martes, 31 de diciembre de 2013

El chico perfecto XVI.

Le prometí a Sora que le regalaría este capítulo por su cumpleaños.
Estaba hasta arriba de trabajo, y sintiéndolo mucho, tuve que pedirle perdón por no tenerlo listo para el día 8. Pero le prometí que lo terminaría antes de que acabara diciembre.

Yo siempre cumplo mis promesas.


Pensé que, después de los acontecimientos del día de mi cumpleaños, las cosas entre Ryan y yo podrían haber cambiado. Aunque no sólo lo pensaba: también lo temía. Tenía un miedo constante a que Ryan pudiera comportarse de forma diferente conmigo, tras todo lo que pasó no sólo la noche de la fiesta, sino también el día siguiente. Sin embargo, y para alivio mío, nada había cambiado. Ryan seguía siendo el mismo chico agradable, risueño y de humor ácido que había conocido a mi llegada al pueblo. Fue como si nada hubiera sucedido entre nosotros. En cierto modo me alegró, ya que eso significaba que el asunto no había tenido más importancia de la que debía. Al menos en el caso de Ryan, porque yo tenía muy presente la revelación que él mismo me había hecho en el porche de su casa. El recuerdo me rondaba la cabeza a diario, y cada vez me impacientaba más y más esperando el momento en el que Ryan por fin se viera con ganas de responder todas mis preguntas.

Pero debía resignarme y esperar. Estaba seguro de que ese día llegaría. Antes o después, pero llegaría.


La semana siguiente a la de mi cumpleaños invité a Ryan a quedarse a dormir en mi casa el sábado. Lo cierto era que la idea de ese plan era hablar todo aquello que fuera necesario si las cosas se torcían entre nosotros. Pero, a medida que avanzó el tiempo y me di cuenta de que Ryan apenas nombró lo sucedido, descarté el objetivo original, y lo cambié por una inocente noche de videojuegos y comida hipercalórica.

Pasaban las seis y media cuando volvimos a casa después de correr. Cuando Mina se enteró de que Ryan iba a pasar la tarde y la noche conmigo, logró persuadirlo, tras mucho insistir, para que viniera a correr con nosotros. Él se pasó toda la carrera quejándose, y aún lo hacía cuando entramos por la puerta principal.

- De verdad, ¡no sé cómo demonios me he dejado convencer para esto! – gruñó, alzando los brazos en medio del salón.

- Parece mentira que, a estas alturas, no conozcas a Mina – respondí, sirviéndome un enorme vaso de agua fría en la cocina -. Cuando quiere algo, lo consigue, sea lo que sea.

- ¡Pero yo entrené esta mañana cuatro horas! ¿Qué necesidad tenía ella de que fuera con vosotros? ¿Acaso no lleváis una semana yendo a correr todos los días?

- Deja de quejarte, pareces un viejo amargado – bebí el vaso entero de un trago, y le señalé la jarra del agua a Ryan. Él rechazó mi oferta negando con la cabeza -. Bueno, yo no sé tú, pero aunque me muero de hambre, creo que me ducharé primero.

Ryan levantó ambos pulgares.

- Lo mismo digo. Quiero quitarme este olor a macho cuanto antes.

Subimos a mi habitación, donde él había dejado sus cosas antes de quedar con Mina. Me quité la sudadera y la dejé en el suelo.

- Voy a buscarte una toalla – anuncié, a lo que Ryan respondió asintiendo, bajando la cremallera de su chaqueta de chándal.

Me dirigí al cuarto del baño del primer piso, que era el mío, y busqué en el armario una toalla limpia. Escogí la más sobria que tenía, una de color verde suave con un bordado dorado. Al regresar a mi cuarto, no pude evitar quedarme en el sitio. Ryan se había quitado no sólo la chaqueta, sino también la camiseta, y estaba desnudo de cintura para arriba. Fueron dos cosas las que provocaron que le observara como hipnotizado. La primera era su torso. De no haber sabido que Ryan jugaba al lacrosse, jamás hubiera pensado que pudiera tener un pecho tan… llamémoslo por su nombre, bonito. Él era delgado, pero a la vez, los músculos de sus brazos y de su torso estaban definidos con líneas suaves y armónicas. No tenía el tipo de musculatura de los culturistas ni muchísimo menos. Tenía el cuerpo de la gente que practica deporte con frecuencia y que no trabaja específicamente la musculación, sino que adquiere esas formas por el simple hecho de hacer ejercicio regular. Los músculos de los brazos eran redondos y fuertes, los pectorales estaban justamente definidos, y tanto los abdominales como los oblicuos se le marcaban de una manera muy sutil e hipnótica. Su vientre era duro y plano. Lo que más envidia me daba era que, cuando estaba vestido, eso apenas se notaba. Dios, ¿acaso ese chico no tenía ningún defecto físico?

La segunda fue el tatuaje. Ese maldito código de barras que llevaba una semana perturbándome. ¿Qué demonios había tras la cifra 2411? ¿Por qué se la había saltado cuando me lo enseñó? Estaba seguro de que no había sido un despiste casual, de que había ignorado esos cuatro números por alguna razón. No tenía ni la más remota idea de qué podría ser, y eso me ponía nervioso. No era una fecha, porque no existe ningún mes 24. ¿2.411? ¿2.411 qué? Podría tratarse de cualquier cosa, y la curiosidad me comía por dentro.

No me di cuenta de que me había quedado embobado mirándolo, sumido en mis pensamientos, hasta que se giró hacia mí.

- ¿Te gusta lo que ves, Jameson? – puso una fingida voz sensual, y se pasó las manos por el pecho de forma ascendente -. Si quieres, me saco una foto y te la firmo.

Ryan se echó a reír por su propia broma, y yo desvié la mirada hacia otro lado, sintiendo cómo mis mejillas enrojecían. Qué vergüenza, quedarme pasmado observándolo – y haciendo cábalas mentales.

- No te equivoques, Martin – repliqué, tratando de disimular -. No eres gran cosa – él puso los ojos en blanco y abrió la boca para responder, pero me adelanté y le lancé la toalla -. Dúchate tu primero si quieres. Yo puedo ir preparando la Play mientras.

Ryan me sacó la lengua, y luego señaló su bolsa de deporte.

- Como quieras. Los juegos están en el bolsillo grande.

Me agaché para abrir la cremallera de la bolsa y busqué las carátulas. Había muchas más cosas de las que pensaba, y tuve que meter bien las manos para poder encontrar algo. Cuando palpé algo parecido a una caja de plástico, la saqué, y algo cayó al suelo en el proceso. Era la cartera de Ryan, que se había abierto. La recogí, y al levantarla, vi un pequeño cuadrado blanco en el suelo. Fui a meterlo de nuevo en la cartera, y al darle la vuelta, descubrí que era una fotografía de tamaño carnet. Una muchacha de ojos claros, de un color entre verde y azul, y con una larga melena recogida en una trenza, me sonreía. Era la misma chica que había visto en las fotos del salón de la casa de Ryan.

- ¿Qué estás haciendo, TJ? – Ryan se acercó a mí, y di un respingo.

- ¡Oh, lo siento! – le entregué enseguida la cartera y la foto, y traté de disculparme -. No pretendía cotillear. La cartera se cayó, y vi la foto sin querer… lo siento.

Ryan metió la foto dentro de la funda de plástico de la billetera.

- No pasa nada, sólo es una foto – bufó ruidosamente, y tras debatir internamente algo durante unos segundos, volvió a sacar la foto y me la entregó -. Es mi hermana, la que vive en Portland. Se llama Evelyn.

Me quedé pasmado. ¿Estaba pasando lo que creía que estaba pasando? ¿Ryan me estaba dando información sobre su hermana? Debía comprobarlo. Si era así, debía aprovechar para sacarle todos los datos posibles.

- Me hablaste una vez de ella – comenté, haciéndome el desinteresado -. Es mayor que tú, ¿verdad?

Ryan asintió.

- Tiene 25.

- ¿Y qué hace en Portland? Quiero decir, es la otra punta del país.

Si me contestaba a eso, significaba que Ryan por fin había decidido abrirse, aunque fuera con algo tan banal como era su hermana mayor, a la cual, si vivía en Portland, era probable que no viera jamás.

- Consiguió un empleo allí – respondió, tras suspirar levemente con los ojos cerrados -. Ella estudió Informática. Empezó a trabajar en Baltimore, en una empresa de recursos humanos. Hace como tres años que la trasladaron a las oficinas centrales en Portland. Se encarga de todo el tema de antivirus y seguridad.

Ryan no me miraba, sino que mantenía la vista fija en el suelo mientras hablaba. Era evidente que le costaba hablar sobre ello, ya que formaba parte de su vida privada. Pero, aun así, lo estaba haciendo. Y eso me hizo sentir tan orgulloso como agradecido.

- ¿Y está casada? – pregunté con interés.

- Aún no. Ella tiene pareja desde hace tiempo. Quieren casarse el próximo año.

- ¡Ah, felicidades! ¡Eso es estupendo!

Los labios de Ryan dibujaron una sonrisa tímida.

- Sí. Bob es un buen tipo. La quiere un montón y la trata como a una reina. En realidad no puedo pensar en otra persona para ser el marido de Eve.

- Vaya – no pude evitar sonreír yo también. Me pareció un comentario muy tierno -. ¿Tienes buena relación con el novio de tu hermana?

