(Del lat. procrastinare).
1. tr. Diferir, aplazar.
El
despertador marcaba las doce del mediodía cuando me desperté el sábado. Por
gracia divina, no tenía jaqueca, pero igualmente me sentía como si un bulldozer se hubiera paseado por encima
de mí durante toda la noche, y se hubiera ensañado con mi cráneo. Me costaba
mantener los ojos abiertos sin que la resaca me taladrara la cabeza. Permanecí
un par de minutos boca abajo sobre la cama, con un brazo colgando por el
lateral, lamentando una por una las copas de vodka que bebí la noche anterior. Al
menos, las que recordaba haber bebido, que eran exactamente tres. O cuatro. ¿O
fueron cinco?
Levanté la
mirada, y me encontré con los ojos del cantante de Nickelback fijos en mí.
- No me
mires así, Chad – gruñí, aun sabiendo que estaba hablando con un póster -. Te
prometo que no volveré a beber nunca más.
Hundí la
cara en la almohada, deseando la muerte. Enseguida me incorporé rápidamente
sobre la cama, y la cabeza me dio vueltas hasta que se me revolvió el estómago.
Me di cuenta de algo que no encajaba: estaba en mi habitación. En mi casa. Y no
tenía ni idea de cómo narices había llegado. No recordaba haber vuelto por mi
propio pie, ni siquiera recordaba que alguien me hubiera traído. Lo que es más,
llevaba puesto los pantalones de chándal y la camiseta que uso como pijama. Y
estaba seguro de que, tal y como estaba anoche, yo no habría sido capaz de
desvestirme y de ponerme el pijama. Y menos aún de doblar la ropa, tal y como
estaba sobre la mesa de mi escritorio. Alguien me había traído a casa, me había
puesto la ropa de dormir, había doblado la ropa usada y me había acostado.
Traté de hacer memoria, pero tuve que dar el intento por fallido cuando la
cabeza comenzó a palpitarme. Había una especie de laguna en mi cerebro que no
era capaz de llenar con nada, salvo con algunos recuerdos muy vagos y poco
claros. Recordaba estar en casa de Kim, bebiendo, gritando, pero poco más. Nada
que me diera una pista de qué sucedió exactamente.
Aborté la
misión y me dirigí al cuarto de baño del primer piso dando tumbos. Oriné, y me
lavé la cara con agua bien fría para intentar despejarme. Eché un vistazo al
chico que me miraba desde el otro lado del espejo. Tenía un aspecto lamentable:
el pelo revuelto y enredado, la piel pálida, casi amarillenta; los ojos
enrojecidos y las mejillas hundidas. Era el rey del mambo.
Volví a
sentarme en el borde de la cama, y respiré hondo un par de veces. Tratar de
recordar algo que no sabía si había sucedido era inútil, así que me centré en
esclarecer hasta dónde recordaba exactamente. Retrocedí en la noche anterior
todo lo que pude y situé los acontecimientos en el tiempo: llegué a casa de
Kim, comí pizza, empezamos a beber, charlé con los chicos, llamé a Andrea…
Andrea. Me
llevé la mano a la frente, y contuve el aire. Los acontecimientos que tuvieron
lugar después de esa llamada estaban perfectamente grabados en mi cerebro: la
bronca con Andrea, la discusión con Ryan, y Harriet. Lamentablemente, lo que mejor
recordaba era lo último.
Tenía que
contárselo a Andrea. Había hecho algo horrible. Es cierto que estaba bastante
borracho y que acababa de tener con ella la peor discusión desde que nos
conocemos. Ella y yo discutíamos muchas veces, pero nunca así. Jamás la había
oído tan enfadada, y yo nunca antes le había gritado de esa manera. Pero eso no
me eximía de lo que hice. Había traicionado la confianza de Andrea, y no se
merecía que le ocultara algo así. Aunque sabía que, si le confesaba lo que
había hecho, se pondría hecha una auténtica furia, incluso sería capaz de
dejarme. Pero entre nosotros nunca ha habido secretos, y estaba dispuesto a
correr el riesgo. No estaba contento con lo que hice. Jamás debería haberme
enrollado con Harriet…
Porque
solamente nos enrollamos, ¿verdad? Al menos, eso creía. A partir de eso, los
recuerdos de la fiesta eran confusos e incoherentes. Traté de recordar si había
pasado algo más, pero la resaca no me dejaba pensar.
¿Y si,
dentro de ese vacío que había en mi cabeza, una de las cosas que faltaban era
que Harriet y yo habíamos ido más lejos? No lo creo. Si me hubiese acostado con
ella, me acordaría. ¿O no? ¿Y si fue ella la que me trajo a casa y nos
acostamos en mi habitación? No, eso sí que no. Ella seguiría aquí, y no hay ni
rastro de ella.
¿Qué demonios
pasó entre Harriet y yo anoche?
Tenía que
saberlo de inmediato, o si no la incertidumbre, y el esfuerzo de intentar hacer
memoria, iban a acabar conmigo. Salté a la silla del escritorio y encendí mi
ordenador. La pantalla me mostró un aviso de que había una alerta de virus, y
que el sistema se disponía a analizar el disco duro. Me llevé las manos a la
cabeza, y seguidamente di un golpe a la mesa. No podía ser más oportuno.
Contemplé
como un zombi la pantalla de la consola del antivirus mientras los iconos de
las carpetas iban pasando delante de una lupa. Me paré a pensar en qué demonios
se me pasó por la cabeza para liarme con Harriet. Reconozco que la chica está
bastante bien, pero… joder, tengo una novia desde hace dos años. Esas cosas no
se hacen. Pero, en realidad, ¿qué habría
hecho cualquiera de estar en mi lugar? Harriet me había puesto la cabeza entre
los pechos, que no eran pequeños. Estaba borracho. Y ella también. Era muy
difícil resistirse a eso…
No. No, no,
no. Me di un par de golpes con la palma de la mano en la frente. No podía
pensar en esas cosas. Andrea es mi novia, y ella debía ser la única mujer en mi
vida. Harriet podía tener el pecho tan grande como quisiera, y no por ello
debía dejarme llevar.
El análisis
del antivirus terminó, y abordé el teclado como un depredador. Abrí el correo
electrónico y redacté un mensaje a Harriet.
<<Harriet,
lo de anoche fue un error. Estaba muy borracho, y no era consciente de lo que
hacía. Por favor, júrame por lo que más quieras que no llegamos demasiado
lejos>>.
Envié el
mensaje, y una vez lo tuve en la pantalla, lo volví a leer, y pensé que quizá
me había pasado de desagradable. Al fin y al cabo, la muchacha no tenía culpa
de nada. Había sido yo el que se había lanzado. Bueno, ya tendría otro momento
para disculparme si la ofendía. Lo más importante ahora era corroborar que no
había pasado nada más.
Pulsé la
tecla del F5 varias veces, pero la respuesta no llegaba. Empezaba a ponerme
ansioso. ¿Por qué no contestaba? ¿Qué demonios estaba haciendo? Ah, claro,
estaría durmiendo. A lo mejor debía llamarla para preguntarle, aunque la
despertara. Pero ella nunca me llamó, por lo que no tenía su móvil. Aparte,
dudaba que mi teléfono funcionara, después de practicar lanzamiento de martillo
con él. La única manera de contactar con ella era vía correo electrónico, y
hasta que no se despertara, no iba a contestarme. Me puse histérico. Quería mi
respuesta, y la quería ya. Aporreé la tecla a intervalos de cinco segundos
durante tres minutos, hasta que al final, me rendí. No iba a conseguir nada
quedándome mirando la pantalla del ordenador.
Di varias
vueltas por la habitación resoplando y con las manos sobre la cabeza. La lista
de asuntos urgentes a resolver esa mañana sólo tenía dos tareas, y una de ellas
era impracticable hasta que Harriet se decidiera a contestar al mensaje. Hasta
que no estuviera seguro de lo que había hecho, no podía hablar con Andrea.
Decidí encargarme mientras tanto del segundo asunto: disculparme con Ryan.
Mierda, ¿cómo fui capaz de decirle esas cosas? ¿En qué estaba pensando? De
acuerdo, estaba pedo, enfadado, y un poco resentido. Pero no tendría por qué
haberle dicho esas cosas tan horribles… Es cierto que las pensaba, pero no
tendría por qué habérselas dicho, y mucho menos de esa forma tan desagradable.
