de papeles y de
carpetas de colores. Tenía los ojos fijos en una de color rojo.
- ¿Señor?
Levantó la cabeza. Su rostro era serio, impasible.
- Dígame, Jameson, ¿cómo está llevando los estudios? – preguntó con
tono suave.
No me esperaba esa pregunta en absoluto. Creía que iba a regañarme.
Titubeé un poco antes de responder, digiriendo la situación.
- Bien, señor. Al menos eso creo.
- No se asuste. Lo digo porque – señaló la carpeta roja con una media
sonrisa – los profesores me han dado muy buenas evaluaciones de su rendimiento.
La sangre me subió a la cara. Definitivamente, el señor Callaghan, a
pesar de su mala leche, era un tío legal. Me lo demostró el primer día de
clase, cuando me dijo que contaba con todo su apoyo. Y aunque, en realidad, no
me había hecho falta, el hecho de que me felicitara por mi esfuerzo era un
detallazo.
- Y eso que – continuó – apenas ha pedido ayuda.
- Bueno, he estado estudiando duro. Al principio sí que tuve que ir al
despacho de la señora Atkins y del señor Saunders para aclarar algunas cosas,
pero luego he intentado estudiar por mi cuenta.
- Precisamente – dejó escapar una carcajada socarrona. Su bigote se
movió como una oruga – la señora Atkins está encantada con usted. Me ha
comentado que pilló el ritmo de la clase exageradamente deprisa, y que es de
los pocos alumnos que dominan las integrales.
Me estaba rascando tanto la mejilla que pensé que iba a prenderme
fuego. No estaba acostumbrado a que me alabaran de esa forma.
- No es sólo cosa mía – corregí -. Ryan me ha ayudado mucho a ponerme
al día. Y también los chicos del otro curso: Nadooshan, Fitzpatrick…
Callaghan cerró los ojos y se reclinó sobre la silla con las manos
entrelazadas. Un suspiro de aprobación se escapó de sus labios.
- Ryan… ese chico, aunque no lo aparente, es un estudiante modélico.
Me encantaría poder tener más alumnos como él.
Estaba totalmente de acuerdo. A veces a Ryan le perdía la pereza,
especialmente con las asignaturas que no le gustaban. Muchas veces dejaba las
tareas para el último momento y luego se veía apurado para poder entregarlas a
tiempo, pero lo cierto es que era muy inteligente. Desde mi primer día en Reed
River se ofreció a ayudarme a estudiar, y hasta aquel día no había habido
ninguna cosa que Ryan no hubiera sabido explicarme. Controlaba prácticamente
todos los temas, y muy pocas veces hacía mal un ejercicio.
Y sin embargo, quienquiera que no lo conociera, pensaría que era un
“viva la vida”, perezoso y egocéntrico. Sin ninguna duda, Ryan era una caja de
sorpresas.
Y el señor Callaghan hablara de él como de su propio hijo.
- Me alegro – continuó el profesor, bajando el tono de voz – de que
haya hecho amistad con Ryan, Jameson. Sinceramente. Es un buen estudiante y una
buena persona. Es una lástima que los demás no sean capaces de darse cuenta.
- ¿Qué quiere decir con eso?
El señor Callaghan se mordió el labio inferior en un gesto muy
sincero. Parecía que ese comentario estaba de más.
- Bueno, ya sabe, Ryan es un chico bastante… peculiar.
No me diga.
- Los otros alumnos no aceptan a Ryan por el simple hecho de ser como
es. Es absurdo, y no es justo, lo sé. Desde que llegó hace dos años todo el
cuerpo docente hemos intentado meterles en la cabeza que es ridículo juzgar a
las personas por no esconder cómo son en realidad, pero… - Callaghan se frotó
las sienes, agotado – es algo que nos supera.
- ¿Y Ryan lo sabe? – pregunté, casi atragantándome con la saliva que
no quería bajar por mi garganta.
- Claro que lo sabe – elevó el tono de voz -. Y nos pidió que, por
favor, no lo hiciéramos. Que él se encargaría de hacerse un hueco entre sus
compañeros y que no nos entrometiéramos. Creo que, cuando desistió, empezó a
comportarse como lo hace.
Esa revelación me dejó de piedra, aunque en el fondo me imaginaba que
el odio visceral que mis compañeros le tenían a Ryan, y a mí, por asociación,
venía de algo por el estilo, y que Ryan se comportaba como un imbécil era para
defenderse. Una oleada de rabia me invadió desde la cabeza a los pies. Ryan me
había advertido que eran unos capullos, y no se equivocaba. Pobre Ryan. Lo
habían encasillado eternamente sólo por ser diferente, por no llevar ropa de
marca y no ser un niño de papá.
- Es asqueroso – farfullé, más alto de lo que pensaba.
