Estaba hasta arriba de trabajo, y sintiéndolo mucho, tuve que pedirle perdón por no tenerlo listo para el día 8. Pero le prometí que lo terminaría antes de que acabara diciembre.
Yo siempre cumplo mis promesas.
Pensé que, después de los acontecimientos
del día de mi cumpleaños, las cosas entre Ryan y yo podrían haber cambiado.
Aunque no sólo lo pensaba: también lo temía. Tenía un miedo constante a que
Ryan pudiera comportarse de forma diferente conmigo, tras todo lo que pasó no
sólo la noche de la fiesta, sino también el día siguiente. Sin embargo, y para
alivio mío, nada había cambiado. Ryan seguía siendo el mismo chico agradable,
risueño y de humor ácido que había conocido a mi llegada al pueblo. Fue como si
nada hubiera sucedido entre nosotros. En cierto modo me alegró, ya que eso
significaba que el asunto no había tenido más importancia de la que debía. Al
menos en el caso de Ryan, porque yo tenía muy presente la revelación que él
mismo me había hecho en el porche de su casa. El recuerdo me rondaba la cabeza
a diario, y cada vez me impacientaba más y más esperando el momento en el que
Ryan por fin se viera con ganas de responder todas mis preguntas.
Pero debía resignarme y esperar. Estaba
seguro de que ese día llegaría. Antes o después, pero llegaría.
La semana siguiente a la de mi cumpleaños
invité a Ryan a quedarse a dormir en mi casa el sábado. Lo cierto era que la
idea de ese plan era hablar todo aquello que fuera necesario si las cosas se
torcían entre nosotros. Pero, a medida que avanzó el tiempo y me di cuenta de
que Ryan apenas nombró lo sucedido, descarté el objetivo original, y lo cambié
por una inocente noche de videojuegos y comida hipercalórica.
Pasaban las seis y media cuando volvimos
a casa después de correr. Cuando Mina se enteró de que Ryan iba a pasar la
tarde y la noche conmigo, logró persuadirlo, tras mucho insistir, para que
viniera a correr con nosotros. Él se pasó toda la carrera quejándose, y aún lo
hacía cuando entramos por la puerta principal.
- De verdad, ¡no sé cómo demonios me he
dejado convencer para esto! – gruñó, alzando los brazos en medio del salón.
- Parece mentira que, a estas alturas, no
conozcas a Mina – respondí, sirviéndome un enorme vaso de agua fría en la
cocina -. Cuando quiere algo, lo consigue, sea lo que sea.
- ¡Pero yo entrené esta mañana cuatro
horas! ¿Qué necesidad tenía ella de que fuera con vosotros? ¿Acaso no lleváis
una semana yendo a correr todos los días?
- Deja de quejarte, pareces un viejo
amargado – bebí el vaso entero de un trago, y le señalé la jarra del agua a
Ryan. Él rechazó mi oferta negando con la cabeza -. Bueno, yo no sé tú, pero
aunque me muero de hambre, creo que me ducharé primero.
Ryan levantó ambos pulgares.
- Lo mismo digo. Quiero quitarme este
olor a macho cuanto antes.
Subimos a mi habitación, donde él había
dejado sus cosas antes de quedar con Mina. Me quité la sudadera y la dejé en el
suelo.
- Voy a buscarte una toalla – anuncié, a
lo que Ryan respondió asintiendo, bajando la cremallera de su chaqueta de
chándal.
Me dirigí al cuarto del baño del primer
piso, que era el mío, y busqué en el armario una toalla limpia. Escogí la más
sobria que tenía, una de color verde suave con un bordado dorado. Al regresar a
mi cuarto, no pude evitar quedarme en el sitio. Ryan se había quitado no sólo
la chaqueta, sino también la camiseta, y estaba desnudo de cintura para arriba.
Fueron dos cosas las que provocaron que le observara como hipnotizado. La
primera era su torso. De no haber sabido que Ryan jugaba al lacrosse, jamás hubiera pensado que
pudiera tener un pecho tan… llamémoslo por su nombre, bonito. Él era delgado,
pero a la vez, los músculos de sus brazos y de su torso estaban definidos con
líneas suaves y armónicas. No tenía el tipo de musculatura de los culturistas
ni muchísimo menos. Tenía el cuerpo de la gente que practica deporte con
frecuencia y que no trabaja específicamente la musculación, sino que adquiere
esas formas por el simple hecho de hacer ejercicio regular. Los músculos de los
brazos eran redondos y fuertes, los pectorales estaban justamente definidos, y
tanto los abdominales como los oblicuos se le marcaban de una manera muy sutil
e hipnótica. Su vientre era duro y plano. Lo que más envidia me daba era que,
cuando estaba vestido, eso apenas se notaba. Dios, ¿acaso ese chico no tenía
ningún defecto físico?
La segunda fue el tatuaje. Ese maldito
código de barras que llevaba una semana perturbándome. ¿Qué demonios había tras
la cifra 2411? ¿Por qué se la había saltado cuando me lo enseñó? Estaba seguro
de que no había sido un despiste casual, de que había ignorado esos cuatro
números por alguna razón. No tenía ni la más remota idea de qué podría ser, y
eso me ponía nervioso. No era una fecha, porque no existe ningún mes 24.
¿2.411? ¿2.411 qué? Podría tratarse de cualquier cosa, y la curiosidad me comía
por dentro.
No me di cuenta de que me había quedado
embobado mirándolo, sumido en mis pensamientos, hasta que se giró hacia mí.
- ¿Te gusta lo que ves, Jameson? – puso
una fingida voz sensual, y se pasó las manos por el pecho de forma ascendente
-. Si quieres, me saco una foto y te la firmo.
Ryan se echó a reír por su propia broma,
y yo desvié la mirada hacia otro lado, sintiendo cómo mis mejillas enrojecían.
Qué vergüenza, quedarme pasmado observándolo – y haciendo cábalas mentales.
- No te equivoques, Martin – repliqué,
tratando de disimular -. No eres gran cosa – él puso los ojos en blanco y abrió
la boca para responder, pero me adelanté y le lancé la toalla -. Dúchate tu
primero si quieres. Yo puedo ir preparando la Play mientras.
Ryan me sacó la lengua, y luego señaló su
bolsa de deporte.
- Como quieras. Los juegos están en el
bolsillo grande.
Me agaché para abrir la cremallera de la
bolsa y busqué las carátulas. Había muchas más cosas de las que pensaba, y tuve
que meter bien las manos para poder encontrar algo. Cuando palpé algo parecido
a una caja de plástico, la saqué, y algo cayó al suelo en el proceso. Era la
cartera de Ryan, que se había abierto. La recogí, y al levantarla, vi un
pequeño cuadrado blanco en el suelo. Fui a meterlo de nuevo en la cartera, y al
darle la vuelta, descubrí que era una fotografía de tamaño carnet. Una muchacha
de ojos claros, de un color entre verde y azul, y con una larga melena recogida
en una trenza, me sonreía. Era la misma chica que había visto en las fotos del
salón de la casa de Ryan.
- ¿Qué estás haciendo, TJ? – Ryan se
acercó a mí, y di un respingo.
- ¡Oh, lo siento! – le entregué enseguida
la cartera y la foto, y traté de disculparme -. No pretendía cotillear. La
cartera se cayó, y vi la foto sin querer… lo siento.
Ryan metió la foto dentro de la funda de
plástico de la billetera.
- No pasa nada, sólo es una foto – bufó
ruidosamente, y tras debatir internamente algo durante unos segundos, volvió a
sacar la foto y me la entregó -. Es mi hermana, la que vive en Portland. Se
llama Evelyn.
Me quedé pasmado. ¿Estaba pasando lo que
creía que estaba pasando? ¿Ryan me estaba dando información sobre su hermana?
Debía comprobarlo. Si era así, debía aprovechar para sacarle todos los datos
posibles.
- Me hablaste una vez de ella – comenté,
haciéndome el desinteresado -. Es mayor que tú, ¿verdad?