La expresión de Ryan estaba grabada a fuego en mi cerebro: fue como si mis
palabras le hubieran despedazado por dentro. Nunca antes le había visto tan…
destrozado.
Me apoyé en
el respaldo de la silla y eché la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Admito
que estaba bastante enfadado con respecto al hecho de que Ryan no compartiera
nada conmigo… pero en aquel momento el que probablemente estaría más enfadado y
decepcionado con respecto al comportamiento del otro sería Ryan. Y no podía
culparle. Me había comportado como un auténtico gilipollas.
Decidí que
no podía quedarme en casa sin hacer nada. Tenía que ir a pedirle disculpas a
Ryan inmediatamente. No podía quitarme de la cabeza el hecho de que le había
hecho daño. Me sentía asquerosamente culpable, después de todo lo que él había
hecho por mí. Seguía sin entender por qué nunca me contaba nada, pero eso no
era razón como para gritarle de la forma en que lo hice. No podía evitarlo:
sentía una fuerte opresión en el pecho cada vez que recordaba lo que había
pasado. Tenía que disculparme, y en persona. Era un asunto demasiado serio como
para solucionarlo por teléfono o con un triste mensaje.
Puede que en
ese momento no me diera cuenta de que el problema con Andrea era mucho más
importante. Pero Ryan se había convertido en mi prioridad, y no iba a estar
tranquilo hasta que hablara con él. Andrea podía esperar. Sentía una necesidad
imperiosa de ver a Ryan y de decirle que lo sentía. Y de verdad esperaba que
fuera capaz de perdonarme.
Bufé
ruidosamente antes de levantarme y de dirigirme al cuarto de baño para darme
una ducha rápida. Me vestí con lo primero que pillé del armario, unos vaqueros
viejos y una sudadera gruesa, y bajé las escaleras como una exhalación. Al
cruzar por delante de la cocina, visualicé una mancha amarilla sobre la nevera.
Me acerqué, y me fijé en que se trataba de una nota de mi padre. Reparé por
primera vez en mi padre: ¿me habría visto cuando llegué anoche? O más bien,
cuando me trajeron. ¿Estaría enfadado? Cogí el post-it, tragué saliva y lo leí en voz alta:
-
<<Buenos días. Como no sé a qué hora te acostaste, no he querido
despertarte. Me han invitado a pescar al lago, así que estaré todo el día
fuera. Volveré por la noche. Tienes un par de filetes descongelándose en el
frigorífico. Cualquier cosa, llámame>>.
Leí la
palabra <<filetes>> y se me revolvieron las tripas. Sólo pensar en
comer me daba ganas de vomitar. Estúpido vodka… Leí la nota una vez más. ¿Eso
significaba que no me oyó entrar en casa anoche? O esta mañana, no estoy muy
seguro de qué hora sería cuando regresé. Parecía imposible. O yo estaba al
borde del coma y me era imposible articular palabra, o quien me trajo hizo un
gran trabajo manteniéndome callado e infiltrándose en casa. Dejé el papel de
nuevo en la nevera, cogí mis llaves, cerré la puerta y me dirigí a casa de
Ryan.
Faltarían
apenas veinte metros para llegar cuando empecé a arrepentirme de haber ido
hasta allá. ¿En qué momento se me ocurrió la genial idea de presentarme en su
casa? Nunca me había llevado ahí, salvo aquella única vez, y era absurdo que me
dejara entrar. Y menos estando tan enfadado como supuse que estaría. De hecho,
hasta dudé que me abriera la puerta. Yo, en su lugar, no lo haría. ¿Por qué iba
a hacerlo, después de cómo me comporté la noche anterior? Aminoré el paso a
medida que me acercaba al pequeño porche de madera lacada en blanco,
rindiéndome. Sólo había estado una vez allí, pero reconocí perfectamente la
casa de Ryan entre todas las casas iguales de la urbanización. Había una corona
de flores secas colgando de la puerta. La primera vez que estuve me fijé en ese
detalle, porque ninguna casa cercana tenía ningún adorno en la fachada, salvo
una, en la que habían colgado la bandera nacional de un poste junto a la
ventana.
Aquello no
había sido una buena idea. Si me daba con la puerta en las narices, me iba a
hundir para el resto de mi vida. ¿Qué iba a hacer yo sin Ryan?
Me coloqué
delante de la corona de flores y respiré hondo. El corazón me latía tan fuerte
que lo oí resonar dentro de mi cerebro. Me sudaban las manos y la nuca. Aquello
era ridículo. Traté de tragar saliva, pero el nudo que se había formado en mi
garganta impidió que bajara, y estuve a punto de atragantarme. Cerré los ojos,
tomé aire, y piqué la puerta dos veces. Apreté los labios y recé para que, al
menos, me abriera la puerta. El verle fulminarme con la mirada sería mejor que
el que ni siquiera quisiese verme la cara. En cualquiera de los casos, me lo
merecería, pero no sería capaz de soportar ese desprecio.
No sería
capaz de soportar que Ryan no quisiera volver a hablarme nunca más.
Ese
pensamiento me sacudió las entrañas, y sentí un dolor punzante en el estómago
que, desde luego, no era por la resaca. El labio inferior me tembló, y sentí
que iba a echarme a llorar en cualquier momento.
La puerta se
abrió, y el corazón me subió a la garganta.
- ¿TJ?
Fue la madre
de Ryan la salió al porche. Por un lado me sentí aliviado, ya que esperaba
encontrarme con la más asesina de las miradas de mi amigo, y me la había
ahorrado. Pero por otro, la decepción que se apoderó de mí fue inmensa, ya que
la agonía iba a durar un poco más.
Cuando me
recuperé de la impresión y la sangre volvió a circular por todo mi cuerpo, eché
un vistazo a la señora Martin. Era curioso. La primera y única vez que la había
visto llevaba la ropa del trabajo. Iba muy arreglada y elegante, maquillada y
con el pelo perfectamente recogido en un moño. Fue extraño verla sin
maquillaje, con ropa de deporte – llevaba una camiseta de tirantes y unos
pantalones vaporosos, supuse que para hacer yoga – y un pañuelo alrededor de la
cabeza. Pero, desde luego, no había duda de que era la madre de Ryan. Esos
ojos, tan azules como el cielo, que se escondían tras la montura dorada, sólo
podían ser los suyos.
- B-buenos
días, señora Martin… - tartamudeé. Además de estar ya bastante histérico, la
madre de Ryan me ponía nervioso.
- Hola,
cariño – sonrió despreocupadamente, y las gafas se elevaron sobre la nariz -.
Ryan no está – mi cara de pasmo le arrancó una explicación -. Se fue a entrenar
esta mañana.
En aquel
momento estuve convencido de que Ryan era Hulk, o algo así. Era casi la una de
la tarde. Yo me estaba muriendo de la resaca, ¿y Ryan se había ido a correr, a
saltar y a brincar por ahí? Lo de este chico era inexplicable. Imposible e
inexplicable. ¿De verdad que estaba tan entero, después de la fiesta? O a lo
mejor no había dormido y había ido directamente a… Eso fue hasta más absurdo
aún. Estaría arrastrándose por el suelo. Como yo, casi.
- ¿A
entrenar? – ladeé la cabeza, confuso y escéptico a partes iguales.
- Los
entrenamientos comenzaron la semana pasada, pero como estaba tan liado
estudiando, no pudo asistir al anterior… Bueno, qué te voy a contar a ti de
estudiar – sonrió cariñosamente, y se apoyó en el marco de la puerta con los
brazos cruzados -. Aunque lo cierto es que no sé exactamente a qué hora
llegará… Lo siento.
Vaya por
Dios. Desde luego, el destino se había cebado conmigo aquella mañana. ¿Cuánto
más tendría que esperar hasta poder hablar con Ryan? ¿Cuánto tiempo más tendría
que soportar ese nudo en el estómago que me agotaba? ¿Cuánto más tendría esa
sensación de que me jugaba la vida?
Sin embargo,
a pesar de la resaca y del malestar general, tuve una revelación, la mejor idea
que había tenido nunca. Podía aprovechar aquella situación, y mi viaje hasta
casa de Ryan no habría sido en vano. Era arriesgado, pero podría funcionar.
Gracias,
cerebro.