- Sí – asintió -. Ella y yo no podemos hablar a menudo por la diferencia horaria, pero cuando lo hacemos, él siempre le pide que le pase el auricular, y hablamos bastante. Además, él siempre viene por Navidad y Acción de Gracias. Es una persona estupenda.

Al hablar del novio de su hermana, recordé que, en una ocasión, Ryan me comentó que ella y el hermano de Harriet estuvieron saliendo juntos un tiempo. No pude evitar pensar en Harriet. Si antes de mi fiesta de cumpleaños me ignoraba, ahora era como si, literalmente, no existiera. Yo era como humo, como algo que, hiciera lo que hiciera, no captara su interés de ninguna manera. Reconozco que, al principio, me sentí ofendido, pero al final decidí que era hasta mejor. No quería más movidas innecesarias.

Por otro lado estaba Andrea. La comunicación entre nosotros durante esa semana había sido prácticamente inexistente. Cuando le dije por primera vez que quería hablar con ella, me contestó que iba a hacer horas extra un par de semanas y que no iba a poder dedicarme tiempo durante una temporada. Y era cierto, porque por más que la llamaba o la mensajeaba, apenas recibía respuestas suyas, y cuando lo hacía, se limitaba a un par de palabras en un mensaje escueto. En un primer momento llegué a pensar que estaba resentida por lo que pasó en mi cumpleaños. Pero me había jurado que no estaba enfadada, así que la creí. Épocas complicadas las tenemos todos, pensé. Y no le di mayor importancia.

El móvil de Ryan sonó, y el punteo de guitarra de The Kids Aren’t Alright me sacó de mis pensamientos. Se agachó delante de su bolsa, y sacó el teléfono.

- Es mi madre – anunció, y pulsó el botón verde, llevándose el auricular a la oreja -. Entra tú primero a la ducha si quieres. No tardaré. Hola, mamá.

Me encogí de hombros y saqué del armario una muda limpia y ropa para andar por casa, unos pantalones de pijama y una camiseta con propaganda de una hamburguesería de mi barrio en Washington. Mientras cerraba la puerta del baño, escuché a Ryan gritar con voz apurada:

- ¡Pues claro que va a entrar solo! ¿Quién te crees que soy?

Se me escapó una risilla. Las ocurrencias eran cosa de genética, me dije.

Me desnudé, metiendo la ropa sucia en el cesto; dejé mi toalla sobre la tapa del inodoro y entré en la ducha. Abrí el grifo, y permanecí un minuto, quizás dos, dejando que el agua caliente me empapara desde la cabeza hasta los pies. Poco a poco mis músculos se fueron relajando a medida que el agua recorría mi piel desnuda, hasta que al final, suspiré con fuerza, sintiéndome aliviado, física y mentalmente. Siempre hacía eso cuando volvía de correr con Mina: ducharme con agua caliente, sin prisas. Ayudaba a que mis músculos se relajaran y que no me salieran agujetas al días siguiente. Apoyé las manos en la pared, y dejé que el agua de la ducha me cayera en la nuca, destensándome el cuello y la espalda.

Ryan picó la puerta tres veces desde el descansillo.

- ¿TJ? ¿Te importa si entro? – preguntó, alzando la voz.

Abrí los ojos y me incorporé, parpadeando para secar mis pestañas de gotas. Por un momento, no supe qué responder. La bañera no tenía cortinas, sino una mampara de cristal. Mis amigos en Washington me habían visto desnudo varias veces, y yo a ellos; pero en este caso… ¿Ryan y yo teníamos suficiente confianza como para llegar a ese punto?

- Vamos, TJ – mi silencio debió de indicarle lo que estaba pensando, y le escuché reírse -. Salvo que tengas una vagina entre las piernas y yo no me haya enterado, no hay nada en ti que no haya visto en mí mismo antes.

Recuerdo que ése fue exactamente el mismo razonamiento que Mike me dio la primera vez que me vio desnudo, después de nuestra primera clase de Educación Física, en Secundaria. Y es que, si me paraba a pensar fríamente, ambos tenían razón. A pesar de algunos detalles obvios, porque no hay dos seres humanos iguales, el cuerpo masculino era siempre el mismo, ¿no? Aunque yo era bastante delgado y poca cosa comparándome con él, no creía que Ryan se asustara demasiado si me viese desnudo. Además, decidí que sí, que sí había confianza para eso.

- Ya lo sé – grité, tras soltar un bufido -. Entra.

El aludido abrió la puerta, y sin prestarme demasiada atención, dejó una especie de neceser marrón sobre el lavamanos y empezó a sacar cosas de él y a colocarlas junto a las mías: un cepillo de dientes, un frasco de desodorante, un cepillo del pelo, y otras cosas que, entre el vapor del agua caliente y mi principio de miopía, no alcancé a distinguir. Se acercó al inodoro, y dejó la toalla que le había prestado junto a la mía. Entonces, se dirigió a mí por primera vez con una sonrisa burlona.

- Qué pena. Habría sido toda una sorpresa que tuvieras vagina.

- ¿Eres tonto o qué? – repliqué, poniendo los ojos en blanco -. ¿Cómo voy a tener vagina?

- No lo sé – se encogió de hombros -. ¿Pero a que sería gracioso?

- Para troncharse. Deja de decir tonterías.

Cogí la esponja y dejé caer un chorro de gel de baño sobre ella. La mojé un poco, y empecé a frotarme los hombros. Cuando volví a fijarme en Ryan, seguía en el mismo lugar, observando fijamente y con interés algo. Mi entrepierna. Fruncí el ceño.

- Si quieres, me saco una foto y te la firmo – solté, repitiendo el mismo comentario que soltó en mi cuarto.

Ryan levantó las cejas y sonrió de medio lado, mirándome a los ojos.

- ¿17? – preguntó.

Ladeé la cabeza, sin comprender.

- ¿17 qué?

- Centímetros – aclaró, señalando mi entrepierna con el mentón.

¿Qué demonios…? El más intenso de los rojos se apoderó de mis mejillas y orejas, y me apresuré a taparme con las manos y la esponja, sintiéndome repentinamente observado.

- ¿¡Eres imbécil o qué!? – grité, fuera de mí, tratando de esconder mi sexo todo lo posible de Ryan. Éste se echó a reír con ganas.

- No te enfades – se excusó, limpiándose con el dorso de la mano una lágrima que se le había escapado -. Es que tengo la habilidad de adivinar cuánto mide un pene con sólo mirarlo – anunció, poniendo los brazos en jarras y sacando pecho.

- Querrás decir la inútil habilidad – me quejé.

- Según qué cosas – Ryan se encogió de hombros -. ¿Pero he acertado?

No quería contestar. Eso no era asunto suyo. ¿Qué más daba si me medía más o menos de lo que él había calculado? ¿Acaso quería comparar el suyo con el mío? Era una estupidez, una niñatada. Además, esta conversación empezaba a incomodarme.

Pero Ryan no me quitaba el ojo de encima, y sabía que, hasta que no respondiera, no iba a darse por vencido. Suspiré pesadamente, resignado. Le di la espalda, y seguí enjabonándome los brazos.

- 16…

Escuché a Ryan chasquear la lengua.

- ¡Mierda, por un centímetro!

- ¿Podemos hablar de otra cosa, si no te importa? – supliqué. Él se echó a reír de nuevo.

- Vale, no te enfades, que era una broma.

Oí cómo se incorporaba y volvía al lavamanos para seguir ordenando sus cosas. Cuando se me pasó el rubor, me giré. Era incómodo, y sobre todo ridículo, ducharme de cara a la pared. Miré a Ryan de reojo, y no estoy seguro, porque había mucho vapor y no veo bien de lejos, pero creo que, a través del espejo ligeramente empañado, pude ver a Ryan mordiéndose el labio con una sonrisa extraña.


- ¿Una fiesta de qué?

Mi pregunta se vio acallada por los gritos del grupo que llevaba los petos amarillos, que acababa de marcar un tanto. Ese jueves habíamos decidido ir a dar una vuelta por Baltimore, pero como Ryan tenía práctica de lacrosse hasta las ocho, decidimos quedarnos a ver el entrenamiento hasta que saliera. Normalmente Ryan se desplazaba hasta Baltimore en autobús, pero esta vez aprovechó que íbamos todos y fue con nosotros en el todoterreno de Zack. Aunque en realidad no fuimos todos: los gemelos tuvieron que quedarse en el pueblo.

- La Fiesta de Primavera. La organizan a mediados de abril – aclaró Zack -. Originalmente era un incentivo para que los alumnos cogieran fuerzas para la última etapa del curso. 

- ¿Originalmente?

- Hace años que esa fiesta se desfasó – contestó Mina, que estaba sentada un escalón por encima de Zack en la grada, y llevaba un buen rato recogiéndole el pelo en una trenza y deshaciéndola, una y otra vez. Él parecía relajado cuando Mina le separaba los mechones con los dedos.

- ¿Pero en qué sentido? – inquirí.

- Al principio era una fiesta temática – intervino Kim, tumbada boca arriba con la cabeza sobre el regazo de Mina -. Se anunciaba un tema, y todo el mundo debía llevar un disfraz acorde. Con el paso de los años, la gente ha pasado de eso: cada uno se disfraza de lo que le da la gana, y la Fiesta de Primavera se ha convertido en una excusa para beber y disfrazarse de zorra sin que nadie te critique por ello.

- ¿Para beber? – pregunté, atónito -. ¿Acaso no hay profesores vigilando?

- Los hay – contestó Mina -. Pero suelen marcharse sobre las 11, y es ahí cuando empiezan a sacar el alcohol.