- Tiene toda la razón del mundo – el señor Callaghan se echó hacia
atrás y suspiró, rendido -. A veces la gente tiene ideas demasiado
conservadoras sobre lo que uno elige o no elige ser.
Un momento. Esa frase no acababa de entenderla del todo. Quise pedirle
una explicación, pero me interrumpió antes de que abriera la boca.
- Se está haciendo tarde. No quiero hacerle perder más tiempo, señor
Jameson – me dedicó una sonrisa formal pero amable -. Simplemente quería
preguntarle por cómo estaba llevando los estudios. Parece que no tengo nada de
qué preocuparme. Puede irse.
Me señaló la puerta con el mentón, y no me dejó otra opción que irme
sin poder aclarar eso último. Me despedí, me colgué la mochila y abrí la
puerta. Antes de salir, Callaghan me pidió un favor, en voz muy bajita:
- Cuide de él, ¿de acuerdo? Es un chico estupendo.
No supe qué contestarle, así que no le dije nada y cerré la puerta a
mi espalda.
Ryan me estaba esperando en el pasillo. Se quitó los auriculares y se
los colgó del cuello cuando me vio aparecer. Sacó algo del bolsillo trasero de
sus vaqueros y me lo tendió. Era la pastilla de paracetamol.
- ¿Te ha fustigado el calvo?
- ¿Por qué debería hacerlo? – puse los ojos en blanco.
- Porque eres estúpido – se echó a reír con mala baba.
- ¡Y tú un gilipollas!
Empezamos a regalarnos collejas y golpes en los hombros. Ninguno de
los dos se dio cuenta de que alguien se había acercado a nosotros hasta que
carraspeó y pronunció mi nombre.
- ¿Jameson?
Era Harriet, la chica morena de la trenza. La que se había encogido de
hombros cuando Kate había llamado a Ryan friki monstruito.
A pesar de que no me caía bien, la muchacha estaba de muy buen ver. Hoy
llevaba el pelo suelto, le llegaba hasta la cintura. Llevaba una camisa beige
muy ceñida y un pantalón marrón que marcaban las curvas de su cuerpo pequeñito
de una forma muy sutil.
Antes de que se diera cuenta de que la estaba mirando con ojos
lascivos, sacudí la cabeza y la miré a los ojos, tratando de mostrarme serio.
Por muy maciza que estuviera, seguía sin caerme bien.
- Tengo que pedirte un favor – musitó, escondiendo la cara detrás de
la carpeta que sujetaba entre los brazos -. ¿Podrías prestarme tus apuntes de
Biología?
Ryan puso los hombros en blanco y se alejó un par de pasos, dándonos
la espalda. Harriet se sintió claramente incómoda, y bajó la mirada tratando de
ocultar sus mejillas sonrojadas.
Mi cerebro tardó en procesar la información.
- ¿Mis apuntes de Biología? – repetí la frase para comprobar que no
había oído mal.
- ¡Por favor! – alzó la voz. Enseguida se tapó la mano con la boca y
miró a ambos lados confirmando que nadie la había oído. Bajó tanto el tono que
tuve que inclinarme para escucharla -. Se te da bien la Biología. Necesito tu
ayuda o suspenderé.
Debería haber sido una mala persona y mandarla a freír espárragos,
pero me había dejado tan estupefacto que no me paré a pensarlo.
- Claro. Los tengo en casa. Mañana te los traeré.
Ryan chasqueó la lengua. Harriet me dio las gracias y le echó una
última mirada de arrepentimiento a Ryan antes de marcharse.
La observé contonear las caderas hasta que dobló la esquina y la perdí
de vista. Tardé varios segundos más en digerir la situación, hasta que al final
me salieron las palabras.
- Tío, ¿tú has visto eso? – aullé, señalando la esquina por la que
había desaparecido.
- No me sorprende – contestó
Ryan mientras se toqueteaba el piercing
con la lengua -. A mí ya me ha pedido apuntes a escondidas más de una vez.
Seguía sin salir de mi asombro.
- Pero…
- TJ, ni que hoy fuera tu primer día – me cortó, mirándome ceñudo -.
Ya sabes que, o te mimetizas con el entorno, o te comen vivo. Si no, ¿cómo es
posible que todo hijo de vecino parezca una copia del de al lado?
- ¿Y por eso tiene que venir de incógnito a pedirme favores? Le habría
dejado los apuntes aunque me lo hubiese pedido delante de todos.
O no.
- Dime, ¿qué crees que pensaría esa manada de trogloditas si vieran a
Harriet hablando con nosotros?
Observé a Ryan de arriba abajo. Pelo revuelto, piercing en el labio, jersey de punto gris, auriculares de tamaño
estratosférico y vaqueros comidos por los bajos. Luego me eché un vistazo a mi
reflejo en la vitrina de trofeos que tenía a mi izquierda: sudadera naranja,
pantalones rojos y zapatillas de caña alta. Realmente desentonábamos entre
todos los demás, con sus trapitos de marca, sus colonias caras y su
refinamiento fingido.