- Lo cierto
es que no venía a hablar con Ryan, señora Martin… - traté de sonar convincente,
y pareció dar resultado: ella me miró con los ojos muy abiertos, sin comprender
-. En realidad venía a hablar con usted.
- ¿Conmigo…?
- Así es.
Aquel día me dijo que… bueno, que cualquier día podríamos vernos para charlar
un poco… No he tenido la oportunidad de hacerlo desde que llegué al pueblo, y
la verdad es que pensé que ahora podría ser un buen… momento.
Yo sabía que
no era un buen momento en absoluto. Así, de repente, sin avisar. Nadie hacía
algo así, aunque fuera por mera educación. La madre de Ryan dudó. Echó un
vistazo al interior de la casa, y luego me miró por el rabillo del ojo. Debatía
algo en su interior, algo que no alcanzaba a entender. Masculló algo sobre un
fuego, la ropa que llevaba puesta, y creo que también mencionó a Ryan. Miró su
reloj de pulsera, y finalmente, suspiró pesadamente, y negó con la cabeza,
encogiéndose de hombros.
- Ryan no
tiene por qué enterarse. Anda, entra, cariño.
No contaba
con la posibilidad de que me dejara entrar en la casa, aquel lugar misterioso
al que Ryan nunca me ofrecía ir, y al que, por su comentario, tampoco permitía
a su madre invitar a nadie. Pero lo había conseguido.
Eres un
maldito genio, Jameson.
La señora
Martin me dio paso, y me condujo hacia la cocina, a la izquierda de aquel
coqueto salón de paredes vainilla y muebles azules. La cocina era una estancia
pequeña, cubierta de azulejos color celeste pálido en las paredes y marrón en
el suelo. La mesa y las tres sillas de comedor eran de madera lacada en un
blanco inmaculado, al igual que los armarios sobre la encimera, la cual parecía
de piedra o de algún otro material duro por el estilo. Los electrodomésticos,
por su parte, eran de acero brillante. Una maceta con una planta colgante,
hiedra, supuse; quedaba suspendida en el aire, colgando del techo sobre la
mesa. Las cortinas de la única ventana que daba a la calle tenían dibujos de
frutas, y no pude evitar sonreír al verlas. Me recordaron a las cortinas con
zanahorias de la cocina de Los Simpsons.
- Pasa, por
favor. Siéntate – me ofreció la señora Martin, y tomé asiento en una de las
sillas mientras ella comprobaba el contenido de una tetera de metal que había
sobre uno de los fogones -. Estaba haciendo té. ¿Te apetece una taza cuando
esté listo?
Asentí. No
me apetecía realmente, pero algo caliente me asentaría las inquietas tripas.
- Dime, ¿de
qué querías hablar? – se sentó en la silla frente a la mía y apoyó la barbilla
en el puño, mirándome a los ojos, prestándome toda su atención. No pude evitar
sentirme un poco abrumado, no sólo por su belleza, sino también por su clase y
por sus buenas formas.
- Bueno… -
tragué saliva -. Quería hablar sobre Ryan.
Sus ojos se
oscurecieron, y se tensó en su asiento.
- ¿Qué ha
hecho ese cenutrio?
- ¡Nada,
nada! – agité las manos, tratando de calmarla -. No ha hecho nada malo. Sólo
quería preguntarle algo.
- ¿El qué? –
sus hombros se relajaron, y suavizó el tono -. ¿Ha pasado algo entre vosotros?
Uy, si yo le
contara, señora Martin.
- No es eso…
- suspiré, y me miré las palmas de las manos, abiertas sobre mis rodillas. No
me gustaba pensar en ello, y menos tener que decirlo en alto. Pero necesitaba
respuestas, y las necesitaba ya -. Ryan… ¿Yo le caigo bien a Ryan?
Me miró como
si hubiese dicho tranquilamente que los cocodrilos vuelan.
- ¿A qué
viene eso, cariño? Ryan habla constantemente de…
La tetera
silbó, y la madre de Ryan se apresuró a sacarla del fuego. Cuando el vapor
remitió, colocó dentro una rejilla esférica con las hojas de lo que supuse que
era el té, y la colocó entre ambos, sobre un posavasos de corcho, junto con dos
juegos de tazas de porcelana.
- No sé de
dónde has sacado eso – afirmó rotundamente -. Estoy segura de que no tiene
ningún problema contigo.
- Es que… -
ahora o nunca, Jameson. Suéltalo – él me ha hecho muchas preguntas sobre mí, y
yo he contestado… sin problema alguno. De buena gana. Pero cuando soy yo el que
pregunta sobre él, nunca me dice nada… No me cuenta nada, y no sé si es por
algo que yo he dicho, o porque no confía en mí, o…
Jamás pensé
que pudiera doler tanto decir en alto todas las cosas que llevaba tanto tiempo
guardando en el fondo de mi corazón. Cada una de las palabras me quemó la
garganta, y lucharon por salir y ser pronunciadas. Tuve que hacer un esfuerzo
sobrehumano para no romper a llorar.
La madre de
Ryan sonrió levemente, y no respondió. Sirvió té en mi taza, y luego en la
suya. Por el color y el aroma, parecía Earl Grey. Eché varias cucharadas de
azúcar en la mía en un intento por sobrellevar la situación y no pensar en lo
estúpido que me sentía. No me di cuenta de que la señora Martin se había
inclinado hacia mí hasta que sentí su mano sobre la mía. Al alzar la mirada, la
vi muy tranquila, y sonreía de esa forma que sólo sonríen los padres.
- Cielo… No
te preocupes por eso – su voz era suave y calmada, y no supe por qué, pero me
sentí repentinamente menos intranquilo -. Ryan es una persona muy cerrada. No
sólo contigo, sino con todo el mundo. Te lo digo yo, que le conozco desde hace
bastante tiempo.
- Pero no
entiendo por qué no es capaz de… Se supone que somos amigos…
- Creo que
ésa es precisamente la razón por la que aún no lo ha hecho. Él… - suspiró, y yo
ladeé la cabeza, sin comprender – bueno, ya sabes que es… diferente – dio un matiz a ese adjetivo que no fui capaz de
identificar -. No sé si él te habrá contado esta historia, pero lo cierto es
que… cuando cambió de instituto, los otros chicos hicieron lo mismo que estás
haciendo tú: querían conocerle, saber de él. Y cuando se abrió a los demás, tal
y como le pidieron, le rechazaron… - sus ojos adquirieron un brillo que no supe
si era de tristeza o de rabia. O de ambas cosas a la vez – Pasó bastante tiempo
solo hasta que encontró a alguien que lo aceptase tal y como es. Ya sabes,
Kimberly, Mina, Zack… Y tú, finalmente. Pero, por lo que me cuenta, cielo, tú
eres especial. Y estoy casi segura – volvió a mirarme a los ojos mientras me
acariciaba el dorso de la mano con el pulgar – de que si no se ha abierto a ti
es porque teme que suceda lo mismo que pasó con esos chicos. Que le rechaces.
Tiene miedo de perderte, TJ.
Fui un
idiota. Fui un verdadero idiota. Jamás había pensado en esa posibilidad. Había
estado obcecado en que la razón por la que Ryan no quería contarme nada era yo.
Nunca se me había pasado eso por la cabeza. Ryan me había contado esa historia,
y si me paraba a pensar y a atar cabos, a basarme en lo que había vivido en mis
propias carnes, lo que su madre me había contado tenía sentido. Mucho sentido.
¿De verdad
lo hacía para evitar mi rechazo? Era una estupidez. No podría rechazar a Ryan
ni aunque su mayor secreto fuera que cargaba con un asesinato a sus espaldas.
¿Tanto le importaba mi amistad como para evitar contarme cosas que podrían
cambiar mi opinión sobre él? ¿Tan inseguro estaba?
Aquello me
pareció la cosa más dulce y sincera que nadie había hecho por mí. Ni Andrea, ni
mis amigos de Washington, ni mi padre, ni mis hermanas. Nadie.
Desde luego,
conocer a Ryan fue uno de los mejores regalos que el destino me había hecho. Y
darme cuenta de ello, también. No podía quererle más.
Y yo le
había echado en cara cosas que no eran ciertas… Dios mío. Debía de estar hecho
polvo. Y furioso.
- ¿TJ? ¿Te
encuentras mal, cariño? – la señora Martin me sacó de mis pensamientos cuando
se inclinó hacia delante y me enjuagó las lágrimas que me humedecían las
mejillas. Mierda. Me había emocionado, y no me había dado cuenta. Sacudí la
cabeza, y terminé de limpiarme con el puño de la sudadera.