Ryan asintió.
- Tiene 25.
- ¿Y qué hace en Portland? Quiero decir,
es la otra punta del país.
Si me contestaba a eso, significaba que
Ryan por fin había decidido abrirse, aunque fuera con algo tan banal como era
su hermana mayor, a la cual, si vivía en Portland, era probable que no viera
jamás.
- Consiguió un empleo allí – respondió,
tras suspirar levemente con los ojos cerrados -. Ella estudió Informática. Empezó
a trabajar en Baltimore, en una empresa de recursos humanos. Hace como tres
años que la trasladaron a las oficinas centrales en Portland. Se encarga de
todo el tema de antivirus y seguridad.
Ryan no me miraba, sino que mantenía la
vista fija en el suelo mientras hablaba. Era evidente que le costaba hablar
sobre ello, ya que formaba parte de su vida privada. Pero, aun así, lo estaba
haciendo. Y eso me hizo sentir tan orgulloso como agradecido.
- ¿Y está casada? – pregunté con interés.
- Aún no. Ella tiene pareja desde hace
tiempo. Quieren casarse el próximo año.
- ¡Ah, felicidades! ¡Eso es estupendo!
Los labios de Ryan dibujaron una sonrisa
tímida.
- Sí. Bob es un buen tipo. La quiere un
montón y la trata como a una reina. En realidad no puedo pensar en otra persona
para ser el marido de Eve.
- Vaya – no pude evitar sonreír yo
también. Me pareció un comentario muy tierno -. ¿Tienes buena relación con el
novio de tu hermana?
- Sí – asintió -. Ella y yo no podemos
hablar a menudo por la diferencia horaria, pero cuando lo hacemos, él siempre
le pide que le pase el auricular, y hablamos bastante. Además, él siempre viene
por Navidad y Acción de Gracias. Es una persona estupenda.
Al hablar del novio de su hermana,
recordé que, en una ocasión, Ryan me comentó que ella y el hermano de Harriet
estuvieron saliendo juntos un tiempo. No pude evitar pensar en Harriet. Si
antes de mi fiesta de cumpleaños me ignoraba, ahora era como si, literalmente,
no existiera. Yo era como humo, como algo que, hiciera lo que hiciera, no
captara su interés de ninguna manera. Reconozco que, al principio, me sentí
ofendido, pero al final decidí que era hasta mejor. No quería más movidas
innecesarias.
Por otro lado estaba Andrea. La
comunicación entre nosotros durante esa semana había sido prácticamente
inexistente. Cuando le dije por primera vez que quería hablar con ella, me
contestó que iba a hacer horas extra un par de semanas y que no iba a poder
dedicarme tiempo durante una temporada. Y era cierto, porque por más que la
llamaba o la mensajeaba, apenas recibía respuestas suyas, y cuando lo hacía, se
limitaba a un par de palabras en un mensaje escueto. En un primer momento
llegué a pensar que estaba resentida por lo que pasó en mi cumpleaños. Pero me
había jurado que no estaba enfadada, así que la creí. Épocas complicadas las
tenemos todos, pensé. Y no le di mayor importancia.
El móvil de Ryan sonó, y el punteo de
guitarra de The Kids Aren’t Alright
me sacó de mis pensamientos. Se agachó delante de su bolsa, y sacó el teléfono.
- Es mi madre – anunció, y pulsó el botón
verde, llevándose el auricular a la oreja -. Entra tú primero a la ducha si
quieres. No tardaré. Hola, mamá.
Me encogí de hombros y saqué del armario
una muda limpia y ropa para andar por casa, unos pantalones de pijama y una
camiseta con propaganda de una hamburguesería de mi barrio en Washington.
Mientras cerraba la puerta del baño, escuché a Ryan gritar con voz apurada:
- ¡Pues claro que va a entrar solo!
¿Quién te crees que soy?
Se me escapó una risilla. Las ocurrencias
eran cosa de genética, me dije.
Me desnudé, metiendo la ropa sucia en el
cesto; dejé mi toalla sobre la tapa del inodoro y entré en la ducha. Abrí el
grifo, y permanecí un minuto, quizás dos, dejando que el agua caliente me
empapara desde la cabeza hasta los pies. Poco a poco mis músculos se fueron
relajando a medida que el agua recorría mi piel desnuda, hasta que al final,
suspiré con fuerza, sintiéndome aliviado, física y mentalmente. Siempre hacía
eso cuando volvía de correr con Mina: ducharme con agua caliente, sin prisas.
Ayudaba a que mis músculos se relajaran y que no me salieran agujetas al días
siguiente. Apoyé las manos en la pared, y dejé que el agua de la ducha me
cayera en la nuca, destensándome el cuello y la espalda.
Ryan picó la puerta tres veces desde el
descansillo.
- ¿TJ? ¿Te importa si entro? – preguntó,
alzando la voz.
Abrí los ojos y me incorporé, parpadeando
para secar mis pestañas de gotas. Por un momento, no supe qué responder. La
bañera no tenía cortinas, sino una mampara de cristal. Mis amigos en Washington
me habían visto desnudo varias veces, y yo a ellos; pero en este caso… ¿Ryan y
yo teníamos suficiente confianza como para llegar a ese punto?
- Vamos, TJ – mi silencio debió de
indicarle lo que estaba pensando, y le escuché reírse -. Salvo que tengas una
vagina entre las piernas y yo no me haya enterado, no hay nada en ti que no
haya visto en mí mismo antes.
Recuerdo que ése fue exactamente el mismo
razonamiento que Mike me dio la primera vez que me vio desnudo, después de
nuestra primera clase de Educación Física, en Secundaria. Y es que, si me
paraba a pensar fríamente, ambos tenían razón. A pesar de algunos detalles
obvios, porque no hay dos seres humanos iguales, el cuerpo masculino era siempre
el mismo, ¿no? Aunque yo era bastante delgado y poca cosa comparándome con él,
no creía que Ryan se asustara demasiado si me viese desnudo. Además, decidí que
sí, que sí había confianza para eso.
- Ya lo sé – grité, tras soltar un bufido
-. Entra.
El aludido abrió la puerta, y sin
prestarme demasiada atención, dejó una especie de neceser marrón sobre el
lavamanos y empezó a sacar cosas de él y a colocarlas junto a las mías: un
cepillo de dientes, un frasco de desodorante, un cepillo del pelo, y otras
cosas que, entre el vapor del agua caliente y mi principio de miopía, no
alcancé a distinguir. Se acercó al inodoro, y dejó la toalla que le había
prestado junto a la mía. Entonces, se dirigió a mí por primera vez con una
sonrisa burlona.
- Qué pena. Habría sido toda una sorpresa
que tuvieras vagina.
- ¿Eres tonto o qué? – repliqué, poniendo
los ojos en blanco -. ¿Cómo voy a tener vagina?
- No lo sé – se encogió de hombros -.
¿Pero a que sería gracioso?
- Para troncharse. Deja de decir
tonterías.
Cogí la esponja y dejé caer un chorro de
gel de baño sobre ella. La mojé un poco, y empecé a frotarme los hombros.
Cuando volví a fijarme en Ryan, seguía en el mismo lugar, observando fijamente
y con interés algo. Mi entrepierna. Fruncí el ceño.
- Si quieres, me saco una foto y te la
firmo – solté, repitiendo el mismo comentario que soltó en mi cuarto.
Ryan levantó las cejas y sonrió de medio
lado, mirándome a los ojos.
- ¿17? – preguntó.
Ladeé la cabeza, sin comprender.
- ¿17 qué?
- Centímetros – aclaró, señalando mi
entrepierna con el mentón.
¿Qué demonios…? El más intenso de los
rojos se apoderó de mis mejillas y orejas, y me apresuré a taparme con las
manos y la esponja, sintiéndome repentinamente observado.