Ryan leyó la respuesta en mis ojos, así que no me la pidió. Se limitó
a sonreír, aunque era una sonrisa de resignación. Echó a andar hacia la
cafetería, y yo le seguí.
- Aunque la verdad es que lo de Harriet me da un poco de lástima –
reflexionó en voz alta -. Es maja, y a ella en realidad no le gusta comportarse
así.
Recordé el día que hablé con ella. Estaba leyendo una vieja novela
escondida tras una revista de moda. No pude evitar sentir lástima por ella
también.
- Un momento – me detuve, y Ryan se paró conmigo -. ¿Cómo sabes eso?
¿Acaso conoces a esa chica?
Ryan se encogió de hombros.
- Su hermano y mi hermana estuvieron saliendo juntos un tiempo. La
veía a menudo.
Algo en mi cerebro hizo clic. Algo en lo que hacía tiempo que no
pensaba, y que de repente, captó todo mi interés.
- No sabía que tenías una hermana.
- Pues sí – guardé silencio esperando los detalles. Ryan se metió las
manos en los bolsillos y suspiró -. Es mayor que yo. Vive en Portland.
- ¿Muy mayor? ¿Tiene hijos?
- Qué va – hizo una mueca de asco -. Sólo es ocho años mayor que yo.
Tiene veinticinco – echó a caminar a paso rápido y cambió súbitamente de tema
-. Vamos a la cafetería para que te tomes eso.
No parecía tener ganas de contarme nada más, así que no le pregunté.
Sin embargo, me di cuenta de algo: apenas sabía nada sobre la vida
personal de Ryan. Él sabía cosas de mí que ni siquiera mis amigos de Washington
sabían, como lo de mi madre. Y yo, de él, sabía que su segundo nombre es
Frederick, que le gusta The Offspring, y ahora, que tenía una hermana en
Portland. Es normal que, hasta cierto punto, no te guste hablar de ti mismo.
Pero dado el tiempo que pasábamos juntos, y la confianza que había entre
nosotros, no me terminaba de cuadrar el que Ryan no compartiera detalles sobre
su vida privada, habiendo compartido yo los míos.
Quizás Ryan no me consideraba su amigo tanto como yo a él. Quizás no
confiaba en mí tanto como yo pensaba.
Qué estupidez. Si no fuéramos amigos, no habría pasado lo que pasó
ayer en su cuarto de baño.
Sacudí la cabeza enérgicamente y seguí el ritmo de Ryan. No podía
volver a darle vueltas a lo del baño. Me
había prometido no hacerlo.
La hora del almuerzo parecía no llegar nunca. La pastilla de Ryan
había hecho efecto, aunque no tanto como me había esperado. Cuando entré en la
cafetería con Ryan, además de dolerme la cabeza, estaba fatigado y me sonaban
las tripas.
Nos servimos la comida y buscamos a los demás. Los encontramos en una
mesa cerca de la cristalera del patio. Todas las mesas del exterior estaban
ocupadas.
Ryan volvió a la fila de la comida a buscar una pieza de fruta. Yo me
adelanté y me senté en a la mesa, justo al lado de Mina. Todos me saludaron con
un sonoro ‘hey’ y una sonrisa.
Mina no. Se inclinó sobre mí y me dio un beso en la mejilla.
- Hola, cielo. ¿Qué tal te ha ido la mañana? – algo captó su atención
y acercó el pulgar a mi rostro – Espera, te he manchado de brillo de labios.
Todos nos miraban y se reían. Me daba una vergüenza terrible que Mina
me saludara siempre con un beso, pero no me importaba. Mina era así con todo el
mundo. Todo en ella era amor y dedicación.
Jamás había conocido a nadie tan cariñoso como ella. Ni siquiera Andrea,
muy a mi pesar. Mina siempre te hablaba con dulzura, como si te fueras a
romper. Era una persona súper cercana, y se preocupaba porque estuvieras bien.
Si, por cualquier cosa, había algo que te preocupara, ella hacía todo lo
posible por ayudarte, aunque no fuera nada más que escuchar de qué se trataba.
También era muy detallista. Recuerdo lo feliz que me hizo que me llamara un día
que no coincidimos en el instituto solamente para preguntarme qué tal estaba y
qué tal me había ido el día. Definitivamente, si Mina se cortara, en lugar de
sangre, saldría batido de fresa.
Siendo totalmente franco, sentía una adoración especial por Mina.
Porque ella era lo más parecido a una madre que había tenido nunca.
- Oye, Mina – gritó Simon desde el otro lado de la mesa -. A mí no me
diste un beso cuando llegué.