- No es nada
– musité, y ella se relajó -. Es sólo que…
- Te sientes
aliviado, ¿verdad? – terminó mi frase con una sonrisa cálida, y se apoyó en el
respaldo de la silla. Me quedé bloqueado.
- ¿Cómo lo
sabe?
- Soy
bastante más vieja que tú – bromeó, y se llevó la taza a los labios -. Tengo
experiencia en cierta clase de…
Enmudeció de
repente, y se puso alerta, como un perro que levanta las orejas al escuchar un
sonido extraño. Se llevó un dedo a la boca, pidiéndome silencio, y prestó
atención a algo, aunque no miraba a ninguna parte en concreto. Se oyó el ruido
de unas llaves, y el chasquido de la cerradura.
- Mamá, ya
estoy en casa.
Mierda.
La señora
Martin perdió el poco color que tenía en el rostro y movió las manos,
ordenándome que me escondiera. Me levanté de mi silla de un salto y miré a mi
alrededor, pero no sabía dónde. Con el corazón en la boca, le señalé la
ventana, y ella puso los ojos en blanco. Apretó los labios, buscando un buen
escondite en el cual poder escapar de la ira de su hijo. Clavó los ojos en la
puerta de la cocina, y me indicó con un movimiento de cabeza que me ocultara
detrás. Quise rebatirle que ahí me pillaría enseguida, pero hizo un aspaviento
desesperado, y no tuve otro remedio. Me colé con la mayor discreción que pude
entre la puerta entreabierta y la pared, metiendo inútilmente la tripa para que
no rozara la puerta y se moviera.
¿Cuánto
tiempo pasó desde que oímos la voz de Ryan y me escondí? ¿Tres, cuatro
segundos?
La puerta se
movió ligeramente hacia mí, como si alguien la estuviera empujando desde fuera,
reduciendo la distancia que había entre ella y yo. Tragué saliva y cerré los
ojos.
Pero se
detuvo a unos dos centímetros de las punteras de mis deportivas, y eché todo el
aire por la boca sin hacer ruido. Sentí el pulso acelerado en las sienes y en
el cuello, como un tambor.
- Qué pronto
has vuelto, hijo – la señora Martin habló tranquila, manteniendo el tipo, como
si nada hubiera sucedido.
- Ya. Como
son las primeras sesiones después del invierno, el entrenador ha dicho que
empezaremos poco a poco – podía sentir a Ryan a menos de tres pasos a mi lado.
No podía verle, pero por cómo arrastraba las palabras y tomaba aire, debía de
estar cansado. Y sudado, porque apestaba -. ¿Por qué hay dos tazas sobre la
mesa?
Mierda,
mierda, mierda.
- ¿Ya una no
puede hacerse un té tranquilamente?
Sentí que
Ryan se alejaba, y escuché los golpecitos de la cuchara sobre la porcelana.
- ¿Dos? ¿Y
una con azúcar? Tú nunca echas azúcar a las infusiones.
Nos ha
pillado.
- El té me
quedó demasiado fuerte – respondió con naturalidad, sin pararse a pensar -, y
pensé que echándole azúcar estaría pasable. Pero creo que lo empeoré más de lo
que estaba. Si quieres bebértelo, adelante; pero si no lo quieres, supongo que
lo tiraré.
- Creo que
paso. No me inspira confianza.
Que alguien
le dé el Oscar a esta mujer, por el amor de Dios.
Ryan anunció
que iba a subir al piso de arriba a darse una ducha. Sus pasos sonaron cada vez
más lejos, hasta que, en algún lugar del piso de arriba, se oyó una puerta
cerrarse. La señora Martin bufó pesadamente, y el chirriar de la silla me
indicó que ya no había peligro. Salí de detrás de la puerta con el corazón en
la garganta, casi saliéndoseme por la boca.
- Siento
mucho haberte metido en esto – juntó ambas manos, pidiendo perdón en voz muy
bajita para que mi amigo no la escuchara -. No pensé que fuera a regresar tan
temprano.
- No se
preocupe. No ha sido culpa suya.
- En
realidad sí que lo es – se cruzó de brazos, y dedicó un suspiro aparentemente
triste a algo en la habitación de al lado, al salón. Seguí su mirada, pero
antes de poder analizar qué era lo que captaba su atención, sentí su mano en el
hombro. Sus dedos eran finos, casi huesudos -. A Ryan no le gusta que entre
gente en casa, y en el fondo lo entiendo. Será mejor que te vayas, antes de que
baje.
Por lo
tanto, mi corazonada era cierta: ni Ryan invitaba a nadie a su casa, ni su
madre tampoco lo hacía. La pregunta era: ¿por qué? ¿Qué demonios le pasaba a la
casa? Era una casa completamente normal, en una urbanización completamente
normal, con muebles completamente normales y unas cortinas completamente
normales. Al menos con respecto a las tres habitaciones en las que había
estado. No veía nada extraño o espeluznante en ellas.
Con la mano
aún cariñosamente sobre mi hombro, me acompañó hasta la puerta. Traté de
fijarme en algún detalle sospechoso en el salón, pero, obviamente, no encontré
nada. ¿Qué era lo que Ryan ocultaba?
- La próxima
vez que te apetezca hablar, lo haremos en un lugar neutral, ¿vale? Yo ya no
estoy para estos disgustos – bromeó la señora Martin.
Me encontraba
fuera, en el porche, y aunque la madre de Ryan parloteaba despreocupadamente
apoyada en el marco de la puerta, frente a mí, mi mente estaba en otra parte,
más allá de ella, observando el interior del salón. Buscaba evidencias mientras
asentía de vez en cuando. No había nada fuera de lo normal: un sofá, un par de
sillones, una mesita baja, un canapé, cortinas a juego con el tapizado azul de
los muebles, una maceta con un naranjo joven, cuadros en la pared… No, no eran
cuadros. Eran marcos de fotos.
Los marcos.
Había algo raro en esos marcos para fotos. Me detuve en ellos, fijando la vista
todo lo que mi incipiente miopía me permitía, y cuando por fin me di cuenta,
sentí que se me bajaba la tensión de golpe. Me mareé un poco, y se me revolvió
el estómago.
- ¿Quieres
que le diga a Ryan que te llame o algo? – preguntó la señora Martin, que no se
había percatado de que no seguía su conversación.
- ¿Qué? Ah…
No, no hace falta. Yo sólo vine a hablar con usted… - farfullé, tratando de no
mirar demasiado al interior de su salón.
- Como
quieras. Si quieres volver a quedar para charlar, puedes llamar a casa – sonrió
amablemente, y me dio una palmadita en el hombro -. Ten cuidado al volver a
casa.
Asentí, y di
media vuelta mientras me despedía con la mano. Caminé despacio, aún ligeramente
mareado y confuso, hasta que oí la puerta cerrarse a mis espaldas. Entonces, me
apoyé en la pared de la casa contigua, y me dejé caer hasta quedar sentado en
el suelo, tratando de digerir lo que había descubierto.
Ryan no
aparecía en ninguna de las fotos que habían colgadas de la pared. Su madre
salía en prácticamente todas las instantáneas, y una chica joven, de gran
parecido físico a la señora Martin, probablemente la hermana de Portland,
también, al igual que un señor calvo que debía de ser su padre. Pero él no
salía en ninguna de ellas. No había rastro de él.
¿Por qué?
Volví a casa
dándole vueltas al asunto de las fotos. Estaba inquieto, ya que no encontraba
una razón aparente por la que su madre, o su padre, quisieran retirar todas sus
fotos. Era muy extraño, y el poco conocimiento que tenía sobre la vida privada
de Ryan no me permitía establecer hipótesis. Por otro lado, sentí que me había
quitado un gran peso de encima. Hablar con la madre de Ryan me había aclarado
la gran incógnita que llevaba rondándome la cabeza las últimas semanas… O el
último mes, me atrevería a decir. Y ya no estaba tan preocupado, al menos por eso.
Estaba más asustado por el hecho de que Ryan pudiera estar enfadado conmigo por
lo que pasó la noche anterior. Sin embargo, en lo que concernía a ese asunto
tan importante, estaba increíblemente aliviado. Tanto, que incluso sentí
apetito al llegar a casa, y los filetes que mi padre me había dejado para comer
no me parecieron tan repulsivos.