- ¿¡Eres imbécil o qué!? – grité, fuera
de mí, tratando de esconder mi sexo todo lo posible de Ryan. Éste se echó a
reír con ganas.
- No te enfades – se excusó, limpiándose
con el dorso de la mano una lágrima que se le había escapado -. Es que tengo la
habilidad de adivinar cuánto mide un pene con sólo mirarlo – anunció, poniendo
los brazos en jarras y sacando pecho.
- Querrás decir la inútil habilidad – me quejé.
- Según qué cosas – Ryan se encogió de
hombros -. ¿Pero he acertado?
No quería contestar. Eso no era asunto
suyo. ¿Qué más daba si me medía más o menos de lo que él había calculado?
¿Acaso quería comparar el suyo con el mío? Era una estupidez, una niñatada.
Además, esta conversación empezaba a incomodarme.
Pero Ryan no me quitaba el ojo de encima,
y sabía que, hasta que no respondiera, no iba a darse por vencido. Suspiré
pesadamente, resignado. Le di la espalda, y seguí enjabonándome los brazos.
- 16…
Escuché a Ryan chasquear la lengua.
- ¡Mierda, por un centímetro!
- ¿Podemos hablar de otra cosa, si no te
importa? – supliqué. Él se echó a reír de nuevo.
- Vale, no te enfades, que era una broma.
Oí cómo se incorporaba y volvía al
lavamanos para seguir ordenando sus cosas. Cuando se me pasó el rubor, me giré.
Era incómodo, y sobre todo ridículo, ducharme de cara a la pared. Miré a Ryan
de reojo, y no estoy seguro, porque había mucho vapor y no veo bien de lejos,
pero creo que, a través del espejo ligeramente empañado, pude ver a Ryan
mordiéndose el labio con una sonrisa extraña.
- ¿Una fiesta de qué?
Mi pregunta se vio acallada por los
gritos del grupo que llevaba los petos amarillos, que acababa de marcar un
tanto. Ese jueves habíamos decidido ir a dar una vuelta por Baltimore, pero
como Ryan tenía práctica de lacrosse
hasta las ocho, decidimos quedarnos a ver el entrenamiento hasta que saliera.
Normalmente Ryan se desplazaba hasta Baltimore en autobús, pero esta vez
aprovechó que íbamos todos y fue con nosotros en el todoterreno de Zack. Aunque
en realidad no fuimos todos: los gemelos tuvieron que quedarse en el pueblo.
- La Fiesta de Primavera. La organizan a
mediados de abril – aclaró Zack -. Originalmente era un incentivo para que los
alumnos cogieran fuerzas para la última etapa del curso.
- ¿Originalmente?
- Hace años que esa fiesta se desfasó –
contestó Mina, que estaba sentada un escalón por encima de Zack en la grada, y
llevaba un buen rato recogiéndole el pelo en una trenza y deshaciéndola, una y
otra vez. Él parecía relajado cuando Mina le separaba los mechones con los
dedos.
- ¿Pero en qué sentido? – inquirí.
- Al principio era una fiesta temática –
intervino Kim, tumbada boca arriba con la cabeza sobre el regazo de Mina -. Se
anunciaba un tema, y todo el mundo debía llevar un disfraz acorde. Con el paso
de los años, la gente ha pasado de eso: cada uno se disfraza de lo que le da la
gana, y la Fiesta de Primavera se ha convertido en una excusa para beber y
disfrazarse de zorra sin que nadie te critique por ello.
- ¿Para beber? – pregunté, atónito -. ¿Acaso
no hay profesores vigilando?
- Los hay – contestó Mina -. Pero suelen
marcharse sobre las 11, y es ahí cuando empiezan a sacar el alcohol.
- Venga ya. ¿Y dejan a los alumnos solos
en el instituto toda la noche? ¡Eso es surrealista!
- Hasta que ellos se van, todos son
ciudadanos cívicos y responsables que respetan al dedillo los derechos de su
minoría de edad.
- Lo triste es que los profesores se lo
creen – suspiró Zack.
- Yo creo que lo saben perfectamente,
pero que se hacen los inocentes para no tener que lidiar con el asunto –
apostilló Mina, deshaciendo una vez más la trenza de Zack -. Hay toda una mafia
detrás de esa fiesta, y no son precisamente discretos.
- ¿Una mafia? – quise saber.
- El equipo de fútbol empieza a esconder
las bebidas en el gimnasio un par de días antes de la fiesta. Y no las esconden
demasiado bien, que digamos – explicó Kim, incorporándose -. Y si les pagas, te
reservan botellas y todo. Un disparate.
- Yo todavía no sé de qué me disfrazaré
este año – anunció Mina, estirándose. La miré perplejo.
- Espera, espera. ¿Vas a ir? – Mina
asintió, y luego me dirigí a Zack y a Kim -. ¿Vais a ir?
- ¿Por qué no? – dijo Zack, ladeando la
cabeza.
- ¡Porque hace diez segundos no hacíais
más que echar pestes de la fiesta y de la gente que va a ella!
- Ya. Pero es gratis – Mina se encogió de
hombros.
- Además, si no vas, al día siguiente
eres la comidilla de los pasillos – Kim puso los ojos en blanco, y rodeó la
cintura de Mina con un brazo -. Te sale más a cuenta ir y divertirte atentando
contra lo que es moralmente correcto que hacerte el ciudadano ejemplar y que
luego se pasen días hablando de ti a tus espaldas.
Abrí la boca para replicar, pero no tenía
ningún argumento que pudiera contrarrestar eso. De la misma forma que la abrí,
la cerré; y les dediqué una mueca de asco.
- Vais a ir todos al infierno – escupí,
medio en broma, medio en serio.
- Ya lo teníamos asumido - Kim sonrió, y
los otros dos se echaron a reír.
Entonces, Kim se inclinó sobre Mina, que
se había acurrucado sobre el hombro de ésta, y le besó la coronilla. Mina cerró
los ojos, relajada, y alzó el rostro para depositar un beso suave en la
mandíbula de Kim. Hacía un tiempo que me había dado cuenta de que, cuando no
estaban en el pueblo, o al menos cuando no había riesgo de que algún chismoso
las viera, Mina y Kim eran muchísimo más cariñosas la una con la otra. Se
permitían gestos como caminar de la mano, besarse la cara o abrazarse, mientras
que en el pueblo, lo máximo que intercambiaban eran miradas. Lo de que eran
pareja era un secreto que, al menos en casa, guardaban con ahínco. Ignoraba si
sus familias lo sabían, aunque en realidad, eso no era de mi incumbencia.
Sin embargo, yo aún no me acostumbraba a
ese tipo de detalles. Por ese motivo, desvié rápidamente la mirada de ellas,
fingiendo prestar atención al entrenamiento de lacrosse. Aunque mis dedos, que tamborileaban sobre mis muslos, no
me daban demasiada credibilidad. Escuché cómo Kim soltaba un suspiro de
resignación, y por el rabillo de ojo vi cómo Mina le acariciaba cariñosamente
el muslo mientras me echaba una mirada triste. Lo siento, pero había ciertas
cosas que no podía evitar, por mucho que quisiera. Había aceptado que Mina y
Kim eran novias, pero me costaba verlas en esa actitud. Y no sabía exactamente
qué era lo que más incomodaba, si el hecho de que fueran dos mujeres, o el
hecho de que eran mis amigas.
Sentí un golpecito en el hombro, y al
girar la cabeza, Zack sonreía a mi lado, señalando la cancha donde Ryan y su
equipo jugaban.
- Ryan es bueno – comentó.
- Eso parece – respondí. En ese momento,
Ryan había atrapado la pelota con el stick,
y esprintaba hacia la portería -. Yo no entiendo mucho el lacrosse, pero cuando tira a puerta, suele marcar. Al menos lo que
he visto hoy.
- Calculo que ocho de cada diez tiros
suelen acabar en gol. Ryan no es manco, te lo aseguro – explicó,
inexplicablemente sonriente -. De hecho, está sopesando la posibilidad de
entrar en la universidad con una beca de deportes.