- Te lo di cuando te vi esta mañana. Qué celoso eres.
- Eso no es cierto – fingió una indignación sobreactuada -. Debiste de
dárselo a Harry, porque yo no te he visto en todo el día.
Mina puso los ojos en blanco.
- Por el amor de Dios, sé diferenciaros perfectamente, y os saludé a
los dos esta mañana.
- Vamos, Mina, no te enfades, que el chico sólo quiere un poco de
cariño – Harry rodeó a Simon por el hombro y estallaron a reír.
Mina tenía razón. Después de tanto tiempo, distinguir a Simon y a
Harry era como diferenciar entre derecha e izquierda. Aunque fuera físicamente
iguales, había algo en el aura que los rodeaba lo que los hacía completamente
diferentes. Simon era bastante más discreto que Harry. Él, por su parte, era
siempre risas y fiestas.
Ryan se acercó y Mina le hizo señas. Se inclinó para que le besara la
frente y se sentó a mi lado, en el extremo de la mesa.
- ¿Qué tal, chicos? – lanzó.
- El señor Trotman ha tenido la estupenda idea de hacernos el Course
Navette – farfulló Harry -. Creo que voy a morirme.
- Eres un marica.
- ¡Mira quién vino a hablar! – espetó el pelirrojo.
- Perdona, reina, pero a mí no me da un infarto después de dos vueltas
al campo de fútbol.
- Y a mí tampoco. Hice ocho periodos y medio, para que te enteres.
- Háblale a mi mano – Ryan giró la cabeza y levantó la mano con tanto
glamour que ni Sarah Jessica Parker en Sexo en Nueva York.
Mientras Harry le dedicaba un educado corte de mangas, Zack había
cerrado la tapa de su móvil y lo había dejado caer sobre la mesa con un
profundo suspiro de agotamiento.
- La vieja va a acabar conmigo – murmuró frotándose las sienes.
- ¿Cómo está tu abuela, Zack? – pregunté.
- Nada, la artritis va a peor y ya apenas puede caminar sin caerse.
Tiene la espalda hecha polvo, y se niega a usar el andador.
- ¿Y una silla de ruedas? – inquirió Simon -. Es más cómodo que el
andador.
- ¡Es una cabezota! Está convencida de que no necesita nada para
andar, y casi no puede mantenerse en pie. Nos tiene a todos locos.
- Podríamos ir a visitarla una tarde de éstas. Quizás entre todos
podamos hacerla entrar en razón. Suele hacernos caso – propuso Mina. Todos
asentimos. Sólo había ido a ver a la abuela de Zack una vez, y a la señora le
gustaba nuestra compañía.
- Os lo agradezco, chicos, pero es mejor que no os metáis en este
embrollo. Mi madre ya tiene suficiente trabajo discutiendo con mis tíos.
Zack estaba hecho polvo. Estaba muy unido a su abuela, y desde que la
artritis comenzó a agudizarse, no dormía bien por las noches. Sus ojeras
parecían un tatuaje más en su cuerpo.
- ¡Fitzpatrick! ¡Intégrate en la conversación! – chilló Ryan sin venir
a cuento.
Kim no se movió. Desde que llegué, no había levantado la cabeza de la
mesa. Ahora Mina le estaba haciendo cosquillas en el antebrazo, algo que solía
hacerle bastante a menudo. Ni siquiera Kim podía decir que no a los mimos de
Mina.
- Ryan, no grites, me va a reventar la cabeza – dijo con voz rota.
- ¿Te encuentras mal? – pregunté.
- Anoche me quedé hasta las tantas empollando y he dormido dos horas.
Y encima Trotman nos hizo el Course Navette.
- Deberías comer algo – dijo Mina, acariciándole el pelo.
- Tengo el estómago revuelto – Kim se incorporó. Sus ojeras iban a
juego con las de Zack -. Quizá más tarde.
Le dedicó una sonrisa a Mina, y ella le guiñó un ojo.
- ¡Dios, qué puto asco! – aulló Harry -. ¿Alguien ha cogido las
natillas? – Zack señaló su bandeja -. Pues ni las pruebes. Están agrias.
Zack puso una mueca de asco y apartó el bol de natillas.
Simon levantó una mano para atraer nuestra atención.
- Chicos, estaba pensando, ¿qué podríamos hacer este fin de semana?
- Hay una de zombies en el cine de Annapolis – propuso Kim -. Hace por
lo menos tres meses que no vamos juntos al cine.
- Entre lo que cuestan las entradas y el viaje hasta Annapolis, si
vamos al cine, me quedaré sin un céntimo para el resto del mes – dijo Ryan
peleando por pinchar un guisante con el tenedor.
- ¿Qué dices? Si Zack nos lleva en el todoterreno de su padre, el
viaje nos sale gratis.