Subí a mi
cuarto después de limpiar la cocina, y mientras me quitaba la sudadera, oí una
campanilla suave. La alerta de correo electrónico nuevo. La goma de los calzoncillos
se me puso de corbata.
Harriet.
Estaba tan
enfrascado en el problema con Ryan que había olvidado por completo el que tenía
con Andrea. Me lancé sobre el portátil y abrí la bandeja de entrada. Había un
mensaje nuevo de Harriet. No había incluido ningún asunto. Una gota de sudor
frío bajó por mi nuca, y tras tragar saliva, cliqué en el mensaje. Una nueva
ventana emergió en la pantalla con el siguiente texto:
<<No
sucedió nada anoche, puedes estar tranquilo>>.
Fue bastante
escueto, y yo diría que hasta un poco borde, pero no podía recriminárselo, ya
que mi mensaje había sido el triple de grosero que el suyo. Sin embargo, para
mí fue suficiente. Me desplomé sobre la silla dejando escapar un suspiro de
alivio, y giré sobre el eje de la silla varias vueltas con los brazos
extendidos. No había pasado nada que pudiera lamentar. Eso era genial, era lo
que necesitaba oír. Tal y como Harriet decía en su correo, podía estar
tranquilo. Sólo había sido un simple beso.
El problema
era el cómo decírselo a Andrea. Aunque sólo se tratara de un beso estúpido y
sin importancia, y lo más importante, en pleno apogeo de mi borrachera; a ella
no le iba a gustar lo más mínimo. La conocía demasiado bien como para siquiera
pensar que podría entenderlo y dejarlo pasar. Se pondría hecha un basilisco.
Era incluso probable que, después de eso, me dejara.
La idea de
que Andrea rompiera conmigo hizo que me diera un escalofrío por toda la
espalda, y mis hombros se tensaron. Si Andrea me dejaba… ¿qué iba a hacer? Era
mi novia desde hacía dos años, pero nos conocíamos desde hacía mucho tiempo
antes. Era mi otra mitad, mi alma gemela. Y a pesar de vivir en estados
diferentes, yo la quería, e iba a seguir queriéndola hasta el fin de mis días.
Jamás había estado tan enamorado de nadie como lo estaba de ella. Si ella me
dejaba… Mi mundo se vendría abajo.
No me
percaté de que mis manos habían empezado a temblar sólo por el simple hecho de
imaginármelo. Me golpeé la cara un par de veces para espabilarme, y al hacerlo,
sentí un dolor punzante en la base del cuello. Me había tensado tanto que se me
habían cargado los hombros y el cuello. Estupendo. Nada más apropiado para
estos momentos.
Busqué mi
malogrado teléfono por la habitación, y lo encontré junto a la ropa
misteriosamente doblada de la noche anterior. Crucé los dedos para que, después
del viaje que le di en la cocina de Kim, aún funcionara. Y funcionó, para mi
sorpresa. Perfectamente. Dejé que iniciara el proceso de encendido, y mientras
esperaba, el corazón se me puso en la garganta. Era incapaz de dejar los pies
quietos, y había empezado a sudar como un pollo. Estaba realmente nervioso. Y
asustado. Sobre todo asustado. Lo que iba a hacer posiblemente pudiera alejarme
de la persona que más quería en el mundo, pero debía hacerlo. Esconderlo sólo
empeoraría las cosas. Porque, si se enteraba por otras personas, entonces sí
que ardería Troya. Además, debía afrontar mis propios errores. Yo la había
cagado, así que yo tenía que arreglarlo.
Tomé aire e
intenté tragar saliva, pero tenía la boca completamente seca. Marqué de memoria
el número de Andrea, y me llevé el auricular a la oreja. Fue como si, en vez de
un teléfono, hubiese levantado un bloque de hormigón. Sonaron los primeros
tonos. Cada vez sudaba más, incluso noté una gota correr libremente por mi
frente. Cerré los ojos con fuerza, obligándome a calmarme. Relájate, Jameson.
Reláj…
- ¿D-diga…?
Andrea
contestó al quinto tono, y al escucharla gruñir, me tensé como un poste. No iba
a ser fácil. Nada fácil.
- H-hola… -
estaba tan nervioso que fue lo único que fui capaz de articular.
- Joder, TJ,
me has despertado… - se quejó con voz ronca, y por lo que pude escuchar, se
revolvió entre las mantas. Miré el reloj de mi mesita de noche: era casi la una
y media. ¿Cómo demonios podía estar todavía durmiendo? Ah, claro. Anoche estuvo
de fiesta.
- Lo siento.
Esto… ¿puedes hablar? – tuve que apretar los labios antes de preguntar para
tragarme lo que tantas ganas tenía de reprocharle. No era de eso de lo que
quería hablarle.
- ¿De qué
quieres hablar? – contestó secamente.
- Es… sobre
algo que pasó anoche.
- Ah, sí.
Cuando me gritaste como un psicópata.
Quería
evitar esta conversación, ya que lo que yo tenía que contarle tenía bastante
más peso, pero no pude evitarlo. Ese comentario me sentó como una patada en el
mismísimo hígado. Salté enseguida.
- ¡Pues
claro que te grité! ¡Te habías marchado de fiesta!
- ¿Y ahora
resulta que yo no puedo hacer mi vida, sino que tengo que quedarme en casa de
luto porque tú no estás? – Andrea también se alteró, y enseguida se puso a mi
nivel.
- ¡Yo no he
dicho eso! ¡Me duele que te olvidaras de mi cumpleaños porque estabas de marcha
por ahí! ¡Y encima que trataras de engañarme!
- ¡Me ha
costado mucho asumir que ya no estás aquí! ¿Y te mosqueas porque salgo a
distraerme con mis amigos? ¡Eso es muy egoísta!
- ¿Pero
estás escuchando lo que te estoy diciendo? ¡Sólo he dicho que me molestó que…!
- ¡Estoy
trabajando como una negra casi diez horas al día para poder ir a verte, me
merezco descansar, salir y tener vida! ¡Es muy injusto que te cabrees conmigo
porque haya salido! ¿Acaso tú no me has reemplazado por tu queridísimo Ryan?
Eso fue la
gota que colmó el vaso. No sólo no me estaba escuchando, sino que encima estaba
soltando mierda que no era cierta. No pude contenerme. Golpeé la mesa del
escritorio, y grité con tanta fuerza que probablemente me hubieran escuchado en
la otra punta del condado.
- ¡Pues
todavía no te he viso el pelo! ¡Y estoy seguro de que los billetes de autobús
no son tan caros como para que hayan pasado dos meses, y aún no hayas venido!
Andrea
enmudeció de repente, y yo también lo hice. Me golpeé la frente con la palma de
la mano. ¡No era esto lo que quería! ¡No podía echarle cosas en cara si lo que
pretendía era decirle que le había puesto los cuernos!
- Oye… - me
apresuré a decir antes de que las cosas empeoraran más – lo siento. Eso ha sido
muy inapropiado.
- Muy
inapropiado – repitió, cortante. Muy bien, Jameson. Lo has hecho de puta madre.
- Perdóname.
Lo he dicho sin pensar.
Bufó
ruidosamente al otro lado de la línea. Eso me demostró que yo tenía razón.
- Da igual.
Bueno, el
momento había llegado. Tenía que decirlo ya, porque cuanto más tiempo pasara,
peor sería para ambos. Llené los pulmones de aire, y agarré con la mano libre
un trozo de papel que empecé a despedazar nervioso.
- En
realidad… te llamaba por otra cosa… - musité con un hilo de voz.
- ¿El qué?
Ahora o
nunca.
- Lo cierto
es que anoche, después de… discutir contigo… - me tembló la voz, y carraspeé un
poco para tratar de ocultarlo, sin demasiado éxito – estaba muy enfadado,
enfadadísimo. Y estaba muy borracho. Y, bueno, eh… Sin darme cuenta, yo… -
cerré los ojos con fuerza, hasta que me dolió la cabeza – besé a otra chica.
Se produjo
ese silencio incómodo y escalofriante que siempre precedía a la bronca. Antes
de que pudiera darme un ictus cerebral por la espera, me apresuré a explicarme.