Miré a Zack atónito. ¿Una beca de
deportes? Entre eso y sus calificaciones, Ryan podría entrar prácticamente en
la universidad que quisiera.
- ¿En serio? ¿Tan bueno es? – pregunté,
en parte a mí mismo, en parte a Zack.
- Un par de ojeadores ya se pusieron en
contacto con él, aunque las universidades a las que representaban no eran
demasiado buenas. ¿No te lo ha dicho?
Puse los ojos en blanco y me recosté
sobre la grada, tragándome la enorme cantidad de palabras que quería soltarle.
- No. No me lo ha dicho.
La Fiesta de Primavera cayó un viernes, y
como los encargados de organizarla eran los propios alumnos, las clases de
después del almuerzo se suspendieron. Decidimos ir a almorzar los siete a uno
de los locales en la plaza del pueblo, y después de eso, cada uno volvió a su
casa para preparar su disfraz. Incluido yo. Porque sí, lograron convencerme
para que fuera con ellos a la fiesta. Aunque, siendo sincero, tampoco tuvieron
que insistir demasiado. Era eso, o quedarme solo en casa toda la noche.
Sin embargo, a eso de las cinco de la
tarde recibí un mensaje. Tras mucho pensar en su contenido, yo mandé otro, y a
los diez minutos, tenía a Ryan tocando el timbre de mi casa como si huyera de
un apocalipsis zombi.
- ¿Cómo que no vas a ir a la fiesta? –
escupió, sin preocuparse en saludar antes, cuando abrí la puerta y lo tuve
delante. Por su mirada, deduje que no estaba contento con la noticia.
- Lo siento – me disculpé, encogiéndome
de hombros -. Aunque no hacía falta que vinieras. Podrías haber llamado,
simplemente.
Ryan se apoyó en el marco de la puerta y
se cruzó de brazos.
- Pretendes plantarnos a falta de tres
horas para la fiesta, por supuesto que tenía que venir – recalcó el “por
supuesto” alzando la voz -. Espero que tengas una buena excusa.
Me rasqué la mejilla y sonreí nervioso.
Sabía que mi respuesta no iba a gustarle un pelo. Ryan supo enseguida de qué se
trataba, porque sin necesidad de que dijera nada, abrió los ojos y la boca como
un pez fuera del agua, y los brazos le cayeron flojos a ambos costados.
- ¿Andrea?
Apreté los labios y asentí. Ryan hizo un
aspaviento.
- No me lo puedo creer. En serio. No me
lo puedo creer – negó con la cabeza varias veces, y se llevó las manos a las
sienes.
- Ryan, no te mosquees. Hay una
explicación…
- ¿Cuál? ¿No te deja ir? ¿No quiere que
vayas porque voy yo? – frunció el ceño y volvió a apoyarse en el marco de la
puerta.
- ¡Que no es eso, joder! – me quejé, y
saqué mi teléfono del bolsillo de mi sudadera -. Yo quiero ir. Pero es que…
Le pasé mi móvil, en cuya pantalla aparecía
el mensaje que había recibido antes de mandarle a él otro, en el que le decía
que no podía ir a la fiesta. Ryan leyó el texto en voz alta:
- “TJ, me gustaría hablar contigo. Hoy
salgo a la hora de siempre. Nos vemos a las ocho y media en Skype” – Ryan
levantó sus ojos azules de la pantalla y me miró como quien mira una estatua -.
¿Y?
- Hace dos semanas que no hablo con ella,
y por fin tiene un momento. Llevo esperando poder hacerlo desde mi cumpleaños.
No quiero desaprovecharlo, Ryan – le miré a los ojos, suplicando que lo
comprendiera. Hablaba completamente en serio. No sabía cuándo podría volver a
tener esta oportunidad. Y la echaba de menos, maldita sea. Era mi novia -. Lo
entiendes, ¿verdad?
Ryan me miró también a los ojos, y vi a
través de ellos que debatía algo internamente, no sabía el qué. Desvió la
mirada a los lados y se mordió el labio, haciendo titilar el piercing. Finalmente, bufó ruidosamente,
como rindiéndose, y se pasó la mano por el pelo, echándose el flequillo hacia
atrás.
- No lo entiendo, pero está bien. Haz lo
que quieras – farfulló, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigó color
chocolate -. Pero al menos podrías pasarte después.
Suspiré, empezando a sentirme agotado.
- No sé a qué hora voy a terminar.
- ¡Joder, TJ, pon un poco de tu parte
también!
Ryan alzó inexplicablemente la voz, y me
quedé pasmado en el sitio. Estaba realmente enfadado. Y no entendía por qué. Es
decir, era una fiesta, no su boda. ¿Qué más daba si no podía ir? ¿Acaso era una
única fiesta que iban a organizar en todo el año? Su enfado era absurdo.
Se dio cuenta de que había levantado el
tono, y se tapó la boca con la mano derecha. Sus mejillas enrojecieron
ligeramente, y evitó mirarme directamente, fijando los ojos en el suelo. Al
quitar la mano, vi que estaba apretando los dientes.
- Lo siento. Es que… - suspiró, y se
abrazó los costados – realmente me hacía ilusión ir a la fiesta contigo.
- Ryan, no vas a ir solo, los demás
también…
- Contigo, TJ. Quería ir a la fiesta
contigo – me interrumpió, y clavó sus ojos en los míos. Había en ellos un
torbellino de sensaciones que fui incapaz de identificar.
No entendía para nada lo que se le pasaba
a Ryan por la cabeza. Estaba tan confuso que pensé que me había vuelto tonto de
repente.
Pero supuse que tenía razón. No debía
dejar de lado a mis amigos por Andrea. Eso no estaba bien. Y en realidad había
hecho planes con ellos antes que con ella. Ryan tenía motivos para enfadarse.
- Está bien. Cuando termine con ella, iré
– dije finalmente. A Ryan se le iluminó la cara de repente, y todo rastro de
enfado de esfumó como el humo.
- ¿Lo dices en serio?
- Que sí – arrastré la i, tratando de
convencerlo -. Te llamaré antes de salir, ¿vale?
Ryan sonrió de esa forma que hacía que mi
corazón se derritiera, y me abrazó con energía unos segundos, tan rápido que no
me dio tiempo a devolvérselo. Entonces, dio media vuelta y echó a andar hacia
su casa.
- Como no aparezcas, te juro que vendré
aquí y te mataré, Jameson. Sabes que lo haré.
Cuando quise darme cuenta, Ryan ya había
desaparecido por la segunda calle de la derecha, tomando el camino más corto
desde mi casa a la suya. Me quedé unos segundos en la entrada, con la mano
apoyada en el marco de la puerta, tratando de entender lo que había pasado.
- De verdad, cuanto más te conozco, menos
te entiendo, Ryan Frederick Martin – murmuré, y cerré la puerta a mis espaldas.
Ryan no debió de contarle a nadie que no
iba a ir a la fiesta, porque no recibí llamadas ni mensajes de nadie en toda la
tarde. Supuse que querría que asumiera las consecuencias una vez me presentara
allí, supuse. Consecuencias en forma de reproches, quejas, y probablemente,
daño físico. Y en realidad me lo merecía. Les había dado plantón en toda regla.
Bueno, cuando me vieran disfrazado de
gánster, con metralleta inflable y todo, seguro que me lo perdonarían.
La tarde se me hizo eterna. Había
preparado el disfraz, incluso había planchado la camisa y los pantalones.
Bueno, en realidad mi padre me ayudó, porque la plancha y yo no solemos
entendernos demasiado bien. Había adelantado algunas tareas para el lunes, me
había dado una ducha larga, e incluso me dio por poner un poco de orden en mi
escritorio. Cualquier cosa que me mantuviera entretenido hasta la noche estaba
bien.
Pero cuando llegaron las ocho y media, y
al iniciar el Skype, vi que Andrea no estaba conectada, pensé que me moría. De
hecho, leí su mensaje varias veces, pensando que me había confundido de hora.