- No contéis con el todoterreno – intervino Zack mientras se recogía
el pelo -. Mi viejo me ha prohibido cogerlo después del golpe que le di contra
aquella farola.
Kim volvió a echarse.
- Eres un inútil – escupió.
- Gracias. Siento que solo me queráis por mi coche.
- Ya basta, chicos – dijo Mina -. ¿Y si vamos de excursión al lago?
- No tenemos coche – recordó Simon.
- Si se trata de ir de excursión, la cosa es ir andando, ¿no?
Harry arrugó una servilleta y se la lanzó a Mina.
- ¿Estás loca? ¡El lago está a más de dos horas del pueblo!
- Oh, por Dios, Harry, no seas marica.
Ryan se atragantó con el zumo. El pelirrojo le dedicó un bonito
insulto.
- Aunque la idea de Mina no está del todo mal – comentó Zack -. Sí que
me apetece hacer algo de ejercicio.
- No pienso caminar cuatro horas nada más que para ir al lago al que
hemos ido tropecientas veces – insistió Harry con los brazos cruzados.
- Yo nunca he estado en el lago, por si os interesa – dije, aunque
supe que nadie iba a escucharme.
- No he dicho nada del lago. En serio, Harry, qué vago eres.
- ¡Dejadme en paz!
- ¡Ya sé! – Simon golpeó la mesa con entusiasmo -.TJ, ¿tu padre
organiza partido este sábado?
No. No, por Dios, qué vergüenza. Eso no.
Ryan levantó enérgicamente los brazos. Le brillaban los ojos.
- Es la mejor idea que he oído en mucho tiempo.
- Secundo la moción – Zack también se puso eufórico.
- ¡Yo también me apunto! – chilló Mina.
- Eh, chicos, no creo que… - nadie me estaba haciendo caso.
- ¿Quién vota por ir al partido del señor Jameson? – preguntó Ryan en
tono solemne.
Fui el único que no levantó la mano. Ése, sin duda, habría sido un
buen momento para que me tragara la tierra.
- Decidido – concluyó Harry -. Ya tenemos plan. ¡Un brindis por el
padre de TJ!
Todos levantaron sus vasos y brindaron. Yo también brindé, aunque la idea no me
entusiasmaba en absoluto. No me apetecía que los chicos vieran a mi padre
comportarse con un crío.
- Oh, tíos – Simon tenía los ojos clavados en algo justo detrás de mí.
Había cambiado del entusiasmo a la más profunda seriedad en cuestión de
segundos.
- Ryan, tu amiga viene a buscarte – añadió Harry.
La mesa al completo guardó silencio y dirigió la mirada hacia sus
bandejas. Sólo había una persona a la que Harry podía referirse como la ‘amiga’
de Ryan.
El tufo a coco llegó precedido de un taconeo estridente. No me giré
para mirarlas. Habíamos establecido una regla no escrita que consistía en
ignorar a Kate cuando venía a tocar las narices. Sin embargo, las vi reflejadas
en el cristal del patio. Kate, con su blusa verde menta, lideraba un escuadrón
de Barbies formado por la melena oxigenada de Stacey Spellman, los pechos
operados de Kylie, o Kayley, o Katia, no sabía cómo se llamaba; y una chica
castaña que no me sonaba de nada. No pude evitar reírme al ver que las cuatro
llevaban el mismo modelo de blusa, en diferentes colores. Patético.
Me sorprendió no ver a Harriet con ellas.
Se habían detenido detrás de Ryan. Kate dio un par de pasos adelante y
se cruzó de brazos, mientras las demás le cubrían la retaguardia. Aún más
patético. Se dirigió a él en tono amenazador:
- Martin, te voy a dejar clara una cosita – Ryan seguía peleándose con
el mismo guisante - ¡Martin!
Ryan nos miraba a todos por el rabillo del ojo aguantándose una
sonrisa. Disfrutaba haciéndola rabiar.
- ¡Ryan Martin, te estoy hablando! – chilló Kate. Todo el comedor lo
oyó, y disminuyó el jaleo ambiental, atentos a la bronca.
Ryan dejó el tenedor sobre la mesa, pero no se dio la vuelta para
contestar.
- Te estoy escuchando.
- Te lo advierto, como vuelvas a dejarme en ridículo de esa forma, te
juro que lo vas a pagar muy caro.
- Uy, mira cómo tiemblo – puso voz ñoña y agitó los brazos. Tuvimos
que hacer un esfuerzo por no explotarnos de la risa.
Kate apretó los dientes.
- No tienes ni puñetera idea de con quién te estás metiendo. Conozco a
gente, ¿sabes? Gente que te puede dar una paliza sin pedir explicaciones.
- ¡Enhorabuena! Cuando llegue a casa los agregaré como amigos en mi
Facebook.