- ¡No me di
cuenta de lo que hacía! Estaba muy borracho, y ella me dio un abrazo cuando me
vio hecho polvo. Fue sólo un beso, te lo prometo. No significó nada para mí, y
para ella tampoco. ¡Ella ni siquiera me gusta! Sólo fue un beso, te lo juro… Y estaba
muy borracho. Te prometo que no volveré a hacerlo, de verdad. Fue porque estaba
enfadado contigo, pero me arrepentí enseguida. Lo juro.
Cada una de
las palabras que salieron de mi boca atropelló a la anterior, y a medida que
hablaba, dos preguntas rondaban mi mente. La primera era si Andrea me estaba
entendiendo. Y la segunda era si realmente me estaba creyendo. No pronunció una
palabra, ni siquiera un sonido que me diera pistas de lo que estaba pensando. Y
eso me ponía nervioso, frenético. Sentía el cuerpo pegajoso de tanto sudar, y
estaba tan alterado y tenso que empezaba a marearme.
- Annie… Por
favor, no me dejes… - me atreví a decir
con un susurro ahogado.
Más
silencio. Por el amor de Dios, Andrea, di algo. Lo que sea.
- Bueno –
dijo por fin, y su voz sonaba neutral. Imposiblemente neutral -. Si dices que
fue sólo un beso y que estabas borracho, supongo que no pasa nada.
¿Estaba
dormido, y eso era un sueño? ¿No hay gritos? ¿Nada? Era imposible que se lo
hubiera tomado tan bien. Conocía a mi novia lo suficiente como para quedarme
tranquilo con esa respuesta.
- ¿Lo dices
en serio…?
Suspiró
pesadamente, y no estoy seguro de si fue porque estaba cansada, o por algo más
que se me escapaba, pero juraría que aquel fue un suspiro de nerviosismo.
- Sí, no sé…
Todos hacemos cosas raras cuando bebemos – volvió a suspirar de esa forma -. No
te preocupes. No pasa nada.
Era
imposible, pero tan cierto como que el sol sale cada mañana. Toda la tensión y
los nervios salieron de mi cuerpo de golpe, y suspiré aliviado hasta que en mis
pulmones no quedó oxígeno. Reí nervioso.
- Joder,
Annie, gracias. No sabes lo mal que lo he pasado. Pensé que ibas a dejarme.
- ¿Por eso?
Anda, no seas tonto. No es para tanto. Me voy a dormir otra vez, ya hablaremos.
- D-de
acuerdo… - fue tan repentino que no pude pedir más explicaciones -. Te quiero.
- Ya...
Adiós.
Y colgó.
Sonaron los
pitidos de fin de llamada, y aunque Andrea ya no estaba al otro lado de la
línea, me quedé como un idiota sujetando el móvil junto a mi oído, tratando de
razonar de forma lógica lo que acababa de pasar. Se lo había tomado bien,
demasiado bien. De hecho, me atrevería a decir que le había dado igual. Y eso
era raro, imposible. Debía estar enfadada. Si hubiese sido al revés, yo le
habría arrancado la cabez… Bueno, quizás no algo tan exagerado, pero me habría
puesto histérico. Y sin embargo ella… Me fallaba algo. Algo se me escapaba. La
conocía, y esa reacción no era propia de ella.
En realidad,
¿qué más daba? Todo había salido bien, ¿no? Yo lo había soltado, me sentía
mucho mejor conmigo mismo, y Andrea no se había enfadado. O al menos había
fingido que no lo había hecho. Por muy inexplicable que hubiera sido, todo eran
buenas noticias. Había salido ganando de todas formas.
Pensé en
llamarla más tarde, o al día siguiente, para hablar con más detalle y confirmar
del todo si no estaba cabreada conmigo. Si volvía a despertarla, entonces sí
que le daría verdaderos motivos para enfadarse conmigo. Pero, al menos por el
momento, necesitaba relajarme, distraerme, y dedicarme un poco de tiempo,
después de la mañanita que Dios me había regalado por mi cumpleaños. Y una
ducha, porque de lo que había sudado, estaba pegajoso.
Después de
resolver por fin el asunto del beso, fue como si me hubieran quitado los
ladrillos que hacían que me pesara el estómago. No sólo me sentía mejor de la
resaca, sino que además, pude dedicarme despreocupadamente a hacer cosas sin
estar constantemente haciéndome preguntas y comiéndome la cabeza. Eché un par
de partidas a la PlayStation, me tumbé en el sofá a leer, e incluso traté de
poner un poco de orden en mi habitación. Sin demasiado éxito, dicho sea de paso.
Eran las cinco y media de la tarde cuando, de repente, y por primera vez desde
que llegué a Reed River, me dieron ganas de hacer algo de ejercicio. Cuando
vivía en Washington quedaba a menudo con mis amigos para jugar al baloncesto o
al fútbol en las canchas del parque, y cuando ninguno de ellos podía salir,
salía a correr. Me gusta hacer deporte, pero nunca he sido aficionado a los
gimnasios ni a las pesas. Y parecía haberlo olvidado desde que me mudé.
Me hundí en
mi armario hasta encontrar mi pantalón de chándal favorito, uno gris oscuro,
ancho y con bolsillos en los laterales; me puse una sudadera con capucha, me
calcé las zapatillas de correr, encendí mi MP3 y salí en dirección al parque.
Se notaba
que había estado parado los últimos meses. Al empezar a trotar sentí flato en
el costado, y tuve que bajar el ritmo e ir simplemente a paso rápido. Si los
chicos me vieran, seguramente bromearían con que me había vuelto blando. Y era
cierto. Decidí, entonces, que a partir de esa misma tarde, saldría a correr a
diario, poco a poco, para recuperar el fondo. Era más una cuestión de orgullo
que de otra cosa, ya que, aunque ya no practicara ejercicio, no es que hubiera
engordado. Siempre he sido delgado, del tipo de personas que, por mucho que
coma, nunca aumenta de peso. Y tampoco es que coma como un cerdo.
Faltaban
tres manzanas hasta llegar al parque, y Lenny Kravitz cantaba Fly
Away en mis oídos, cuando alguien gritó mi nombre lo suficientemente alto
como para escucharlo por encima de la música. Me saqué los auriculares y miré a
mi derecha. Mina se acercó trotando hasta mí, también en ropa de deporte: una
sudadera negra con una enorme serigrafía blanca de “I ❤NY”
y unas mallas moradas. Llevaba el pelo recogido en una trenza larga y gruesa.
Al detenerse a mi lado, resopló. Tenía la frente perlada en sudor.
- No sabía
que corrías – la fuerza se le escapó por la boca al hablar.
- Ni yo que
tú también lo hicieras – respondí, y ella asintió -. De todas maneras, es la
primera vez que lo hago. Me he propuesto ir a diario a partir de ahora.
Se le
iluminó el rostro y sonrió de esa manera que sólo he visto en ella.
- ¡Podríamos
correr juntos! Nadie quiere ir conmigo nunca, se cansan enseguida.
Le ofrecí
los nudillos, aceptando su propuesta, y ella los chocó. Si iba a ir a correr
todos los días, mejor hacerlo en compañía. Y si era en la compañía de Mina,
mucho mejor.
- Si has
salido a correr, eso significa que estás mucho mejor – volvió a resoplar, y
sonrió -. Me alegro. Iba a llamarte esta noche.
- ¿Eh? No te
sigo.
- Por el
pedo que pillaste anoche, pensé que estarías todo el día durmiendo,
arrastrándote por el suelo, muriéndote – bromeó.
Pillé el
comentario, y le dediqué una risita sarcástica y una mueca de asco.
- Qué
graciosa. Tampoco fue para tanto – mentí.
- Estás de
coña, ¿no? Cuando nos fuimos, apenas podías mantenerte en pie. Ibas haciendo
eses – se alejó un par de pasos e imitó mi supuesta y para nada vertical forma
de andar anoche -. ¿Qué digo? Ibas haciendo el abecedario entero.
- ¿En serio?
– el color se me subió a la cara, y me rasqué la mejilla. Qué vergüenza. Otro hecho memorable para añadir a la laguna
de mis recuerdos -. No me acuerdo de eso.
- Claro que
no te acuerdas. Te digo que ibas hasta arriba de alcohol. Menos mal que Ryan te
llevó a casa. Habrías acabado en Ohio si te hubiéramos dejado solo.