- Venga ya. ¿Y dejan a los alumnos solos en el instituto toda la noche? ¡Eso es surrealista!

- Hasta que ellos se van, todos son ciudadanos cívicos y responsables que respetan al dedillo los derechos de su minoría de edad.

- Lo triste es que los profesores se lo creen – suspiró Zack.

- Yo creo que lo saben perfectamente, pero que se hacen los inocentes para no tener que lidiar con el asunto – apostilló Mina, deshaciendo una vez más la trenza de Zack -. Hay toda una mafia detrás de esa fiesta, y no son precisamente discretos.

- ¿Una mafia? – quise saber.

- El equipo de fútbol empieza a esconder las bebidas en el gimnasio un par de días antes de la fiesta. Y no las esconden demasiado bien, que digamos – explicó Kim, incorporándose -. Y si les pagas, te reservan botellas y todo. Un disparate.

- Yo todavía no sé de qué me disfrazaré este año – anunció Mina, estirándose. La miré perplejo.

- Espera, espera. ¿Vas a ir? – Mina asintió, y luego me dirigí a Zack y a Kim -. ¿Vais a ir?

- ¿Por qué no? – dijo Zack, ladeando la cabeza.

- ¡Porque hace diez segundos no hacíais más que echar pestes de la fiesta y de la gente que va a ella!

- Ya. Pero es gratis – Mina se encogió de hombros.

- Además, si no vas, al día siguiente eres la comidilla de los pasillos – Kim puso los ojos en blanco, y rodeó la cintura de Mina con un brazo -. Te sale más a cuenta ir y divertirte atentando contra lo que es moralmente correcto que hacerte el ciudadano ejemplar y que luego se pasen días hablando de ti a tus espaldas.

Abrí la boca para replicar, pero no tenía ningún argumento que pudiera contrarrestar eso. De la misma forma que la abrí, la cerré; y les dediqué una mueca de asco.

- Vais a ir todos al infierno – escupí, medio en broma, medio en serio.

- Ya lo teníamos asumido - Kim sonrió, y los otros dos se echaron a reír.

Entonces, Kim se inclinó sobre Mina, que se había acurrucado sobre el hombro de ésta, y le besó la coronilla. Mina cerró los ojos, relajada, y alzó el rostro para depositar un beso suave en la mandíbula de Kim. Hacía un tiempo que me había dado cuenta de que, cuando no estaban en el pueblo, o al menos cuando no había riesgo de que algún chismoso las viera, Mina y Kim eran muchísimo más cariñosas la una con la otra. Se permitían gestos como caminar de la mano, besarse la cara o abrazarse, mientras que en el pueblo, lo máximo que intercambiaban eran miradas. Lo de que eran pareja era un secreto que, al menos en casa, guardaban con ahínco. Ignoraba si sus familias lo sabían, aunque en realidad, eso no era de mi incumbencia.

Sin embargo, yo aún no me acostumbraba a ese tipo de detalles. Por ese motivo, desvié rápidamente la mirada de ellas, fingiendo prestar atención al entrenamiento de lacrosse. Aunque mis dedos, que tamborileaban sobre mis muslos, no me daban demasiada credibilidad. Escuché cómo Kim soltaba un suspiro de resignación, y por el rabillo de ojo vi cómo Mina le acariciaba cariñosamente el muslo mientras me echaba una mirada triste. Lo siento, pero había ciertas cosas que no podía evitar, por mucho que quisiera. Había aceptado que Mina y Kim eran novias, pero me costaba verlas en esa actitud. Y no sabía exactamente qué era lo que más incomodaba, si el hecho de que fueran dos mujeres, o el hecho de que eran mis amigas.

Sentí un golpecito en el hombro, y al girar la cabeza, Zack sonreía a mi lado, señalando la cancha donde Ryan y su equipo jugaban.

- Ryan es bueno – comentó.

- Eso parece – respondí. En ese momento, Ryan había atrapado la pelota con el stick, y esprintaba hacia la portería -. Yo no entiendo mucho el lacrosse, pero cuando tira a puerta, suele marcar. Al menos lo que he visto hoy.

- Calculo que ocho de cada diez tiros suelen acabar en gol. Ryan no es manco, te lo aseguro – explicó, inexplicablemente sonriente -. De hecho, está sopesando la posibilidad de entrar en la universidad con una beca de deportes.

Miré a Zack atónito. ¿Una beca de deportes? Entre eso y sus calificaciones, Ryan podría entrar prácticamente en la universidad que quisiera.

- ¿En serio? ¿Tan bueno es? – pregunté, en parte a mí mismo, en parte a Zack.  

- Un par de ojeadores ya se pusieron en contacto con él, aunque las universidades a las que representaban no eran demasiado buenas. ¿No te lo ha dicho?

Puse los ojos en blanco y me recosté sobre la grada, tragándome la enorme cantidad de palabras que quería soltarle.

- No. No me lo ha dicho.


La Fiesta de Primavera cayó un viernes, y como los encargados de organizarla eran los propios alumnos, las clases de después del almuerzo se suspendieron. Decidimos ir a almorzar los siete a uno de los locales en la plaza del pueblo, y después de eso, cada uno volvió a su casa para preparar su disfraz. Incluido yo. Porque sí, lograron convencerme para que fuera con ellos a la fiesta. Aunque, siendo sincero, tampoco tuvieron que insistir demasiado. Era eso, o quedarme solo en casa toda la noche.

Sin embargo, a eso de las cinco de la tarde recibí un mensaje. Tras mucho pensar en su contenido, yo mandé otro, y a los diez minutos, tenía a Ryan tocando el timbre de mi casa como si huyera de un apocalipsis zombi.

- ¿Cómo que no vas a ir a la fiesta? – escupió, sin preocuparse en saludar antes, cuando abrí la puerta y lo tuve delante. Por su mirada, deduje que no estaba contento con la noticia.

- Lo siento – me disculpé, encogiéndome de hombros -. Aunque no hacía falta que vinieras. Podrías haber llamado, simplemente.

Ryan se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó de brazos.

- Pretendes plantarnos a falta de tres horas para la fiesta, por supuesto que tenía que venir – recalcó el “por supuesto” alzando la voz -. Espero que tengas una buena excusa.

Me rasqué la mejilla y sonreí nervioso. Sabía que mi respuesta no iba a gustarle un pelo. Ryan supo enseguida de qué se trataba, porque sin necesidad de que dijera nada, abrió los ojos y la boca como un pez fuera del agua, y los brazos le cayeron flojos a ambos costados.

- ¿Andrea?

Apreté los labios y asentí. Ryan hizo un aspaviento.

- No me lo puedo creer. En serio. No me lo puedo creer – negó con la cabeza varias veces, y se llevó las manos a las sienes.

- Ryan, no te mosquees. Hay una explicación…

- ¿Cuál? ¿No te deja ir? ¿No quiere que vayas porque voy yo? – frunció el ceño y volvió a apoyarse en el marco de la puerta.

- ¡Que no es eso, joder! – me quejé, y saqué mi teléfono del bolsillo de mi sudadera -. Yo quiero ir. Pero es que…

Le pasé mi móvil, en cuya pantalla aparecía el mensaje que había recibido antes de mandarle a él otro, en el que le decía que no podía ir a la fiesta. Ryan leyó el texto en voz alta:

- “TJ, me gustaría hablar contigo. Hoy salgo a la hora de siempre. Nos vemos a las ocho y media en Skype” – Ryan levantó sus ojos azules de la pantalla y me miró como quien mira una estatua -. ¿Y?

- Hace dos semanas que no hablo con ella, y por fin tiene un momento. Llevo esperando poder hacerlo desde mi cumpleaños. No quiero desaprovecharlo, Ryan – le miré a los ojos, suplicando que lo comprendiera. Hablaba completamente en serio. No sabía cuándo podría volver a tener esta oportunidad. Y la echaba de menos, maldita sea. Era mi novia -. Lo entiendes, ¿verdad?

Ryan me miró también a los ojos, y vi a través de ellos que debatía algo internamente, no sabía el qué. Desvió la mirada a los lados y se mordió el labio, haciendo titilar el piercing. Finalmente, bufó ruidosamente, como rindiéndose, y se pasó la mano por el pelo, echándose el flequillo hacia atrás.

- No lo entiendo, pero está bien. Haz lo que quieras – farfulló, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigó color chocolate -. Pero al menos podrías pasarte después.

Suspiré, empezando a sentirme agotado.

- No sé a qué hora voy a terminar.

- ¡Joder, TJ, pon un poco de tu parte también!

Ryan alzó inexplicablemente la voz, y me quedé pasmado en el sitio. Estaba realmente enfadado. Y no entendía por qué. Es decir, era una fiesta, no su boda. ¿Qué más daba si no podía ir? ¿Acaso era una única fiesta que iban a organizar en todo el año? Su enfado era absurdo.

Se dio cuenta de que había levantado el tono, y se tapó la boca con la mano derecha. Sus mejillas enrojecieron ligeramente, y evitó mirarme directamente, fijando los ojos en el suelo. Al quitar la mano, vi que estaba apretando los dientes.

- Lo siento. Es que… - suspiró, y se abrazó los costados – realmente me hacía ilusión ir a la fiesta contigo.

- Ryan, no vas a ir solo, los demás también…

- Contigo, TJ. Quería ir a la fiesta contigo – me interrumpió, y clavó sus ojos en los míos. Había en ellos un torbellino de sensaciones que fui incapaz de identificar.