La cara de Barbie pelo paja pasó por toda la gama cromática del rojo.
Tenía hinchada la vena del cuello, y no me habría extrañado que hubiese
explotado como una palomita de maíz. Stacey se acercó a ella y la sujetó por la
muñeca, pidiéndole que se largaran, pero Kate dio un manotazo y se liberó de
ella.
Dio un paso adelante y apretó los puños.
- ¡Ryan Martin, voy a hacer que te partan la cara!
Por un momento, empecé a pensar que esto no era divertido. ¿Y si era
verdad que Kate conocía a gente chunga? Parecía que hablaba totalmente en
serio. Y no le faltaban razones para pedirles que pegaran a Ryan.
De repente, quise largarme de ahí. Llevarme a Ryan conmigo y
esconderlo dentro de mi armario hasta que Kate se olvidara de él.
Me sequé el sudor de las palmas de las manos en los pantalones y le di
un golpecito por debajo de la mesa.
- Déjalo ya, Ryan, esto no…
Ryan me interrumpió con un sonoro bufido y echó la cabeza hacia atrás,
agotado.
- ¿Te vas
a comer eso? – señaló el plato de las natillas de Zack.
Él le miró confundido y negó con la cabeza. Ryan sujetó el bol con una
mano, se levantó y encaró a Kate. Había puesto cara de póker, ningún músculo de
su cara se movió lo más mínimo.
Pero el brillo de sus ojos le delataba. Podía ver sus intenciones a
través de ellos como si fuera transparente. Él no lo hacía, pero sus ojos
sonreían de esa forma que sólo la boca de Ryan podía dibujar. Esa sonrisa que
auguraba problemas.
Con un rápido movimiento de muñeca, volteó el contenido del bol sobre
una Kate inmóvil, atónita, tratando de creérselo. Toda la cafetería contuvo la
respiración, y en un rincón de mi mente, mis nervios se pusieron alerta. Algo
no cuadraba.
Las comisuras de la boca de Ryan se torcieron de aquélla forma.
- Déjame en paz, ¿vale? – escupió.
Kate seguía sin reaccionar. Me recordó a los videojuegos que tardan
años en cargar la pantalla de inicio. Boqueaba, buscando las palabras que
gritarle a Ryan, pero sólo consiguió dejar escapar unos gemidos de perro. El
ejército de Barbies se había apresurado a buscar servilletas con las que
limpiar las natillas que le chorreaban por el pelo y los hombros, como si
fueran sus esclavas. Qué rídiculo.
Ryan se metió las manos en los bolsillos y echó a andar con paso firme
hacia la salida. Todos los demás se levantaron de sus asientos, y sin mediar
palabra, le siguieron. Yo hice lo mismo, preguntándome qué estaban haciendo.
Cuando abandonamos la cafetería lo entendí. Kate había empezado a chillar con
muchísima fuerza, maldiciendo el nombre de Ryan una y otra vez. Sus gritos eran
lo más parecido a un cerdo en el matadero que había escuchado nunca.
Andamos por el pasillo en silencio. Una pregunta asaltó mi mente mientras
observaba la espalda de Ryan más adelante: ¿por qué Kate odiaba tanto a Ryan?
Es decir, vale, entendía por qué en ese
preciso momento le odiaba. No es agradable que te duchen con natillas
rancias. Pero, ¿de ahí a querer darle una paliza? El señor Callaghan había
dicho que la gente le tenía manía a Ryan por ser diferente. Saltaba a la vista
que él no era como los demás, pero me parecía demasiado extremo. Había algo que
se me escapaba. Y aunque le preguntara a Ryan, él no iba a soltar prenda.
Mis dudas sobre Ryan no hacían más que crecer, y no tenía respuesta
para ninguna de ellas.
Kim me agarró del hombro y me sacó de mis pensamientos. Tenía los
hombros tensos.
- Oye, siento mucho que hayas tenido que ver esto – susurró lo
suficientemente bajo como para que los demás no la oyeran.
Tardé unos segundos en comprender a qué se refería.
- Oh, no, pero si yo no… - en realidad no sabía qué responderle.
- Mira, te voy a ser sincera, ¿de acuerdo? – se detuvo en seco, y yo
me paré a su lado. Me habló con una incompresible voz que describiría entre
seria y rota -. Lo que voy a decirte podrá parecerte cruel, pero es la pura
verdad.
Tragué saliva y asentí. ¿A qué venía esto ahora?
- TJ, no sé si te habrás fijado, pero nosotros somos diferentes a los
demás – gracias, Kim. Sin ti, no habría podido adivinarlo -. Hemos tenido la
suerte, o la desgracia, de no dejarnos influenciar. Y sólo por eso, la gente no
suele respetarnos. Nos tratan como si fuéramos inferiores a ellos.