Pero no, me había dicho a las ocho y media. ¿No dijo que iba a terminar a la
hora de siempre? Ella salía de trabajar a las ocho, y no tardaba más de 20
minutos en llegar a su casa. ¿Le habría pasado algo? La llamé varias veces al
móvil, pero no contestó. También le mandé un par de mensajes, pero no obtuve
respuesta. Me puse histérico. Daba vueltas por toda la habitación, resoplando y
mirando la hora a intervalos de 30 segundos. Incluso mi padre, cuando entró en
mi cuarto para avisarme de que se iba, bajó a la cocina y me preparó una
tisana.
Andrea no apareció hasta pasadas las
diez, y aunque debía estar enfadado por no responder a mis llamadas, me sentí
terriblemente aliviado.
- ¡Annie! – agarré la pantalla del
portátil como si fueran sus propios hombros -. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estabas?
- Trabajando – se llevó una mano a la
frente y bufó, agotada. Aún llevaba puesto el uniforme del trabajo, una camisa
blanca de manga larga con el cuello negro. Tenía el pelo recogido en un moño,
que de tanto trote, se le había deshecho un poco, y algunos rizos escapaban
libremente de la goma del pelo.
- ¿Pero no salías a las ocho?
- ¿Eh…? – parecía estar pensando en otra
cosa, porque tardó en darse cuenta de la pregunta -. Sí, es decir, salí a las
ocho. Pero luego… tenía cosas que hacer.
- ¿Y por qué no me mandaste un mensaje
avisándome? Estaba preocupado. Pensé que te había pasado algo.
Andrea desvió la mirada a su izquierda y
se mordió el labio, aparentemente nerviosa por algo.
- Es que… no pensé que tuviera
importancia – titubeó.
Aquí está pasando algo raro. Andrea está
actuando de forma muy extraña. Lleva haciéndolo desde que discutimos el día de
mi cumpleaños, pero ahora que podía verla, era incluso más evidente. Me tensé
sobre la silla y apoyé los codos sobre el escritorio.
- Andrea, ¿estás bien? – pregunté.
- Sí, es sólo que… Yo quería… - la voz le
tembló por un momento, y se me hizo un nudo en la garganta -. Quería hablar
contigo.
- Y eso hacemos – respondí -. ¿Estás
segura de que no te pasa nada?
Volvió a desviar sus preciosos ojos
castaños hacia la izquierda, y tras soltar un bufido sonoro, se llevó las manos
a la cara.
- Oye, siento haberte echo esperar, pero
no me encuentro demasiado bien – musitó, aún con el rostro oculto -. ¿Te
importa si lo dejamos para otro momento?
Era una broma, ¿no? Porque si lo era,
maldita la gracia.
- Annie… Llevo esperando casi dos horas
por ti… - me acerqué a la pantalla, en una actitud patéticamente suplicante -.
He cancelado los planes que tenía para hablar contigo. No puedes hablar en
serio.
- Lo sé, lo sé… Lo siento, de verdad. He…
- suspiró, y retiró las manos. Parecía realmente cansada – tenido un día
complicado.
En realidad lo comprendía. Había estado
haciendo horas extra desde hacía un par de semanas, y era normal que estuviera
cansada. Dios, verla así, tan agotada, me daba tantas ganas de poder estar con
ella y abrazarla. De dejar que se quedara dormida a mi lado mientras le
acariciaba el pelo…
La distancia era una mierda.
- Bueno… Bebe algo caliente y ve a
dormir, ¿vale? Mañana hablamos – dije, y sonreí -. Descansa.
- Gracias – ella hizo lo mismo, y sentí
que el corazón se me salía del pecho -. Intenta retomar esos planes. No pierdas
la oportunidad.
- Lo intentaré, aunque no tengo
demasiadas ganas ahora. Estoy preocupado por ti.
Mi comentario pareció sorprenderle, y se
encogió delante del ordenador, mirando fijamente hacia abajo. Parecía… ¿triste?
- ¿Annie, estás bien, de verdad? –
pregunté, inquieto.
- Sí, sí… - levantó la mirada, y se
mordió el labio de nuevo -. Me duele mucho la cabeza. Me iré a dormir. Adiós.
Le lancé un beso y le dediqué mi mejor
sonrisa.
- Buenas noches, preciosa. Te quiero.
- … y yo a ti.
Me encantaba oír esas palabras de sus
labios. Me encantaba escuchar cómo me decía que también me quería. A pesar de
llevar dos años saliendo juntos, seguía estando enamorado de Andrea como el
primer día. Y no me importaba admitirlo. Quería a esa chica. La quería con toda
mi alma.
Cogí el ratón, y con una sonrisilla tonta
dirigí el cursor hacia el botón para finalizar la llamada, y entonces me di
cuenta de que Andrea se había dejado el Skype abierto sin darse cuenta.
Tecleaba con rapidez, y mantenía la vista fija en la pantalla. Suspiró un par
de veces, y se llevó las manos a las sienes, frotándolas. Permanecí en silencio
observándola sin que se diera cuenta. Estaba tan guapa cuando estaba
concentrada. Aunque me preguntaba qué era lo que estaba consultando con tanto
interés. ¿Quizás el correo electrónico?
- ¿Por qué no se lo has dicho?
Una voz masculina, desconocida, irrumpió
el silencio que antes sólo interrumpían los dedos de Andrea sobre el teclado.
Giré la silla hacia la puerta de mi habitación, pensando que mi padre había
entrado en mi habitación. Pero la puerta estaba cerrada.
- No he podido, Adam.
Esa voz era la de Andrea, y volví a
girarme hacia la pantalla del ordenador. ¿Qué demonios? ¿Con quién estaba
hablando Andrea? ¿Quién es Adam?
Del lado derecho de la pantalla surgió la
figura de un chico joven que no había visto en mi vida. Tendría más o menos mi
edad, o quizás era un poco mayor. Tenía el pelo negro, largo, hasta los
hombros; y llevaba puesto un gorro de lana gris. El desconocido se acercó a
Andrea, y le pasó un brazo por los hombros.
¿Quién coño era ese tío?
Andrea se llevó las manos a la cabeza y
empezó a sacarse horquillas del moño, soltándose el pelo.
- Cuanto más esperes, será peor – musitó
el tan Adam.
- Ya lo sé, pero no es tan fácil como
parece – la voz de Andrea sonaba queda y triste. No entendía nada de lo que
estaba pasando, pero permanecí en silencio, observando -. Él… él me quiere
muchísimo.
Adam le soltó los hombros, y giró la
silla del escritorio en la que ella estaba sentada hacia él. La miró a los
ojos, y Andrea soltó un quejido de sorpresa.
- ¿Y tú a él? ¿Le sigues queriendo? –
preguntó secamente.
¿Qué está pasando…?
- Ya te he dicho que no lo sé… – farfulló
ella, evitando el contacto visual.
¿Qué demonios…?
Adam tomó el rostro de Andrea con ambas
manos, y se acercó.
- ¿Y tú a mí?
¿Qué…?
- Sí.
Andrea prácticamente gimió su respuesta,
y ese cabronazo la besó en los labios. Ella cerró los ojos y le rodeó el cuello
con los brazos.
Me quería morir. Me quería, literalmente,
morir. No podía creer lo que estaba viendo, ni lo que estaba escuchando. La
garganta se me secó, y sentí una opresión en el pecho que no me dejaba
respirar. Mi corazón se rompió en mil pedazos que me apuñalaban por dentro como
agujas. Las lágrimas brotaron y cayeron por mis mejillas, pero ningún sonido
salió de mi boca. Fue demasiado duro. Me llevé una mano al pecho y arrugué mi
camiseta.
Me dolía el alma.
- Eres… una zorra – gruñí.
Andrea y el hijo de puta de Adam dieron
un respingo, separándose inmediatamente. El rostro de Andrea perdió cualquier
atisbo de color.