No entendía para nada lo que se le pasaba a Ryan por la cabeza. Estaba tan confuso que pensé que me había vuelto tonto de repente.

Pero supuse que tenía razón. No debía dejar de lado a mis amigos por Andrea. Eso no estaba bien. Y en realidad había hecho planes con ellos antes que con ella. Ryan tenía motivos para enfadarse.

- Está bien. Cuando termine con ella, iré – dije finalmente. A Ryan se le iluminó la cara de repente, y todo rastro de enfado de esfumó como el humo.

- ¿Lo dices en serio?

- Que sí – arrastré la i, tratando de convencerlo -. Te llamaré antes de salir, ¿vale?

Ryan sonrió de esa forma que hacía que mi corazón se derritiera, y me abrazó con energía unos segundos, tan rápido que no me dio tiempo a devolvérselo. Entonces, dio media vuelta y echó a andar hacia su casa.

- Como no aparezcas, te juro que vendré aquí y te mataré, Jameson. Sabes que lo haré.

Cuando quise darme cuenta, Ryan ya había desaparecido por la segunda calle de la derecha, tomando el camino más corto desde mi casa a la suya. Me quedé unos segundos en la entrada, con la mano apoyada en el marco de la puerta, tratando de entender lo que había pasado.

- De verdad, cuanto más te conozco, menos te entiendo, Ryan Frederick Martin – murmuré, y cerré la puerta a mis espaldas.


Ryan no debió de contarle a nadie que no iba a ir a la fiesta, porque no recibí llamadas ni mensajes de nadie en toda la tarde. Supuse que querría que asumiera las consecuencias una vez me presentara allí, supuse. Consecuencias en forma de reproches, quejas, y probablemente, daño físico. Y en realidad me lo merecía. Les había dado plantón en toda regla.

Bueno, cuando me vieran disfrazado de gánster, con metralleta inflable y todo, seguro que me lo perdonarían.

La tarde se me hizo eterna. Había preparado el disfraz, incluso había planchado la camisa y los pantalones. Bueno, en realidad mi padre me ayudó, porque la plancha y yo no solemos entendernos demasiado bien. Había adelantado algunas tareas para el lunes, me había dado una ducha larga, e incluso me dio por poner un poco de orden en mi escritorio. Cualquier cosa que me mantuviera entretenido hasta la noche estaba bien.

Pero cuando llegaron las ocho y media, y al iniciar el Skype, vi que Andrea no estaba conectada, pensé que me moría. De hecho, leí su mensaje varias veces, pensando que me había confundido de hora. Pero no, me había dicho a las ocho y media. ¿No dijo que iba a terminar a la hora de siempre? Ella salía de trabajar a las ocho, y no tardaba más de 20 minutos en llegar a su casa. ¿Le habría pasado algo? La llamé varias veces al móvil, pero no contestó. También le mandé un par de mensajes, pero no obtuve respuesta. Me puse histérico. Daba vueltas por toda la habitación, resoplando y mirando la hora a intervalos de 30 segundos. Incluso mi padre, cuando entró en mi cuarto para avisarme de que se iba, bajó a la cocina y me preparó una tisana.

Andrea no apareció hasta pasadas las diez, y aunque debía estar enfadado por no responder a mis llamadas, me sentí terriblemente aliviado.

- ¡Annie! – agarré la pantalla del portátil como si fueran sus propios hombros -. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estabas?

- Trabajando – se llevó una mano a la frente y bufó, agotada. Aún llevaba puesto el uniforme del trabajo, una camisa blanca de manga larga con el cuello negro. Tenía el pelo recogido en un moño, que de tanto trote, se le había deshecho un poco, y algunos rizos escapaban libremente de la goma del pelo.

- ¿Pero no salías a las ocho?

- ¿Eh…? – parecía estar pensando en otra cosa, porque tardó en darse cuenta de la pregunta -. Sí, es decir, salí a las ocho. Pero luego… tenía cosas que hacer.

- ¿Y por qué no me mandaste un mensaje avisándome? Estaba preocupado. Pensé que te había pasado algo.

Andrea desvió la mirada a su izquierda y se mordió el labio, aparentemente nerviosa por algo.

- Es que… no pensé que tuviera importancia – titubeó.

Aquí está pasando algo raro. Andrea está actuando de forma muy extraña. Lleva haciéndolo desde que discutimos el día de mi cumpleaños, pero ahora que podía verla, era incluso más evidente. Me tensé sobre la silla y apoyé los codos sobre el escritorio.

- Andrea, ¿estás bien? – pregunté.

- Sí, es sólo que… Yo quería… - la voz le tembló por un momento, y se me hizo un nudo en la garganta -. Quería hablar contigo.

- Y eso hacemos – respondí -. ¿Estás segura de que no te pasa nada?

Volvió a desviar sus preciosos ojos castaños hacia la izquierda, y tras soltar un bufido sonoro, se llevó las manos a la cara.

- Oye, siento haberte echo esperar, pero no me encuentro demasiado bien – musitó, aún con el rostro oculto -. ¿Te importa si lo dejamos para otro momento?

Era una broma, ¿no? Porque si lo era, maldita la gracia.

- Annie… Llevo esperando casi dos horas por ti… - me acerqué a la pantalla, en una actitud patéticamente suplicante -. He cancelado los planes que tenía para hablar contigo. No puedes hablar en serio.

- Lo sé, lo sé… Lo siento, de verdad. He… - suspiró, y retiró las manos. Parecía realmente cansada – tenido un día complicado.

En realidad lo comprendía. Había estado haciendo horas extra desde hacía un par de semanas, y era normal que estuviera cansada. Dios, verla así, tan agotada, me daba tantas ganas de poder estar con ella y abrazarla. De dejar que se quedara dormida a mi lado mientras le acariciaba el pelo…

La distancia era una mierda.

- Bueno… Bebe algo caliente y ve a dormir, ¿vale? Mañana hablamos – dije, y sonreí -. Descansa.

- Gracias – ella hizo lo mismo, y sentí que el corazón se me salía del pecho -. Intenta retomar esos planes. No pierdas la oportunidad.

- Lo intentaré, aunque no tengo demasiadas ganas ahora. Estoy preocupado por ti.

Mi comentario pareció sorprenderle, y se encogió delante del ordenador, mirando fijamente hacia abajo. Parecía… ¿triste?

- ¿Annie, estás bien, de verdad? – pregunté, inquieto.

- Sí, sí… - levantó la mirada, y se mordió el labio de nuevo -. Me duele mucho la cabeza. Me iré a dormir. Adiós.

Le lancé un beso y le dediqué mi mejor sonrisa.

- Buenas noches, preciosa. Te quiero.

- … y yo a ti.

Me encantaba oír esas palabras de sus labios. Me encantaba escuchar cómo me decía que también me quería. A pesar de llevar dos años saliendo juntos, seguía estando enamorado de Andrea como el primer día. Y no me importaba admitirlo. Quería a esa chica. La quería con toda mi alma.

Cogí el ratón, y con una sonrisilla tonta dirigí el cursor hacia el botón para finalizar la llamada, y entonces me di cuenta de que Andrea se había dejado el Skype abierto sin darse cuenta. Tecleaba con rapidez, y mantenía la vista fija en la pantalla. Suspiró un par de veces, y se llevó las manos a las sienes, frotándolas. Permanecí en silencio observándola sin que se diera cuenta. Estaba tan guapa cuando estaba concentrada. Aunque me preguntaba qué era lo que estaba consultando con tanto interés. ¿Quizás el correo electrónico?

- ¿Por qué no se lo has dicho?

Una voz masculina, desconocida, irrumpió el silencio que antes sólo interrumpían los dedos de Andrea sobre el teclado. Giré la silla hacia la puerta de mi habitación, pensando que mi padre había entrado en mi habitación. Pero la puerta estaba cerrada.

- No he podido, Adam.

Esa voz era la de Andrea, y volví a girarme hacia la pantalla del ordenador. ¿Qué demonios? ¿Con quién estaba hablando Andrea? ¿Quién es Adam?

Del lado derecho de la pantalla surgió la figura de un chico joven que no había visto en mi vida. Tendría más o menos mi edad, o quizás era un poco mayor. Tenía el pelo negro, largo, hasta los hombros; y llevaba puesto un gorro de lana gris. El desconocido se acercó a Andrea, y le pasó un brazo por los hombros.

¿Quién coño era ese tío?

Andrea se llevó las manos a la cabeza y empezó a sacarse horquillas del moño, soltándose el pelo.

- Cuanto más esperes, será peor – musitó el tan Adam.

- Ya lo sé, pero no es tan fácil como parece – la voz de Andrea sonaba queda y triste. No entendía nada de lo que estaba pasando, pero permanecí en silencio, observando -. Él… él me quiere muchísimo.

Adam le soltó los hombros, y giró la silla del escritorio en la que ella estaba sentada hacia él. La miró a los ojos, y Andrea soltó un quejido de sorpresa.

- ¿Y tú a él? ¿Le sigues queriendo? – preguntó secamente.

¿Qué está pasando…?

- Ya te he dicho que no lo sé… – farfulló ella, evitando el contacto visual.

¿Qué demonios…?

Adam tomó el rostro de Andrea con ambas manos, y se acercó.

- ¿Y tú a mí?

¿Qué…?

- Sí.

Andrea prácticamente gimió su respuesta, y ese cabronazo la besó en los labios. Ella cerró los ojos y le rodeó el cuello con los brazos.