Se me revolvió el estómago. Sabía que la gente se metía con Ryan, pero
nunca llegué a imaginar que también lo hicieran con ellos.
- Eso es totalmente injusto – espeté.
- Ya lo sé – respiró hondo -. Es una mierda, pero es así. No elegimos
el cómo nos traten los demás. Y como tenemos que vivir con ello, no nos queda
otra alternativa que intentar hacernos respetar.
Me sentí furioso, aunque esa conversación ya la había tenido antes.
Guardé silencio. No sabía qué decir.
- Por eso – me miró a los ojos y me puso la mano sobre el hombro. Sus
hombros se relajaron – no le tengas en cuenta estas cosas a Ryan. Lo hace para
No me esperaba que la conversación siguiera por ahí.
- ¿A qué te refieres?
Sonrió. Aquélla me pareció la sonrisa más triste que había visto en mi
vida. Dirigió sus ojos parduzcos hacia un lugar del techo de granito, y por un
momento, creí ver que se le estaban llenando de lágrimas.
- Ryan… la tienen cogida con él. Lo detestan sobre todas las cosas –
su voz tembló -. A nosotros no nos dan tanto la lata. Pero a Ryan le odian.
Mi pulso se aceleró. Necesitaba respuestas, y las necesitaba ya.
- ¿Pero por qué? ¿Por qué, Kim? ¿Sólo por ser como es y no
avergonzarse de ello?
Me dejó helado cuando me cogió la mano y empezamos a caminar. Se secó
una lágrima con el dorso de la mano libre.
- Eso es algo que nos preguntamos todos los días.
Eché un vistazo a Ryan. Continuaba caminando delante de todos, solo,
con las manos en los bolsillos y los hombros caídos.
Mi corazón se hizo pedacitos. Ryan no se merecía esto. Ni Ryan ni
nadie.
Y yo me sentía un inútil por no poder hacer nada.
Apreté con fuerza la mano de Kim. Era huesuda y estaba fría. A mí
también me habían entrado ganas de echarme a llorar.
Cogimos nuestras cosas y nos tomamos la libertad de saltarnos las
últimas clases. Comimos en una de las cafeterías de la plaza, y luego nos
metimos en la Iglesia a estudiar.
O al menos eso intentamos. A eso de las cinco comenzaron a taladrar y
a dar martillazos en el edificio de al lado. La sala de lectura de la Iglesia
estaba coronada por una bóveda, y el ruido de las obras se hacía insoportable
por la reverberación. La gente fue abandonando la biblioteca poco a poco,
cuando concentrarse se les hacía imposible.
Nosotros, sin embargo, nos quedamos un par de horas haciendo el tonto
en una de las mesas, lanzándonos bolas de papel y sacándonos fotos con la
cámara profesional de Kim. Podríamos habernos ido, pero decidimos quedarnos por
Ryan. Había estado un poco apagado desde que nos largamos del instituto, y
aunque ninguno lo dijo en voz alta, teníamos que animarlo. Quedarnos en la
biblioteca haciendo en ganso nos pareció la mejor opción, y acertamos. En
cuestión de minutos, Ryan volvía a ser el mismo de siempre.
Eso me dio en qué pensar. A pesar de que tenía colgado el cartel de
grandísimo capullo, en el fondo a Ryan le dolía que se metieran con él. Y por
eso se comportaba como lo hacía. Fingía que pasaba de todo para que los demás
no notaran que en realidad sí que le importaba.
Qué asco de gente.
- Chicos, por favor, ¿seríais tan amables de bajar el tono? – Zack nos
miró ceñudo -. Hay gente que intenta estudiar.
Le abucheamos y le bombardeamos con una lluvia de pelotas de papel.
Harry incluso le tiró una goma de borrar.
- ¿Cómo puedes concentrarte con el ruido de las obras? – preguntó
Simon jugando con un bolígrafo entre los dedos.
- Con el alboroto que estáis haciendo vosotros apenas escucho la obra.
Nos miramos, y volvimos a regarlo con papel y otros objetos.
- Vamos, Zack, no seas aguafiestas y déjalo por hoy – Kim estaba
tumbada sobre el banco de madera. Su cabeza descansaba sobre el regazo de Mina.
Miraba las fotos en la pantalla de su cámara.
Zack cerró el libro de Literatura y se soltó el pelo, sacudiendo la
cabeza.
- No me va a quedar otra, escandalosos.
- Hey, ¿quién se apunta a ir a tomar un batido? – propuso Harry.
- Te olvidas de nuestro amigo intolerante a la lactosa – Ryan me
apuntó con la punta del lápiz.
- ¡Por última vez, no soy alérgico a la lactosa! – me enfurruñé -.
Simplemente no puedo beber leche. Me dan arcadas.