- ¿¡Has dejado ese chisme encendido!? –
exclamó Adam.
- ¡Mierda, mierda, mierda! - Andrea se
lanzó al ordenador y empezó a manipular el ratón, probablemente buscando la
ventana del Skype.
Le cambió la cara cuando vio que, efectivamente,
no finalizado la llamada. Su rostro se desencajó, y abrió la boca, pero no dijo
nada. Cuando me aseguré de que me estaba mirando, cogí la pantalla del portátil
con las manos y grité:
- ¡Eres una zorra! ¡Una puta zorra! – no
quería llorar, pero no pude evitarlo. Fue como si alguien hubiese prendido la
mecha de mi paciencia. No pude más -. ¡No puedo creer que me hayas hecho esto!
- TJ, puedo explicarlo…
- ¿¡Qué coño me vas a explicar!? ¿¡Que
has estado tirándote a otro a mis espaldas!? ¿¡Qué pretendes explicarme!? ¿¡Qué
pretendes que entienda!?
Empezaron a cuadrarme muchas cosas. Su
cambio de actitud, sus evasivas… todo. Lo había tenido delante todo el rato, y
no me había dado cuenta.
Y mientras tanto, lo único que yo hacía
era quererla y echarla de menos. Me sentí un gilipollas. Un auténtico
gilipollas.
- ¡TJ, escúchame…! – Andrea también
rompió a llorar, y eso me puso furioso. ¿Por qué lloraba? No tenía derecho a
llorar. No lo tenía.
- ¡No, escúchame tú! ¡No vuelvas a
hablarme en la vida! ¿¡Me oyes!? ¡No vuelvas a hablarme en la vida! ¡Te odio!
¡Te odio, maldita puta!
Cerré la tapa del portátil con un golpe
que, probablemente, lo habría roto.
Pero en ese momento, el ordenador era lo
de menos. El portátil se podía arreglar. Mi corazón, no.
Sentí que me hundía en un pozo oscuro y
sin fondo. Me escurrí hasta el suelo desde la silla y me abracé las rodillas.
No recuerdo cuánto tiempo estuve llorando. A gritos. Si mi padre hubiera estado
en casa, se habría asustado. No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré
así. Probablemente, cuando tenía cuatro o cinco años. Sólo los críos lloran
así.
De todas las cosas malas que podrían
sucederme, el que Andrea me traicionara jamás se me pasó por la cabeza. Por eso
me dolió tanto. Porque la creía incapaz de hacer algo así. Pero me equivocaba.
Lo había visto con mis propios ojos.
Sentí la imperiosa urgencia de romper
algo. Cualquier cosa. Necesitaba destrozar algo, sacar toda la ira que se me
había acumulado en las entrañas. Eché un vistazo a mi alrededor y me detuve en
el ordenador. Ese maldito ordenador que me había enseñado lo que me estaba
destrozando por dentro. Quería hacerlo añicos, lanzarlo por la ventana y que no
quedara nada de él. Y tras el portátil, la lámpara, la silla, el escritorio, hasta
la cama quería tirar. Y luego, tirarme yo.
Me levanté del suelo como una exhalación
y me lancé hacia el escritorio. Pero antes de poner mis garras sobre el
ordenador, di un paso atrás, y me contuve. Apreté los dientes, y los puños a
mis costados.
- No rompas nada. No rompas nada. No
rompas nada – murmuré en voz alta. No debía destrozar nada. Me moría de ganas
de golpear algo, pero no debía hacerlo. Era una tontería, en realidad.
Decidí que no debía estar solo. Si me
quedaba en casa, acabaría por romper algo y hacerme daño. Me calcé, me puse una
sudadera gruesa, y salí de mi cuarto con lo puesto. No sin antes patear la
puerta con todas mis fuerzas, desquitándome a duras penas.
Bajé las escaleras a toda prisa, y me
dirigí a la puerta con las llaves en la mano. Tenía una mano sobre el pomo
cuando vi algo que llamó mi atención sobre la encimera de la cocina. Una
botella de Four Roses. Mi padre debió
de haberla traído por la tarde, porque no la había visto antes. No sabía si
tenía intención de bebérsela, pero si iba a hacerlo, esperé que no la echara de
menos. La cogí, le quité el tapón, y abandoné mi casa dando un portazo que hizo
temblar el cristal de la puerta.
No estoy muy seguro de cómo narices
llegué al instituto. No recuerdo exactamente cómo llegué. Sólo sé que la
botella de bourbon me duró unas cinco
o seis manzanas, y entonces la dejé por ahí. Nunca había bebido bourbon, ni siquiera me gustó. Pero la
quemazón que dejaba en mi garganta me hacía sentir mejor. Al cuarto trago
empecé a marearme, y al poco rato acabé colocado hasta las trancas. Pero me
sentía bien. Era como si flotara en una nuble de felicidad y desidia. Por un
momento, sólo me preocupó el hecho de que quería más alcohol, y que caminar
haciendo eses era infinitamente divertido. Creo que, incluso, estuve riéndome
de un árbol durante unos diez minutos sin razón aparente. No lo sé. No me
acuerdo.
Debían de ser más de las once cuando
crucé las puertas metálicas de la cafetería, porque aquello parecía una jodida
jungla. El frenético tempo de la música me perforaba los tímpanos y hacía
temblar el suelo donde pisaba; las luces me mareaban hasta provocarme náuseas,
y había chicas semidesnudas restregándose contra tíos disfrazados de
animalitos. Todos ellos tenían un vaso en la mano, y me apostaba la vida a que
no estaban bebiendo batido de fresa.
Entré tambaleándome en el recinto, y vi
por el rabillo del ojo cómo esa chusma se me quedaba mirando. ¿Me miraban
porque iba pedo, o porque no llevaba disfraz? Ni idea. En realidad, me la traía
floja. Yo sólo quería un trago.
Busqué a mi alrededor una mesa, o algo
donde hubiera bebida. Pero entre las luces, mi falta de vista, y que iba de bourbon hasta el culo, fue una misión
imposible. Miré a la enfermera putilla que bailaba sola a mi lado, y señalé el
vaso que sostenía en la mano.
- ¿Qué estás bebiendo? – pregunté a
gritos por encima de la música.
La enfermera se giró hacia mí, y se echó
a reír con la mandíbula floja. Si no estaba más borracha que yo, por ahí debía
de andar.
- Era vodka – agitó el vaso, y luego lo
giró del revés -. Pero ya no hay.
- ¿Me traes uno? – dije, sonriendo
tontamente, no siendo demasiado consciente de mis actos ni de mis palabras.
La enfermera, a la que no conseguí
identificar - y ni me interesaba hacerlo - estalló en una carcajada, y se
acercó a mí, mordiéndose el labio y jugando con un mechón de pelo rubio.
- ¿Por qué debería hacerlo? – inquirió,
relamiéndose.
Mi boca se torció en una sonrisa ladeada.
Si quería tema, lo iba a tener. Esa noche me iba a dar el gusto. Le rodeé la
cintura con el brazo derecho y la acerqué a mí. Sus tetas se aplastaron contra
mi pecho, y de repente, el ambiente circundante empezó a calentarse. Eran
grandes. De plástico, pero grandes. Me apetecía meter la cara entre ellas.
- Porque te lo estoy pidiendo amablemente
– respondí, y acerqué mis labios a los suyos. Ella se echó a reír como una pava
-. Si no, se lo pediré a otra persona.
- Vale, vale. Yo te lo traeré.
La enfermera abrió la boca, y mi lengua
no tardó en encontrar la suya. Me la comí, literalmente me la comí, mientras
deslizaba hábilmente las manos hasta sus nalgas prietas y embutidas en ese
diminuto disfraz de plástico. Al cabo de un rato, ella se separó, y ambos
soltamos un quejido, en busca de oxígeno. La enfermera me miró con ojos
febriles.