Sentí una
sacudida tan fuerte en el cuerpo que me flojearon las piernas y la cabeza me
dio vueltas hasta que me dolió. Noté que el rojo que se había apoderado de mis
mejillas desaparecía, dando paso al blanco amarillento.
- ¿Ryan me
llevó a casa…? – musité con un hilo de voz. Mina ladeó la cabeza, confusa.
- Pues
claro. Seríamos unas personas horribles si te hubiéramos dejado solo.
- Pero… ¿por
qué Ryan…?
- No lo sé –
se encogió de hombros y metió las manos en los bolsillos de la sudadera -. Se
ofreció y ya está. Supongo que es porque su casa es la que más cerca está de la
tuya.
No podía creer que Ryan hubiera hecho eso,
después de las cosas que le dije… No podía creerlo…
¿Pero qué
clase de amigo se supone que era?
Todavía medio
descompuesto, y sin pararme a pensar en si era una buena idea o una estupidez, eché
a correr por donde mismo había venido. Mina gritó mi nombre, completamente
desconcertada, y sin darme la vuelta, le chillé que me había acordado de algo
importante y que la llamaría. Ella volvió a gritar algo, pero no fui capaz de
escucharla. Corrí con todas mis ganas y fuerzas, tratando de ignorar el flato y
el hecho de que me costaba respirar. El sudor me cubrió todo el cuerpo en
apenas segundos, y las sienes me palpitaban. La falta de oxígeno me hacía
boquear como un pez y me provocaba un dolor tremendo en la cabeza. Me sentía
realmente mal, fatigado y aturdido.
Pero no
podía parar. Debía ver a Ryan cuanto antes.
Volví sobre
mis pasos, y desde mi calle bajé varias manzanas hasta alcanzar la urbanización
de Ryan. Busqué con la mirada la casa con la corona de flores, y me planté
delante de la fachada. Como si se tratara de una escena de una peli de zombis,
aporreé la puerta y fundí el botón del timbre, víctima del ataque de nervios
que la carrera y la revelación de Mina habían provocado. Apoyé las manos en las
rodillas y me incliné hacia delante, tratando de recobrar el aliento. Pero me
dolía tanto el pecho que me era imposible respirar por la nariz. La cara me
ardía, y tenía los muslos entumecidos.
La puerta se
abrió, y alcé la cabeza. No esperaba que fuera el propio Ryan el que abriera.
- ¿TJ?
Llevaba ropa
de andar por casa, una camiseta negra sin mangas y unos pantalones de franela a
rayas. Su expresión era de puro asombro y desconcierto. Tenía los ojos y la
boca tan abiertos que parecía que había visto un fantasma. Desde luego, al
igual que yo no me esperaba que él me abriera la puerta, él no se imaginaba que
sería yo el que casi se la destrozo.
- ¿Estás
bien? ¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó, totalmente confuso.
Tuve que
respirar hondo tres veces antes de poder articular palabra. Realmente estaba
asfixiado. Ryan me ofreció agua, pero yo negué su oferta con un gesto de la
mano.
- ¿Podemos…
hablar…? – jadeé, mirándolo a los ojos. Sus hombros se tensaron, y pareció
repentinamente incómodo.
- ¿Ahora…? –
susurró, desviando la mirada a su derecha, y yo asentí. Se mordió el labio,
haciendo que el piercing se moviera
hacia arriba, y entonces soltó un profundo suspiro de rendición -. Espera aquí.
Volveré enseguida.
Cerró la
puerta despacio, dejándome solo en el porche. Aproveché para sentarme en uno de
los escalones con la cabeza entre las rodillas en un intento de que la sangre
volviera a fluir de nuevo por todo mi cuerpo. Tomé aire un par de veces,
despacio, ya más relajado después de haber visto a Ryan, y el dolor en el pecho
remitió poco a poco, al igual que el flato. Un par de minutos después, la
puerta volvió a abrirse, y Ryan apareció con un jersey rojo y calzado con un
par de deportivas. Con las manos metidas en los bolsillos del abrigo, se acercó
hasta las escaleras y se sentó a mi lado. Miraba al frente, pensativo. O eso, o
estaba tratando de evitar mirarme directamente. Finalmente, sacó las manos de
los bolsillos, y tras bufar ruidosamente, se giró ligeramente para fijar sus
preciosos ojos azules en los míos. No eran los mismos de siempre. Parecían
tristes y… ¿sombríos?
- ¿De qué
querías hablarme? – preguntó con voz apagada. Tragué saliva antes de responder,
aprovechando para medir mis palabras.
- Sobre… lo
que pasó anoche.
Se apresuró
a interrumpirme, cubriendo el dorso de mi mano con la palma de la suya, y
retirándola enseguida. El contacto fue como una descarga eléctrica. Él también
pareció notarlo.
- Yo también
quería hablar contigo sobre eso – ladeé la cabeza, y entonces, me perdí. ¿Qué
era lo que él tenía que decirme? ¿Que me había portado fatal? Eso ya lo sabía
yo. Pero no parecía querer regañarme. Antes de comenzar, volvió a morderse el
labio, y cerró los ojos unos instantes, intentando calmarse -. Lo siento.
Ya sí que no
entendía nada. ¿Lo sentía? ¿El qué sentía?
- ¿P-por
qué…? – inquirí, confuso.
- Sé que
parece que no confío en ti. Pero no es cierto – me miró a los ojos un momento,
pero enseguida bajó la mirada a sus manos, que toqueteaban nerviosamente la
cremallera de su chaqueta. Su voz temblaba, y tenía la cara oculta tras el
flequillo -. Sé que no hablo mucho sobre mí mismo. Pero es que… no me gusta. Yo
no soy como tú crees… y no quiero que cambies la opinión que puedas tener de
mí…
¿Pero se
puede saber de qué demonios estaba hablando este chico? O lo que es más
importante, ¿por qué se estaba disculpando él conmigo, cuando el único que se
había comportado como un imbécil había sido yo?
¿Habría
hablado su madre con él? No, era imposible. La señora Martin jamás le diría que
yo había estado en su casa. Se habría delatado a sí misma también.
- Ryan – al
pronunciar su nombre, alzó la mirada, nervioso, como un perro que supiera que
su dueño iba a reprenderlo por una travesura -. ¿Puedo hablar yo ahora?
Asintió
despacio, y yo traté de sonreír para que se sintiera cómodo. Me salió algo que
parecía de todo, menos una sonrisa.
- Lo que
dije anoche fue una tontería. Estaba de vodka hasta el culo.
- Pero
seguro que lo piensas… - rebatió con voz ronca.
- Reconozco
que sí. Pero ya no – me miró a los ojos, y abrió la boca, pero la cerró al no
saber qué decir -. Entiendo que no quieras hablar de ti mismo. Ignoro cuáles
son las razones… - mentí – pero ahora
que lo sé, lo comprendo. Y siento mucho si te he presionado. No quiero
obligarte a hacer nada que no quieras hacer, por muchas ganas que yo tenga de
conocerte un poco más.
Ryan guardó
silencio. De nuevo había desviado la mirada y estiraba los puños del jersey.
Ladeé la cabeza esperando una reacción, pero no la tuve. Busqué qué más podría
decirle para demostrarle que lo que decía iba en serio.
- Y, eh… No
sé qué clase de cosas son las que no quieres contarme. Pero no creo que sea
para tanto.
Ryan puso
los ojos en blanco.
- Si yo te
contara.
- Eso da
igual – moví las manos, restándole importancia, aunque lo cierto es que, en mi
fuero interno, me moría de ganas por saberlo -. Lo único que sé es que, si
algún día te apetece hacerlo, te escucharé. Y… bueno, en realidad, por muy
horribles que sean tus secretos, no van a cambiar la opinión que tengo sobre
ti. Eres mi mejor amigo, y te quiero por lo que eres y por cómo te has
comportado conmigo, no por lo que hicieras en el pasado. Sea lo que fuere.
Ryan alzó la
cabeza con los ojos abiertos como platos. Creo que no se esperaba oír eso de
mis labios. Y la verdad es que yo tampoco. Enmudecí al ver su expresión.
¿Tuve que
enfrentarme a una situación límite como aquélla para darme cuenta de todo lo
que realmente sentía? ¿Qué, en realidad, el que Ryan no me contara detalles
sobre su vida no tenía tanta importancia, y más sabiendo el por qué?
A veces me
sorprendo de lo idiota que puedo llegar a ser.