- Bueno, nosotros nos tomamos un batido y tú miras – Harry se rió de
su propio chiste, y yo puse los ojos en blanco.
- ¿Y si echamos una partida al billar? – la alternativa de Kim gustó a
la gran mayoría, así que decidieron pasarse por los recreativos.
Nos levantamos y empezamos a recoger nuestras cosas. Kim se incorporó
para que Mina pudiera levantarse. Se echó su larguísima cabellera hacia atrás y
anunció:
- Yo voy al servicio un momento. Volveré enseguida.
Entonces pasó algo muy raro. Probablemente fuera, una vez más, la
falta de contacto humano, aunque la falta de sexo, para ser más concreto, lo
que me hizo ver visiones. Juraría que había visto a Mina echar una mirada
encendida a Kim, y mientras se iba, le había acariciado el hombro y había
seguido hasta su antebrazo con los dedos. Sin embargo, Kim no la había mirado.
Sacudí la cabeza y pestañeé con fuerza. Definitivamente estaba falto
de sexo. Había pasado más de un mes desde que me acosté por última vez con
Andrea, y ya estaba empezando a pasarme factura el tener asuntos acumulados en
las joyas familiares.
Kim se levantó, y dijo que aprovechaba para ir al baño ella también.
Me reñí a mí mismo por imaginarme cosas raras con Mina y Kim. No sólo
por la adoración secreta que sentía por Mina. Ellas tenían la típica relación
de amigas que iba más allá de lo que los demás pudieran ver. Parecía que les
unía un vínculo muy fuerte. Por la forma en que se miraban y en que se
comportaban, era como si el destino hubiera querido que fueran inseparables.
Muchas veces quedaban juntas para estudiar, ir de compras, ver una peli, e
incluso se prestaban algunas piezas de ropa, a pesar de tener estilos
completamente diferentes. Mina era muy femenina, y Kim… en fin, Kim era Kim.
Por un momento, me recordaron a Andrea y a Zoe. Al igual que ellas,
Annie y Zoe pertenecían a un grupo mucho más grande de amigos, pero entre ellas
existía una relación especial. No podían vivir separadas la una de la otra.
Me acordé de Andrea, y me puse nostálgico.
Al cabo de un rato ya habíamos recogido, y las chicas aún no habían
regresado. Ryan sacó su móvil para darles un toque, pero enseguida aparecieron
al otro lado de la sala. Mina se miraba en un espejo de mano y se colocaba el
pelo.
- De verdad, ¿se puede saber qué hacéis las chicas en el baño para
tener que ir juntas? – me quejé cuando las tuvimos delante.
Se miraron con una sonrisa cómplice.
- ¿No lo sabes? – dijo Kim, tratando de no reírse -. Mientras una mea,
la otra aplaude.
- Y yo como soy muy original – continuó Mina -, mientras ella orinaba,
le he cantado una canción.
Todos se echaron a reír, y yo me sentí idiota por no entender la
broma.
- Venga, vamos antes de que nos cierren los recreativos – se apresuró
Simon.
Miré mi reloj. Eran las siete menos veinte de la tarde.
- Oh, lo siento, lo había olvidado. Hoy es jueves. Voy a ir a cenar
con mi padre. Estará a punto de llegar a casa – me excusé.
- Vaya, es verdad – Mina arrugó la nariz -. Bueno, que os divirtáis.
Ya jugarás la próxima partida.
- Chicos, yo creo que me voy también – anunció Ryan. Todos le miramos
confusos -. No me apetece demasiado jugar al billar.
- Podemos jugar al futbolín – sugirió Zack.
- No, no es eso. Estoy un poco cansado. Creo que iré a casa a comer
algo y luego me acostaré.
No tenía pinta de cambiar de opinión, así que dejaron de insistir.
Caminamos juntos hasta la plaza, y allí nos despedimos. Ellos se fueron al
salón de juegos, justo al lado de la cafetería a donde Ryan me había llevado la
primera vez que salimos, y nosotros nos dirigimos calle abajo hacia las
afueras. Ryan vivía cinco manzanas más abajo de mi casa.
- Oye, Ryan, ¿Mina y Kim hace mucho que se conocen? – comenté mientras
caminábamos.
Ryan se toqueteó el piercing.
Siempre lo hacía cuando se paraba a pensar en algo.
- Pues sí. Desde el jardín de infancia, creo.
- Están muy unidas, ¿verdad?
- Mucho – Ryan lanzó una risilla pícara.
- La verdad, esa clase de amistad que tienen las chicas es difícil de
comprender – reflexioné -. Es algo que se escapa de toda lógica. Pero se nota
que se quieren mucho.
Ryan se detuvo en seco. Yo avancé varios pasos hasta que me di cuenta
de que ya no me seguía. Al girarme, le observé mirarme con cara de pasmo.
- TJ, Mina y Kim son novias.
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