Me quería morir. Me quería, literalmente, morir. No podía creer lo que estaba viendo, ni lo que estaba escuchando. La garganta se me secó, y sentí una opresión en el pecho que no me dejaba respirar. Mi corazón se rompió en mil pedazos que me apuñalaban por dentro como agujas. Las lágrimas brotaron y cayeron por mis mejillas, pero ningún sonido salió de mi boca. Fue demasiado duro. Me llevé una mano al pecho y arrugué mi camiseta.

Me dolía el alma.

- Eres… una zorra – gruñí.

Andrea y el hijo de puta de Adam dieron un respingo, separándose inmediatamente. El rostro de Andrea perdió cualquier atisbo de color.

- ¿¡Has dejado ese chisme encendido!? – exclamó Adam.

- ¡Mierda, mierda, mierda! - Andrea se lanzó al ordenador y empezó a manipular el ratón, probablemente buscando la ventana del Skype.

Le cambió la cara cuando vio que, efectivamente, no finalizado la llamada. Su rostro se desencajó, y abrió la boca, pero no dijo nada. Cuando me aseguré de que me estaba mirando, cogí la pantalla del portátil con las manos y grité:

- ¡Eres una zorra! ¡Una puta zorra! – no quería llorar, pero no pude evitarlo. Fue como si alguien hubiese prendido la mecha de mi paciencia. No pude más -. ¡No puedo creer que me hayas hecho esto!

- TJ, puedo explicarlo…

- ¿¡Qué coño me vas a explicar!? ¿¡Que has estado tirándote a otro a mis espaldas!? ¿¡Qué pretendes explicarme!? ¿¡Qué pretendes que entienda!?

Empezaron a cuadrarme muchas cosas. Su cambio de actitud, sus evasivas… todo. Lo había tenido delante todo el rato, y no me había dado cuenta.

Y mientras tanto, lo único que yo hacía era quererla y echarla de menos. Me sentí un gilipollas. Un auténtico gilipollas.

- ¡TJ, escúchame…! – Andrea también rompió a llorar, y eso me puso furioso. ¿Por qué lloraba? No tenía derecho a llorar. No lo tenía.

- ¡No, escúchame tú! ¡No vuelvas a hablarme en la vida! ¿¡Me oyes!? ¡No vuelvas a hablarme en la vida! ¡Te odio! ¡Te odio, maldita puta!

Cerré la tapa del portátil con un golpe que, probablemente, lo habría roto.

Pero en ese momento, el ordenador era lo de menos. El portátil se podía arreglar. Mi corazón, no.

Sentí que me hundía en un pozo oscuro y sin fondo. Me escurrí hasta el suelo desde la silla y me abracé las rodillas. No recuerdo cuánto tiempo estuve llorando. A gritos. Si mi padre hubiera estado en casa, se habría asustado. No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré así. Probablemente, cuando tenía cuatro o cinco años. Sólo los críos lloran así.

De todas las cosas malas que podrían sucederme, el que Andrea me traicionara jamás se me pasó por la cabeza. Por eso me dolió tanto. Porque la creía incapaz de hacer algo así. Pero me equivocaba. Lo había visto con mis propios ojos.

Sentí la imperiosa urgencia de romper algo. Cualquier cosa. Necesitaba destrozar algo, sacar toda la ira que se me había acumulado en las entrañas. Eché un vistazo a mi alrededor y me detuve en el ordenador. Ese maldito ordenador que me había enseñado lo que me estaba destrozando por dentro. Quería hacerlo añicos, lanzarlo por la ventana y que no quedara nada de él. Y tras el portátil, la lámpara, la silla, el escritorio, hasta la cama quería tirar. Y luego, tirarme yo.

Me levanté del suelo como una exhalación y me lancé hacia el escritorio. Pero antes de poner mis garras sobre el ordenador, di un paso atrás, y me contuve. Apreté los dientes, y los puños a mis costados.

- No rompas nada. No rompas nada. No rompas nada – murmuré en voz alta. No debía destrozar nada. Me moría de ganas de golpear algo, pero no debía hacerlo. Era una tontería, en realidad.

Decidí que no debía estar solo. Si me quedaba en casa, acabaría por romper algo y hacerme daño. Me calcé, me puse una sudadera gruesa, y salí de mi cuarto con lo puesto. No sin antes patear la puerta con todas mis fuerzas, desquitándome a duras penas.

Bajé las escaleras a toda prisa, y me dirigí a la puerta con las llaves en la mano. Tenía una mano sobre el pomo cuando vi algo que llamó mi atención sobre la encimera de la cocina. Una botella de Four Roses. Mi padre debió de haberla traído por la tarde, porque no la había visto antes. No sabía si tenía intención de bebérsela, pero si iba a hacerlo, esperé que no la echara de menos. La cogí, le quité el tapón, y abandoné mi casa dando un portazo que hizo temblar el cristal de la puerta.


No estoy muy seguro de cómo narices llegué al instituto. No recuerdo exactamente cómo llegué. Sólo sé que la botella de bourbon me duró unas cinco o seis manzanas, y entonces la dejé por ahí. Nunca había bebido bourbon, ni siquiera me gustó. Pero la quemazón que dejaba en mi garganta me hacía sentir mejor. Al cuarto trago empecé a marearme, y al poco rato acabé colocado hasta las trancas. Pero me sentía bien. Era como si flotara en una nuble de felicidad y desidia. Por un momento, sólo me preocupó el hecho de que quería más alcohol, y que caminar haciendo eses era infinitamente divertido. Creo que, incluso, estuve riéndome de un árbol durante unos diez minutos sin razón aparente. No lo sé. No me acuerdo.

Debían de ser más de las once cuando crucé las puertas metálicas de la cafetería, porque aquello parecía una jodida jungla. El frenético tempo de la música me perforaba los tímpanos y hacía temblar el suelo donde pisaba; las luces me mareaban hasta provocarme náuseas, y había chicas semidesnudas restregándose contra tíos disfrazados de animalitos. Todos ellos tenían un vaso en la mano, y me apostaba la vida a que no estaban bebiendo batido de fresa.

Entré tambaleándome en el recinto, y vi por el rabillo del ojo cómo esa chusma se me quedaba mirando. ¿Me miraban porque iba pedo, o porque no llevaba disfraz? Ni idea. En realidad, me la traía floja. Yo sólo quería un trago.

Busqué a mi alrededor una mesa, o algo donde hubiera bebida. Pero entre las luces, mi falta de vista, y que iba de bourbon hasta el culo, fue una misión imposible. Miré a la enfermera putilla que bailaba sola a mi lado, y señalé el vaso que sostenía en la mano.

- ¿Qué estás bebiendo? – pregunté a gritos por encima de la música.

La enfermera se giró hacia mí, y se echó a reír con la mandíbula floja. Si no estaba más borracha que yo, por ahí debía de andar.

- Era vodka – agitó el vaso, y luego lo giró del revés -. Pero ya no hay.

- ¿Me traes uno? – dije, sonriendo tontamente, no siendo demasiado consciente de mis actos ni de mis palabras.

La enfermera, a la que no conseguí identificar - y ni me interesaba hacerlo - estalló en una carcajada, y se acercó a mí, mordiéndose el labio y jugando con un mechón de pelo rubio.

- ¿Por qué debería hacerlo? – inquirió, relamiéndose.

Mi boca se torció en una sonrisa ladeada. Si quería tema, lo iba a tener. Esa noche me iba a dar el gusto. Le rodeé la cintura con el brazo derecho y la acerqué a mí. Sus tetas se aplastaron contra mi pecho, y de repente, el ambiente circundante empezó a calentarse. Eran grandes. De plástico, pero grandes. Me apetecía meter la cara entre ellas.

- Porque te lo estoy pidiendo amablemente – respondí, y acerqué mis labios a los suyos. Ella se echó a reír como una pava -. Si no, se lo pediré a otra persona.

- Vale, vale. Yo te lo traeré.

La enfermera abrió la boca, y mi lengua no tardó en encontrar la suya. Me la comí, literalmente me la comí, mientras deslizaba hábilmente las manos hasta sus nalgas prietas y embutidas en ese diminuto disfraz de plástico. Al cabo de un rato, ella se separó, y ambos soltamos un quejido, en busca de oxígeno. La enfermera me miró con ojos febriles.

- Espera aquí, no tardaré – me mordió el labio inferior, y tras guiñarme un ojo, se alejó contoneándose en busca de una copa.

No sabía cuánto iba a tardar, y sólo pensar que tendría que esperar me puso nervioso. Decidí que no iba a depender de ella para conseguir alcohol, y eché a andar, metiéndome entre el grueso de la masa. Una morenaza que iba disfrazada de conejito de Playboy y que llevaba un vaso en cada mano se me acercó, y me dijo algo que no entendí. Yo simplemente asentí, e hice con ella lo mismo que hice con la enfermera: la abracé por la cintura para que no se me escapara, y le dejé mi marca en la boca. Ella parecía la mar de contenta con que le prestara un poquito de atención, así que, cuando le quité las copas, no dijo nada. Simplemente sonrió, y dio media vuelta, dando saltitos. Me bebí el contenido desconocido de ambos vasos, uno detrás de otro. El primero tenía ron. El segundo, no supe identificarlo, pero me bajó por la garganta como fuego. Sacudí la cabeza, y seguí andando, buscando más víctimas.

Cuando más caminaba, peor me sentía. El volumen de la música era una auténtica tortura. Pensé que la cabeza me reventaría de un momento a otro. Y las luces parpadeantes agudizaba la sensación de que todo a mi alrededor se movía. Empecé a encontrarme mal, revuelto y mareado.