En un gesto
que jamás pensé que le vería hacer, Ryan se tapó la cara con las manos, y
aunque fue muy bajito, tanto que tuve que acercarme para poder comprobarlo, le
oí sollozar.
- ¿Estás
llorando? – pregunté, atónito.
Descubrió su
rostro. Sus ojos estaban empañados en lágrimas, y algunas habían escapado
rodando por sus mejillas. Clavó sus ojos en los míos, y durante ese preciso
instante, el mundo se detuvo, y el aire a mi alrededor se volvió turbio.
- No pensé
que fueras a tomártelo así - gimoteó, y volvió a taparse la boca con la mano,
rompiendo a llorar.
Ryan…
realmente me tenía aprecio. Más del que me merecía, desde luego. Cerré los
ojos, increíblemente aliviado, y me incliné sobre él para sujetarlo por los
hombros y que dejara de llorar. Pero antes de poder tocarlo, me abrazó, y se
pegó a mí, pasando sus brazos por mi espalda, apretando con fuerza.
Aquello fue
raro. No sólo por el hecho de que estaba empapado y apestando a sudor y a él no
parecía importarle, sino porque me recordó a aquel día en que le conté lo de mi
madre. Fue extraño porque, a pesar de tenerle contra mí, tan cerca, no me
desagradaba. Me… me gustaba. No sabría explicar por qué, pero me gustaba. Me
hacía sentir que me necesitaba, y que yo le necesitaba a él. Y que la relación
que había entre ambos era especial.
Por eso, a
pesar de que en un principio me puse muy tenso por el contacto, me relajé y me
dejé llevar. No era para tanto. No era nada malo, ¿no?. Le rodeé el cuello con
los brazos y le apreté contra mi cuerpo, para demostrarle de alguna forma que,
a pesar de todo lo que me escondía, me iba a tener ahí siempre, esperando el
día en que por fin se atreviera a contármelo todo. Él respondió presionando
más, hundiendo la cara en mi pecho, sollozando.
No sabría
decir cuánto tiempo estuve abrazándole. Simplemente esperé a que dejara de
llorar. Había visto llorar a Ryan dos veces, y decididamente, no me gustaba.
Fue el propio Ryan el que deshizo el abrazo, enjuagándose las lágrimas con los
puños del jersey. Sonrió de forma nerviosa cuando terminó de frotarse los
enrojecidos ojos.
- Gracias… Llevaba
todo el día dándole vueltas - se limitó a decir.
- No hay
problema. En realidad – me encogí de hombros, y me rasqué la mejilla,
preparándome para admitiro – yo también.
Sonrió
tímidamente, y tras unos segundos en los que parecía estar debatiendo
internamente algo, suspiró, observó si había alguien alrededor, y me miró a los
ojos fijamente. Me puse alerta.
- No sé si
será suficiente, pero… mira – cerró los ojos, tragando saliva, y abrió la
cremallera de la chaqueta para luego levantarse la camiseta hasta el pecho.
Me quedé,
sinceramente, atónito. No sólo por el hecho de que estaba viendo el vientre de
Ryan, que contra todas mis expectativas, era duro y plano, con todas las
redondeadas líneas de los músculos perfectamente grabadas y formadas en la
piel. Siempre había pensado que Ryan tenía mi constitución delgada y poco
musculada, pero luego recordé que era el delantero del equipo estatal de lacrosse. Lo que realmente más captó mi
atención era el tatuaje. Tenía un código de barras imprimido en vertical en el
costado izquierdo.
- ¿Pero
qué…? – titubeé.
- Me lo hice
hace casi un año. Mi madre aún no lo sabe. Hay muy poca gente que sabe que lo
tengo – farfulló, desviando la mirada mientras sujetaba la tela de la camiseta
para que pudiera verlo.
Le miré a
los ojos al comprender por fin lo que estaba haciendo.
- Ryan, te
dije que no hacía falta si no…
- Ya lo he
hecho, ¿no? Déjalo así – me interrumpió, y aunque tenía la cabeza ladeada, pude
ver cómo se sonrojaba.
No pude
evitar sonreír. Cuanto más tiempo pasaba, más convencido estaba de que Ryan era
un regalo del cielo. ¿Cómo demonios me aguantaba?
Examiné los
dígitos del tatuaje, y por instinto, acerqué los dedos para tocarlo, pero
enseguida retiré la mano, por si era inapropiado, o quién sabe, si tenía
cosquillas.
- ¿Tiene
algún significado? – pregunté.
- Todos los
números representan algo – empezó a señalar las combinaciones de cifras una a
una mientras las explicaba -. Mi cumpleaños. El cumpleaños de mi madre. El día que marqué mi primer gol con el
equipo. Cosas importantes
para mí. Esta numeración es prácticamente única. Probablemente no haya nada en
el mundo con la misma combinación de dígitos. Eso me hace sentir… bueno.
Especial, de alguna forma.
- Es… es
genial, Ryan – no sólo me refería al tatuaje, sino también al hecho de que me
lo hubiera mostrado. Él sonrió, y volvió a ponerse la chaqueta.
Tenía tantas
preguntas sobre el tatuaje que pensé que me explotaría el cerebro. Sobre todo,
había una que me causaba un interés abrumador: ¿por qué se había saltado cuatro
números entre el cumpleaños de su madre y el día que marcó su primer gol? Recordaré
esa cifra durante toda mi vida: 2411. ¿Qué significaban para él esos números, y
por qué no me lo había contado?
Bueno, en
realidad estaba de más seguir preguntando. Ya había tenido suficiente. Decidí que
sería él el que me lo explicara, llegado el momento.
AND NOW KISS!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarMai God, en serio, all the feelings con este capítulo!! Cómo me has hecho sufrir perra, cómo te odio y cómo adoro tu forma de escribir... Lo que no me gusta es que pase tanto tiempo entre un capítulo y otro U__U
Como puedes ver me he quedado hasta tarde a leerlo, me tienes en vilo hija, con tanto secretismo. Me muero de ganas por saberlo todo y QUE TJ SE ENTERE DE UNA PUTA VEZ DE QUE ESTÁ ENAMORADO DE RYAN, VALE.
Y ahora, la pregunta del siglo...
RYAN ES TRANSEXUAL???????????????????
(sería un plot twist innnnteresante... Aunque travesti tb vale xD)
Ryan es su propia hermana, por eso no sale en las fotos (?)
ResponderEliminarCoñas a parte ME HA ENCANTADO, NO TARDES TANTO ENTRE CAPÍTULO Y CAPÍTULO QUE ME DESESPERO D:
Y Andrea es una perra. Y a ver si de da cuenta ya de que le van los penes. COÑO.
Dios, dios, dios..... Después de respirar hondo ya puedo escribir lo muchísimo que me está gustando la historia.
ResponderEliminarJusto estaba buscando leer algo así, y de verdad que estoy quedando más que satisfecha con cada nuevo capítulo que leo. Los personajes son todos tan únicos, con personalidad, que una se enamora con ellos sin remedio, cogiéndoles cariño ya sea por un motivo o por otro. (¿Tengo que aclarar mi pequeña debilidad por Ryan? Creo que con decir un "asdfghjkjhasdfgh" no va a ser necesario)
Quiero que TJ conozca más de él, y no me quedaré tranquila hasta que los vea emparejados DE UNA VEZ. Andrea empieza a desesperarme y a caerme mal , pero creo que eso es algo inevitable (?)
También tengo que halagar tu forma de escribir. Las descripciones son precisas, me has hecho reír en más de una ocasión,y está escrito de una manera que lo hace totalmente ameno, mientras te hace sentir lo realista de la historia, sintiéndome identificada en muchas ocasiones.
No puedo pedir más, excepto que espero que actualices pronto, porque me MUERO por seguir leyendo. Ya tienes una nueva seguidora sin duda alguna, y debo agradecérselo a Sora que me lo recomendó, y soy feliz por ello.
Gracias por esta historia, de verdad.
Nos vemos ^^
¡¡En serio Rie, sexo hardocre ya!!
ResponderEliminarVaya capitulazo, en serio, en ningún momento me he esperado la cadena de acontecimientos de este capítulo.
Por otra parte, me ha encantado la madre de Ryan: "Que alguien le dé el Oscar a esta mujer, por el amor de Dios." <- Seriously, se lo merece XD
Espero un capítulo de aquí poco... ¡con sexo incluido!
Te loveo much! :3 <3