- Espera aquí, no tardaré – me mordió el
labio inferior, y tras guiñarme un ojo, se alejó contoneándose en busca de una
copa.
No sabía cuánto iba a tardar, y sólo
pensar que tendría que esperar me puso nervioso. Decidí que no iba a depender
de ella para conseguir alcohol, y eché a andar, metiéndome entre el grueso de
la masa. Una morenaza que iba disfrazada de conejito de Playboy y que llevaba
un vaso en cada mano se me acercó, y me dijo algo que no entendí. Yo
simplemente asentí, e hice con ella lo mismo que hice con la enfermera: la
abracé por la cintura para que no se me escapara, y le dejé mi marca en la
boca. Ella parecía la mar de contenta con que le prestara un poquito de
atención, así que, cuando le quité las copas, no dijo nada. Simplemente sonrió,
y dio media vuelta, dando saltitos. Me bebí el contenido desconocido de ambos
vasos, uno detrás de otro. El primero tenía ron. El segundo, no supe
identificarlo, pero me bajó por la garganta como fuego. Sacudí la cabeza, y
seguí andando, buscando más víctimas.
Cuando más caminaba, peor me sentía. El
volumen de la música era una auténtica tortura. Pensé que la cabeza me
reventaría de un momento a otro. Y las luces parpadeantes agudizaba la
sensación de que todo a mi alrededor se movía. Empecé a encontrarme mal,
revuelto y mareado.
Pero eso no era excusa. Tenía que seguir
bebiendo. Me ayudaba a no pensar. A no recordar.
Salí de la masificación, y por fin
encontré la mesa de las bebidas. Me arrastré hasta ella, pero justo tropecé con
mis propios pies antes de alcanzarla, y tuve que apoyarme en una chica de pelo
negro que llevaba un disfraz de… no sabía exactamente lo que era. Llevaba frac
y sombrero de copa. ¿Pianista? ¿Mayordomo? ¿Invitado a la boda del príncipe de
Gales? Ni puñetera idea. Lo cierto es que, al caer sobre ella, le descoloqué el
sombrero, y casi la tiro al suelo.
- Perdona… - farfullé.
La chica del frac se dio la vuelta, y al
verme, soltó un grito de horror.
- ¿¡TJ!?
Oh. Era Mina. Inexplicablemente, me
alegré muchísimo de verla. Era la primera cara conocida con la que me
encontraba. Me tiré sobre ella y la abracé, dejándome caer en peso.
- ¡Hola, Mina! ¡Estás muy guapa! –
balbuceé, sin saber exactamente qué estaba diciendo.
- ¿Estás borracho? – preguntó,
empujándome y sujetándome por los hombros, obligándome a mirarla. ¿Qué clase de
pregunta absurda era ésa? Pues claro que estaba borracho. Mucho, además.
No respondí. Simplemente, rompí a reír.
Ella miró a su alrededor, apurada, e hizo señas a alguien a su derecha. Le
gritó algo, pero no pude escucharlo. Acababan de cambiar de canción, y la gente
había estallado en una ruidosa ovación.
De repente, me sentí cansado. Cansado y
enfermo. Aunque Mina me sujetaba por los hombros, me desplomé en peso sobre
ella, y cerré los ojos. Quería dormirme sobre su hombro. Ella me zarandeó y
gritó mi nombre, pero no me apetecía incorporarme. Sólo quería dormir. Dormir,
y que todo pasara rápido…
Alguien me sujetó por los hombros y me
separó de Mina. Desubicado y mareado, miré hacia los lados, y hasta que no giré
sobre mis talones, no vi de quién se trataba. Era Ryan. Llevaba puesto una
especie de pijama enterizo amarillo, con capucha y orejas. Ah, ostias. Es un
disfraz de Pikachu. ¿Cómo los llamaban? ¿Kigu…?
Ni idea. Algo en japonés. Sostenía en la mano un vaso de plástico con algo
marrón. Coca-Cola con algo, como siempre solía beber.
Ryan parecía enfadado por algo, y no me
atreví a decir nada. Quería abrazarle, decirle lo guapo que estaba, y luego
quedarme dormido en su hombro, porque Mina no me había dejado. Pero no parecía
tener demasiadas ganas de que le abrazara.
¿Estaba enfadado conmigo? ¿Por qué? Yo no
había hecho nada… Yo sólo quería abrazarle. Sólo quería olvidarme de Andrea.
Me sentí repentinamente culpable y
miserable, y miré al suelo. Me dieron unas extrañas e inexplicables ganas de
llorar.
Ryan me sujetó por la muñeca y tiró de
mí. Levanté los ojos, y vi cómo íbamos dejando a gente atrás hasta llegar a la
cristalera de la terraza. Corrió la puerta, me empujó al exterior, y la cerró a
su espalda, quedándonos solos. El fresco y el silencio de la noche me azotaron
la cara y me espabilaron un poco, pero no logró que mi estado mejorara. Ni el
físico, ni el mental. Notaba un pitido en los oídos que no parecía irse.
Él se sentó en una de las mesas de
madera, y me hizo señas para que le acompañara, dejando el vaso a un lado. Me
arrastré hasta ahí, y me senté junto a él. Se echó la capucha del disfraz hacia
atrás, y pude verle la cara. No sabía si estaba enfadado, preocupado, o qué. Y
eso me asustaba. Si estaba enfadado conmigo, me sentiría fatal. No quería que
se enfadara conmigo.
Por un momento perdí la verticalidad, y
Ryan tuvo que sostenerme por los hombros. Entonces, bufó pesadamente, y me miró
a los ojos.
- Espero que esto tenga una explicación –
espetó.
No sé si fue por cómo me miraba, por el
recuerdo de por qué empecé a beber realmente, o porque tenía tanto alcohol en
la sangre que, si me hubiera recitado el Padrenuestro, habría reaccionado
igual. Pero la cosa es que rompí a llorar, asustado, confuso y dolido a partes
iguales. Ryan dio un respingo, y enseguida me sujetó por los hombros. Su
expresión se dulcificó.
- TJ, ¿qué ha pasado? – preguntó,
preocupado.
- Andrea… - su nombre me quemó la
garganta, y fui incapaz de seguir hablando. Me cubrí el rostro con las manos.
- ¿Andrea qué? ¿Qué ha pasado?
Me recliné sobre el hombro de Ryan,
incapaz de dejar de llorar. Me dolía el pecho sólo de pensarlo.
- TJ, cuéntame – la voz de Ryan sonaba
impaciente -. Si no, no puedo ayudarte.
No estaba preparado para contarle a nadie
lo que había pasado, pero si no se lo contaba a él, ¿a quién iba a contárselo?
Hundí la cara en el hombro de Ryan, y le rodeé el cuello con los brazos,
buscando contacto, cariño, consuelo, cualquier cosa.
- Andrea me está engañando con otro –
solté.
Se produjo un silencio incómodo que sólo
interrumpían mis sollozos. El cuerpo de Ryan se tensó, desde los hombros hasta
la cintura. Escuché cómo contenía la respiración.
- ¿Cómo que te está engañando con otro? –
quiso saber. Sus palabras fueron roncas y secas.
- ¡Que se está tirando a otro! – grité,
incorporándome en el asiento. Estaba furioso y destrozado. Especialmente lo
segundo -. ¡Yo lo vi! ¡Por Skype! ¡Vi al cabrón con el que se está acostando!
¡Los vi besándose!
Ryan respiró hondo. Sus manos formaron
puños sobre sus muslos, y pude ver cómo los nudillos adquirían un color
blanquecino. Parpadeé un par de veces ante la visión, aún sollozando. ¿Ryan
estaba… enfadado?
- Menuda puta – musitó, lo
suficientemente alto como para que pudiera escucharlo, negando con la cabeza,
como si no pudiera creerlo -. Menuda puta…
- No la llames puta… - me quejé.
Enseguida me di cuenta de la estupidez que acababa de decir.