Pero eso no era excusa. Tenía que seguir bebiendo. Me ayudaba a no pensar. A no recordar.

Salí de la masificación, y por fin encontré la mesa de las bebidas. Me arrastré hasta ella, pero justo tropecé con mis propios pies antes de alcanzarla, y tuve que apoyarme en una chica de pelo negro que llevaba un disfraz de… no sabía exactamente lo que era. Llevaba frac y sombrero de copa. ¿Pianista? ¿Mayordomo? ¿Invitado a la boda del príncipe de Gales? Ni puñetera idea. Lo cierto es que, al caer sobre ella, le descoloqué el sombrero, y casi la tiro al suelo.

- Perdona… - farfullé.

La chica del frac se dio la vuelta, y al verme, soltó un grito de horror.

- ¿¡TJ!?

Oh. Era Mina. Inexplicablemente, me alegré muchísimo de verla. Era la primera cara conocida con la que me encontraba. Me tiré sobre ella y la abracé, dejándome caer en peso.

- ¡Hola, Mina! ¡Estás muy guapa! – balbuceé, sin saber exactamente qué estaba diciendo.

- ¿Estás borracho? – preguntó, empujándome y sujetándome por los hombros, obligándome a mirarla. ¿Qué clase de pregunta absurda era ésa? Pues claro que estaba borracho. Mucho, además.

No respondí. Simplemente, rompí a reír. Ella miró a su alrededor, apurada, e hizo señas a alguien a su derecha. Le gritó algo, pero no pude escucharlo. Acababan de cambiar de canción, y la gente había estallado en una ruidosa ovación.

De repente, me sentí cansado. Cansado y enfermo. Aunque Mina me sujetaba por los hombros, me desplomé en peso sobre ella, y cerré los ojos. Quería dormirme sobre su hombro. Ella me zarandeó y gritó mi nombre, pero no me apetecía incorporarme. Sólo quería dormir. Dormir, y que todo pasara rápido…

Alguien me sujetó por los hombros y me separó de Mina. Desubicado y mareado, miré hacia los lados, y hasta que no giré sobre mis talones, no vi de quién se trataba. Era Ryan. Llevaba puesto una especie de pijama enterizo amarillo, con capucha y orejas. Ah, ostias. Es un disfraz de Pikachu. ¿Cómo los llamaban? ¿Kigu…? Ni idea. Algo en japonés. Sostenía en la mano un vaso de plástico con algo marrón. Coca-Cola con algo, como siempre solía beber.

Ryan parecía enfadado por algo, y no me atreví a decir nada. Quería abrazarle, decirle lo guapo que estaba, y luego quedarme dormido en su hombro, porque Mina no me había dejado. Pero no parecía tener demasiadas ganas de que le abrazara.

¿Estaba enfadado conmigo? ¿Por qué? Yo no había hecho nada… Yo sólo quería abrazarle. Sólo quería olvidarme de Andrea.

Me sentí repentinamente culpable y miserable, y miré al suelo. Me dieron unas extrañas e inexplicables ganas de llorar.

Ryan me sujetó por la muñeca y tiró de mí. Levanté los ojos, y vi cómo íbamos dejando a gente atrás hasta llegar a la cristalera de la terraza. Corrió la puerta, me empujó al exterior, y la cerró a su espalda, quedándonos solos. El fresco y el silencio de la noche me azotaron la cara y me espabilaron un poco, pero no logró que mi estado mejorara. Ni el físico, ni el mental. Notaba un pitido en los oídos que no parecía irse.

Él se sentó en una de las mesas de madera, y me hizo señas para que le acompañara, dejando el vaso a un lado. Me arrastré hasta ahí, y me senté junto a él. Se echó la capucha del disfraz hacia atrás, y pude verle la cara. No sabía si estaba enfadado, preocupado, o qué. Y eso me asustaba. Si estaba enfadado conmigo, me sentiría fatal. No quería que se enfadara conmigo.

Por un momento perdí la verticalidad, y Ryan tuvo que sostenerme por los hombros. Entonces, bufó pesadamente, y me miró a los ojos.

- Espero que esto tenga una explicación – espetó.

No sé si fue por cómo me miraba, por el recuerdo de por qué empecé a beber realmente, o porque tenía tanto alcohol en la sangre que, si me hubiera recitado el Padrenuestro, habría reaccionado igual. Pero la cosa es que rompí a llorar, asustado, confuso y dolido a partes iguales. Ryan dio un respingo, y enseguida me sujetó por los hombros. Su expresión se dulcificó.

- TJ, ¿qué ha pasado? – preguntó, preocupado.

- Andrea… - su nombre me quemó la garganta, y fui incapaz de seguir hablando. Me cubrí el rostro con las manos.

- ¿Andrea qué? ¿Qué ha pasado?

Me recliné sobre el hombro de Ryan, incapaz de dejar de llorar. Me dolía el pecho sólo de pensarlo.

- TJ, cuéntame – la voz de Ryan sonaba impaciente -. Si no, no puedo ayudarte.

No estaba preparado para contarle a nadie lo que había pasado, pero si no se lo contaba a él, ¿a quién iba a contárselo? Hundí la cara en el hombro de Ryan, y le rodeé el cuello con los brazos, buscando contacto, cariño, consuelo, cualquier cosa.

- Andrea me está engañando con otro – solté.

Se produjo un silencio incómodo que sólo interrumpían mis sollozos. El cuerpo de Ryan se tensó, desde los hombros hasta la cintura. Escuché cómo contenía la respiración.

- ¿Cómo que te está engañando con otro? – quiso saber. Sus palabras fueron roncas y secas.

- ¡Que se está tirando a otro! – grité, incorporándome en el asiento. Estaba furioso y destrozado. Especialmente lo segundo -. ¡Yo lo vi! ¡Por Skype! ¡Vi al cabrón con el que se está acostando! ¡Los vi besándose!

Ryan respiró hondo. Sus manos formaron puños sobre sus muslos, y pude ver cómo los nudillos adquirían un color blanquecino. Parpadeé un par de veces ante la visión, aún sollozando. ¿Ryan estaba… enfadado?

- Menuda puta – musitó, lo suficientemente alto como para que pudiera escucharlo, negando con la cabeza, como si no pudiera creerlo -. Menuda puta…

- No la llames puta… - me quejé. Enseguida me di cuenta de la estupidez que acababa de decir.

- Lo siento, TJ, pero es lo que pienso – escupió, y me sujetó los hombros. Sus ojos del color del cielo se clavaron en los míos, y por razones desconocidas, dejé inmediatamente de llorar -. No te mereces lo que te ha hecho. No sabe el error que ha cometido. Ojalá se pudra en el infierno – la última frase la pronunció entre dientes.

- ¿Qué he hecho mal? – pregunté, inclinando la cabeza.

- Eh – Ryan tomó mi mentón con la mano y lo alzó, obligándome a mirarle -. No es culpa tuya. Tú se lo has dado todo. Has sido un novio estupendo, TJ. Puedes estar orgulloso de cómo la has tratado. Eres el novio que cualquiera desearía tener.

Sus palabras hicieron que rompiera a llorar de nuevo.

- ¡¿Entonces por qué me ha cambiado por otro?!

Ryan se mordió el labio con una sonrisa y negó varias veces con la cabeza. Me abrazó, y me reclinó suavemente contra su pecho, acariciándome la cabeza.

- Creo que ahora no es el momento para razonar contigo. Mañana hablamos con más calma, ¿vale? Ahora sólo te pido que dejes de llorar.

Tenía razón. Todo yo era un hervidero de emociones y alcohol. No era el mejor momento para intentar comprender nada. Pero, aun así, no era tan fácil dejar de llorar. Realmente estaba dolido. Me sentía una mierda, traicionado por la persona que más quería de la forma más absurda y ridícula. Era como si me hubiesen atravesado el corazón con un arpón.

Sin embargo, el abrazo y las caricias de Ryan me aliviaban y me consolaban. Tardé un buen rato en calmarme y en transformar mi llanto en sollozos cortos y bajos, pero al menos lo había conseguido. Llegó un momento en que cerré los ojos y me concentré en los latidos de su corazón, sobre el cual descansaba la cabeza. Acompasé mi respiración a ellos hasta que logré relajarme. Me gustaba cómo sus dedos jugueteaban con mi pelo, y cómo su brazo me acariciaba cariñosamente la espalda. Me hacía sentir bien, a gusto, incluso protegido. Sabía que, pasara lo que pasara, Ryan permanecería a mi lado, y me daría su apoyo. Por mucho que Andrea fuera una zorra desagradecida, Ryan nunca me abandonaría. Me sentí muy agradecido por tener un amigo como él. En realidad, no sé qué habría sido de mí si en ese momento no hubiese llegado a aparecer Ryan.

Me incorporé, y me sequé las lágrimas con el dorso de la mano, tambaleándome un poco hacia los lados. Ryan me apartó las manos de la cara, y se estiró la manga del pijama para secarlas él mismo. Cerré los ojos y me dejé hacer.

- No llores más. No me gusta cuando lloras. Te pones feo – comentó, medio en broma, medio en serio.

Abrí los ojos, y todo el alcohol que llevaba encima habló por mí.

- Te quiero, Ryan – y no mentía. Le quería muchísimo. Él era importante para mí. Pero nunca iba a reconocerlo estando sobrio.

Ryan ladeó la cabeza y me dedicó una de sus mejores sonrisas.

- Idiota. Yo también te quiero – respondió, aunque su voz sonó algo distante. Como lamentando algo.

Tenía una sonrisa preciosa. Sus dientes eran blancos y perfectos, y sus labios tenían un bonito color rosado. Además, parecían suaves y agradables, ignorando el aro plateado que le perforaba el labio inferior, que tenía aspecto de frío y duro. La boca de Ryan era hipnótica.

Tan hipnótica, que sentí un incomprensible deseo de besarla.

Sin darme demasiada cuenta de lo que hacía o pretendía hacer, me acerqué a él, y posé mis manos sobre sus muslos, buscando el equilibrio. Ryan se sobresaltó, retrocediendo un poco con el cuerpo. En sus ojos, sus preciosos ojos azules, podía ver la confusión. Abrió lentamente la boca y quiso decir algo, pero rápidamente la volvió a cerrar, sin encontrar las palabras. Cerró los ojos, tomó aire, como si estuviera a punto de acometer un gran esfuerzo; y cuando los abrió, los hundió en los míos. Pude sentir una descarga eléctrica que recorrió mi espina dorsal de arriba abajo. Sus ojos… sus ojos no eran de este mundo. Eran demasiado azules, y sus pestañas eran demasiado negras.

Sus manos tomaron suavemente mi rostro, y me acarició las mejillas con los pulgares. Su boca se acercó lentamente a la mía, y no pude hacer otra cosa que cerrar los ojos y esperar. Nuestros labios se rozaron, y el vello de la nuca se me erizó. Eran suaves, tal y como pensaba. Ryan susurró algo que hizo temblar mis labios bajo los suyos, pero fui incapaz de entenderlo. Su cálido aliento cayó sobre mis labios, y en ese momento mi cerebro dejó de pensar.

Abrí la boca, y nuestras lenguas se enredaron, como si se necesitaran la una a la otra. Sentí el tacto metálico del piercing de Ryan en los labios. Era frío, pero no me desagradaba, porque sus labios eran blandos y suaves. Le rodeé el cuello con los brazos, y él hundió sus dedos en mi pelo.

Después de eso, no recuerdo nada más.


Lo primero que vi cuando abrí los ojos fue una blancura inmensa y cegadora. Demasiado brillante. Me costaba mantener los ojos abiertos. Tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme a tanta luz y a tanto blanco. Era desagradable, y hacía que me doliera la cabeza.

Mi vista se acostumbró a ese escenario desconocido, y distinguí lo que parecía un techo. Olía a aséptico por todas partes, así que supuse que estaba en un hospital.

Un momento. ¿Un hospital? ¿Por qué? ¿Qué había pasado?

Pero era muy extraño. No se veía a nadie cerca. Ni siquiera se escuchaba el mínimo ruido. Ni el pitido de esos aparatos que salen en las películas, ni enfermeras, nada. Todo estaba sumido en un silencio desolador e incómodo.

Quise incorporarme, confuso, pero no pude. Mis brazos y mis piernas estaban inmóviles. Al girar la cabeza hacia mi brazo derecho, comprobé que estaba atado a la camilla por la muñeca con lo que parecía una especie de grillete. Aunque forcejeara, no podía moverme. ¿Qué demonios significaba esto? Eché un vistazo a mis piernas, y otro par de grilletes negros rodeaban mis tobillos. También me di cuenta de que estaba completamente desnudo.

¿Qué coño estaba pasando?

Entonces, sentí una espantosa sensación de frío en el pecho, y cuando más o menos eché un vistazo por encima de la barbilla, y lo que vi me dejó helado.

Tenía el pecho abierto como un libro. Había sangre, carne y huesos por todas partes. El olor de la sangre me golpeó la nariz de repente, y sentí que desfallecía. La vista se me nubló, y me entraron unas fuertes ganas de vomitar.

Entonces, por primera vez, escuché un sonido en esa especie de habitación en la que debía de encontrarme. Unos pasos. Se acercaban a mí. Una figura se detuvo junto a la esquina de la camilla, justo al lado de mi pie derecho. Todo estaba borroso, así que no distinguí nada más que una mancha roja y blanca.

Cerré los ojos con fuerza, tratando de centrarme y de eliminar las náuseas de mi garganta. Al abrirlos, había recuperado un poco la vista, y sentí cómo mi cuerpo era atravesado de arriba abajo por una espada invisible.

Andrea me observaba a los pies de la cama con una sonrisa torcida y ojos desorbitados. Tenía la boca manchada de sangre. De lo que parecía ser mi sangre. Alzó el brazo izquierdo, cubierto de rojo hasta el codo, y se llevó algo grande a la boca, mordiendo con ganas y desagarrando un pedazo con los dientes. Un chorro de sangre espesa cayó al suelo. Fue asqueroso.

Tuve que mirarme bien el pecho para asegurarme de que no me había vuelto loco, y lo que vi me sacudió hasta el punto de helarme. Efectivamente, ahí dentro faltaba algo.

Mi corazón. Andrea se estaba comiendo mi corazón.

Grité.


Sentí que alguien me sujetaba por los hombros y me hablaba, pero yo no hacía más que chillar. Estaba aterrorizado. La imagen de Andrea devorando mi corazón me exaltó tanto que perdí la razón. Gritaba, mientras las lágrimas me caían por las mejillas como cataratas y alzaba los brazos en busca de ayuda.

Hasta que no oí mi nombre, no abrí los ojos. Estaba oscuro, pero reconocí al instante mi habitación. Mi armario, mi cama… Estaba en mi cuarto. Me tragué los gritos y las lágrimas, desorientado, confuso e histérico.

Un momento. Si estaba en mi habitación, ¿quién me estaba hablando? Giré la cabeza, y vi a Ryan en la penumbra. Estaba de rodillas sobre la cama, con los ojos fijos en mí. Su expresión se veía apurada, y sus ojos brillaban de nerviosismo. Era extraño y divertido a la vez, porque aún llevaba el disfraz de Pikachu puesto.

- ¿Estoy soñando…? – susurré, con el corazón latiéndome en las sienes.

Me llevé la mano al pecho. Cerré los ojos y me concentré. Sí, no lo había imaginado. Había latidos. Mi corazón seguía en su sitio. Andrea no me lo había arrancado.

Rompí a llorar de nuevo. Ryan se recostó a mi lado y me abrazó, rodeándome los hombros y apoyando mi cabeza sobre su pecho. Estrujé su disfraz amarillo con las manos y hundí la cara en él, tratando de silenciar el llanto. Los dedos de Ryan me recorrieron la espalda y la nuca, consolándome. Se reclinó sobre mí y me susurró al oído que no pasaba nada. Lo repitió varias veces con voz dulce y reconfortante.

Me concentré en sus palabras para obligarme a dejar de llorar, hasta el punto en que me sumí de nuevo en la negrura.


El sonido de unos nudillos en la puerta me despertó, y me taladró el cerebro.

- ¿Thomas? Hijo, voy a entrar.

La puerta se abrió antes de poder contestar, y mi padre pasó adentro. Me cubrí hasta la cabeza con las mantas, gruñendo. Me encontraba francamente mal: me dolía la cabeza, estaba revuelto, y la boca me sabía a alcohol.

La cama a mis pies se hundió por un nuevo peso.

- ¿Cómo estás? – la voz de mi padre sonaba preocupada. Me destapé y me senté rápidamente sobre la cama. Mala idea. La cabeza me dio vueltas.

- ¿Me oíste llegar anoche? – pregunté, aunque realmente no estaba muy seguro de cómo ni cuándo había vuelto a casa.

Mi padre se rascó la mejilla y soltó una risita nerviosa.

- Era difícil no oírte, con esos gritos.

Me mordí el labio y bajé la mirada, avergonzado hasta el punto de querer morirme.

- Lo siento mucho – murmuré -. Ayer pasó algo, y…

- Lo sé, lo sé – me interrumpió -. Ryan me lo contó.

Levanté la vista y abrí la boca, perplejo. La cabeza me dio una sacudida, y me llevé las manos a las sienes.

- ¿Viste a Ryan?

- Fue él el que te trajo a casa – aclaró, y volvió a rascarse la mejilla. Esa conversación le era tan incómoda a le como a mí -. Pero no me dijo qué fue lo que sucedió exactamente.

- ¡¿Ryan me trajo a casa?! – mi cerebro pensaba diez veces más despacio que el suyo, e iba razonando por partes.

- Así es – asintió -. Estaba muy preocupado por ti. Incluso insistió para quedarse contigo toda la noche.

No fui capaz de digerir eso. ¿Qué se quedó conmigo toda la noche? Es decir, ¿veló por mí mientras dormía?

Entonces… aquello que soñé sobre Ryan… no fue un sueño.

Me eché hacia atrás sobre la pared y me cubrí los ojos con el antebrazo. Maldito Martin… Jamás pensé que fuera a hacer algo así por mí. Idiota, idiota. Cada vez estaba más convencido de que no me merecía el amigo que tenía.

Y hablando de él… Ryan y yo anoche nos…

Mi rostro enrojeció, orejas incluidas. Dios. Sí que estaba de bourbon hasta el culo. Debía llamarle enseguida y pedirle disculpas.

- Por cierto, ¿dónde está? – pregunté, retirando el brazo de mi cara.

- Se marchó cuando yo me levanté. Parecía agotado. Le invité a desayunar, pero dijo que no se encontraba bien y se fue. Deberías llamarle esta tarde.

Eso iba a hacer. Era lo menos que podía hacer.

- La que está aquí es Mina – anunció, señalando la puerta con el pulgar -. Ha venido a ver cómo estabas. Dijo que estaba preocupada porque no le respondías las llamadas.

¿Las llamadas? No me había sonado el teléfono en toda la noche. Lo encontré sobre la mesa de noche, y estaba apagado. Qué raro. No recordaba haberlo apagado. Quizás Ryan lo hizo para que nadie me despertara.

- Espera, papá. ¿Qué hora es? – exclamé.

Él comprobó su reloj de pulsera.

- Las dos y media.

Dejé escapar un fuerte suspiro. Sin duda, esa cogorza fue, si no la más grande que me había cogido en toda mi vida, casi la más grande.

- Dile que ya bajo – farfullé, frotándome los ojos.

Mi padre asintió, y dejó sobre la mesita de noche un vaso de agua y una aspirina.

- Tómatela. La vas a necesitar – se levantó de la cama, y añadió -. Luego hablamos.

Abandonó mi habitación, y me tomé mi tiempo para tomarme la pastilla y salir de la cama. Sentía un dolor punzante en la cabeza que no iba a irse tan fácilmente. Aunque, al menos, el vaso de agua logró quitarme ese desagradable sabor a alcohol de la boca. Me metí en el baño a orinar, y al bajarme los pantalones, me di cuenta de que llevaba puesto mi pijama. Joder. ¿Ryan también me había puesto el pijama? Ese tío estaba loco.

Bajé las escaleras dando tumbos, y Mina, que estaba sentada en el sofá frente al televisor apagado, se lanzó hacia mí al verme. Tenía unas ojeras tan marcadas que parecían tatuajes.

- ¡TJ! ¿Cómo te encuentras? – preguntó, con un tono una octava más alta -. Todos estábamos muy preocupados porque no respondías a los mensajes.

- Lo siento – me rasqué la mejilla y sonreí torpemente -. Tengo el móvil apagado.

Mina bufó, molesta, y se dejó caer sobre el sofá.

- Eres imbécil. Te juro que pensé que habías muerto.

- Lo siento, de verdad – me senté a su lado, arrastrando las palabras, agotado -. Prometo que no lo volveré a hacer.

Mina me miró con ojos tristes, y cubrió mis manos con las suyas.

- ¿Qué fue lo que te pasó anoche? Ryan no ha querido darme detalles.

Se me hizo un nudo en la garganta, y mi estómago me dio un vuelco. No quería recordarlo. No quería. Carraspeé un poco, y traté de sonar convincente.

- Cosas mías. No me apetece hablar sobre ello ahora… - musité.

- ¿Pero… bien o mal?

- Mal – puse los ojos en blanco -. Si no, ¿crees que habría acabado como acabé?

Mina se encogió de hombros y se mordió el labio.

- Me asusté mucho cuando caíste encima de mí – murmuró -. Nunca te había visto así.

- Lo sé, lo siento – me peiné el pelo hacia atrás con los dedos, suspirando avergonzado -. Reconozco que se me fue de las manos. En serio. No volveré a hacerlo, lo juro.

Miré a Mina a los ojos, tratando de convencerla de que iba en serio. Al final, acabó relajando los hombros y la expresión; y suspiró, resignada.

- Por favor, te lo pido. No quiero volver a verte así nunca más – suplicó.

Dejé escapar una risilla.

- Créeme, yo tampoco me siento orgulloso. Fíjate si iba hasta arriba, que Ryan y yo nos liamos. ¿Te lo puedes creer?

Mina frunció el ceño y abrió la boca, confusa.

- ¿En serio?

- Totalmente. Entre su borrachera y la mía, nos acabamos besando. Bueno… en realidad él me besó, y yo me dejé porque… bueno, ya sabes. Alcohol – me encogí de hombros, y apreté los labios.

- TJ, creo que te estás equivocando – ladeó la cabeza, aparentemente sin creer lo que le estaba contando.

- Eh… Creo que sé bastante bien lo que pasó. Me acuerdo de eso. De eso, precisamente, sí.

Y de las otras chicas con las que me enrollé también, pero preferí omitir ese detalle.

- Te equivocas – alegó, negando con la cabeza -. Ryan es abstemio.

Mi cerebro resacoso tardó en captar esa información.

- ¿… que Ryan es qué?

- Que no bebe alcohol – aclaró.

- ¡Ya sé qué significa! – exclamé, levantando los brazos -. ¡Pero no es cierto! Le he visto más de una vez con una copa

- Es Coca-Cola. Ryan no bebe nada de alcohol. Una vez se cogió tal mierda que acabó en Ohio. Nunca supo cómo llegó ahí. Desde ese día, no ha vuelto a probar ni gota.

¿Era verdad eso? Era cierto que siempre le veía con un vaso lleno de algo marrón, pero siempre di por sentado que, además de cola, había algo de alcohol: vodka, ron, algo de eso.

- ¿… entonces por qué…? – musité, clavando los ojos en mis pies, completamente a cuadros.

- Venga ya, TJ – dijo, y me golpeó levemente el hombro -. Si Ryan te besó, fue porque él quiso.

Sentí cómo el color se me iba del rostro, y una gota de sudor frío me recorrió la nuca. Levanté la mirada, y hundí mis ojos en los suyos, verde aceituna.

- ¿Qué coño significa eso, Mina? – carraspeé, con las palmas de las manos sudorosas.

La aludida me observó confundida. Frunció el ceño, y ladeó la cabeza, como si no acabara de comprender.


- ¿No lo sabías? Ryan es gay.

2 comentarios:

  1. AY MI MADRE, LA QUE SE LÍA.
    LA QUE SE LÍA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

    MALDITA HIJA DE PERRA, ME DEJAS ASÍ AHORA Y SIN SABER CÓMO CONTINUA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!

    Vale, vale, una vez pasada la crisis del cliffhanger, TE AMODORO ♥ ME HAS DEDICADO EL CAPI, Y ES UN CAPI CON MANDANGA ♥ T'AILOFYU!!!
    Creo que no voy a decir nada que no sepas ya: adoro a TJ y a Ryan, me derrito al leer cada uno de sus encuentros, y Andrea es una inverecunda meretriz de moral laxa (y un poco mucho obvia) que merece muerte por empalamiento. Ya no sólo le engaña, sino que aún encima le hace esperar y le jode el día!! PUTA.

    Tengo muchas, muchas, MUCHÍSIMAS ganas de que sigas escribiendo y ver a dónde va a llevar esto, y muchas, muchas, MUCHÍSIMAS ganas de poder dibujar lo que te prometí, aunque me siento muy mierdas por no poder hacerlo antes y no saber cuándo podré ;w; mi vida es inexistente en estos momentos...

    Quizás algo negativo que comentar es que (puede que por mi ansia viva y necesidad de recreación) en ocasiones me ha parecido que iba todo mu rápido, quizá porque te sentiste presionada por terminar antes del 1 de enero... En otros capítulos me ha dado la impresión de que te detenías y recreabas más en algunas descripciones, y en este me ha faltado un poco. Pero joder, has escrito a contrarreloj Y HA HABIDO TEMA. POR FIN HAY BARRO.

    En resumidas cuentas: TE QUIERO MUCHOOO, COMO LA TRUCHA AL TRUCHOOO, Y ME VAS A HACER SUFRIR ESTOS MESES, PERRA.

    PD: kigurumi de pikachu en la patata!!! ♥♥♥ la imagen mental, por dios XD

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  2. OMGGGGGGGGGGGGGGG ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ALGUIEN ME PUEDE EXPLICAR POR QUÉ NO ME DI CUENTA ANTES DE QUE HABÍAS SUBIDO ESTE CAPITULO??????????????

    DIOS. MÍO. MUERO. DE. FEELS.

    Voy a intentar relajarme, pero es que Dios, ha sido demasiado.

    Primero, la escena del baño cuando TJ le invita a Ryan a dormir en su casa. ¿Hola Ryan? GRACIAS POR NO DISIMULAR Y ESAS COSAS QUE ME HACEN AMARTE.

    Segundo, Andrea, piérdete. Si antes me caía mal ahora ya... No quiero ni verla. Pero no podemos olvidar que ha sido clave para que ocurra lo que tanto quería ver pasar.....

    Al fin.

    Un beso.

    Ha sido perfecto. Mientras lo leía y veía como Ryan lo consolaba estaba muriendo de auténtico amor, y cuando se acercaba la escena del beso pensaba "seguro que TJ no lo besa...." Y zas, ahí está Ryan para cumplir mis deseos y ser él quien le besa a TJ. Y encima estuvo velando por él toda la noche... Incluso le puso el pijama. Puedo morir más de amor???

    Y ya para acabar... Mina diciéndole un gran descubrimiento, LA verdad sobre Ryan....
    Necesito saber ya qué va a opinar TJ sobre todo esto. Tengo miedo, porque ya en su momento dio su opinion respecto a los homosexuales, y aunque algo ha cambiado en su forma de opinar, sigue sin sentirse cómodo con ese tema.... Y yo no quiero ver cabreos entre esos dos ;; Sufro demasiado cuando pelean </3

    Sigo diciendo que me encanta cómo escribes. Tu forma de redactar de verdad que me encanta.

    Espero que actualices pronto, y que yo me entere antes..... No tengo perdón de dios, en serio.

    Mil gracias por esta historia.
    Un abrazo y mucho ánimo e inspiración para continuarla.

    ¡Hasta la próxima! ♥

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¡Vamos, es gratis y no duele!


¡Gracias por leer hasta el final! ♥