- Lo siento, TJ, pero es lo que pienso –
escupió, y me sujetó los hombros. Sus ojos del color del cielo se clavaron en
los míos, y por razones desconocidas, dejé inmediatamente de llorar -. No te
mereces lo que te ha hecho. No sabe el error que ha cometido. Ojalá se pudra en
el infierno – la última frase la pronunció entre dientes.
- ¿Qué he hecho mal? – pregunté,
inclinando la cabeza.
- Eh – Ryan tomó mi mentón con la mano y
lo alzó, obligándome a mirarle -. No es culpa tuya. Tú se lo has dado todo. Has
sido un novio estupendo, TJ. Puedes estar orgulloso de cómo la has tratado.
Eres el novio que cualquiera desearía tener.
Sus palabras hicieron que rompiera a
llorar de nuevo.
- ¡¿Entonces por qué me ha cambiado por
otro?!
Ryan se mordió el labio con una sonrisa y
negó varias veces con la cabeza. Me abrazó, y me reclinó suavemente contra su
pecho, acariciándome la cabeza.
- Creo que ahora no es el momento para
razonar contigo. Mañana hablamos con más calma, ¿vale? Ahora sólo te pido que
dejes de llorar.
Tenía razón. Todo yo era un hervidero de
emociones y alcohol. No era el mejor momento para intentar comprender nada.
Pero, aun así, no era tan fácil dejar de llorar. Realmente estaba dolido. Me
sentía una mierda, traicionado por la persona que más quería de la forma más
absurda y ridícula. Era como si me hubiesen atravesado el corazón con un arpón.
Sin embargo, el abrazo y las caricias de
Ryan me aliviaban y me consolaban. Tardé un buen rato en calmarme y en
transformar mi llanto en sollozos cortos y bajos, pero al menos lo había
conseguido. Llegó un momento en que cerré los ojos y me concentré en los
latidos de su corazón, sobre el cual descansaba la cabeza. Acompasé mi
respiración a ellos hasta que logré relajarme. Me gustaba cómo sus dedos
jugueteaban con mi pelo, y cómo su brazo me acariciaba cariñosamente la
espalda. Me hacía sentir bien, a gusto, incluso protegido. Sabía que, pasara lo
que pasara, Ryan permanecería a mi lado, y me daría su apoyo. Por mucho que
Andrea fuera una zorra desagradecida, Ryan nunca me abandonaría. Me sentí muy
agradecido por tener un amigo como él. En realidad, no sé qué habría sido de mí
si en ese momento no hubiese llegado a aparecer Ryan.
Me incorporé, y me sequé las lágrimas con
el dorso de la mano, tambaleándome un poco hacia los lados. Ryan me apartó las
manos de la cara, y se estiró la manga del pijama para secarlas él mismo. Cerré
los ojos y me dejé hacer.
- No llores más. No me gusta cuando
lloras. Te pones feo – comentó, medio en broma, medio en serio.
Abrí los ojos, y todo el alcohol que
llevaba encima habló por mí.
- Te quiero, Ryan – y no mentía. Le
quería muchísimo. Él era importante para mí. Pero nunca iba a reconocerlo
estando sobrio.
Ryan ladeó la cabeza y me dedicó una de
sus mejores sonrisas.
- Idiota. Yo también te quiero –
respondió, aunque su voz sonó algo distante. Como lamentando algo.
Tenía una sonrisa preciosa. Sus dientes
eran blancos y perfectos, y sus labios tenían un bonito color rosado. Además,
parecían suaves y agradables, ignorando el aro plateado que le perforaba el
labio inferior, que tenía aspecto de frío y duro. La boca de Ryan era
hipnótica.
Tan hipnótica, que sentí un
incomprensible deseo de besarla.
Sin darme demasiada cuenta de lo que
hacía o pretendía hacer, me acerqué a él, y posé mis manos sobre sus muslos,
buscando el equilibrio. Ryan se sobresaltó, retrocediendo un poco con el
cuerpo. En sus ojos, sus preciosos ojos azules, podía ver la confusión. Abrió
lentamente la boca y quiso decir algo, pero rápidamente la volvió a cerrar, sin
encontrar las palabras. Cerró los ojos, tomó aire, como si estuviera a punto de
acometer un gran esfuerzo; y cuando los abrió, los hundió en los míos. Pude
sentir una descarga eléctrica que recorrió mi espina dorsal de arriba abajo.
Sus ojos… sus ojos no eran de este mundo. Eran demasiado azules, y sus pestañas
eran demasiado negras.
Sus manos tomaron suavemente mi rostro, y
me acarició las mejillas con los pulgares. Su boca se acercó lentamente a la
mía, y no pude hacer otra cosa que cerrar los ojos y esperar. Nuestros labios
se rozaron, y el vello de la nuca se me erizó. Eran suaves, tal y como pensaba.
Ryan susurró algo que hizo temblar mis labios bajo los suyos, pero fui incapaz
de entenderlo. Su cálido aliento cayó sobre mis labios, y en ese momento mi
cerebro dejó de pensar.
Abrí la boca, y nuestras lenguas se
enredaron, como si se necesitaran la una a la otra. Sentí el tacto metálico del
piercing de Ryan en los labios. Era
frío, pero no me desagradaba, porque sus labios eran blandos y suaves. Le rodeé
el cuello con los brazos, y él hundió sus dedos en mi pelo.
Después de eso, no recuerdo nada más.
Lo primero que vi cuando abrí los ojos
fue una blancura inmensa y cegadora. Demasiado brillante. Me costaba mantener
los ojos abiertos. Tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme a tanta
luz y a tanto blanco. Era desagradable, y hacía que me doliera la cabeza.
Mi vista se acostumbró a ese escenario
desconocido, y distinguí lo que parecía un techo. Olía a aséptico por todas
partes, así que supuse que estaba en un hospital.
Un momento. ¿Un hospital? ¿Por qué? ¿Qué
había pasado?
Pero era muy extraño. No se veía a nadie
cerca. Ni siquiera se escuchaba el mínimo ruido. Ni el pitido de esos aparatos
que salen en las películas, ni enfermeras, nada. Todo estaba sumido en un
silencio desolador e incómodo.
Quise incorporarme, confuso, pero no
pude. Mis brazos y mis piernas estaban inmóviles. Al girar la cabeza hacia mi
brazo derecho, comprobé que estaba atado a la camilla por la muñeca con lo que
parecía una especie de grillete. Aunque forcejeara, no podía moverme. ¿Qué
demonios significaba esto? Eché un vistazo a mis piernas, y otro par de
grilletes negros rodeaban mis tobillos. También me di cuenta de que estaba
completamente desnudo.
¿Qué coño estaba pasando?
Entonces, sentí una espantosa sensación
de frío en el pecho, y cuando más o menos eché un vistazo por encima de la
barbilla, y lo que vi me dejó helado.
Tenía el pecho abierto como un libro.
Había sangre, carne y huesos por todas partes. El olor de la sangre me golpeó
la nariz de repente, y sentí que desfallecía. La vista se me nubló, y me
entraron unas fuertes ganas de vomitar.
Entonces, por primera vez, escuché un
sonido en esa especie de habitación en la que debía de encontrarme. Unos pasos.
Se acercaban a mí. Una figura se detuvo junto a la esquina de la camilla, justo
al lado de mi pie derecho. Todo estaba borroso, así que no distinguí nada más
que una mancha roja y blanca.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de
centrarme y de eliminar las náuseas de mi garganta. Al abrirlos, había
recuperado un poco la vista, y sentí cómo mi cuerpo era atravesado de arriba
abajo por una espada invisible.
Andrea me observaba a los pies de la cama
con una sonrisa torcida y ojos desorbitados. Tenía la boca manchada de sangre.
De lo que parecía ser mi sangre. Alzó el brazo izquierdo, cubierto de rojo
hasta el codo, y se llevó algo grande a la boca, mordiendo con ganas y
desagarrando un pedazo con los dientes. Un chorro de sangre espesa cayó al
suelo. Fue asqueroso.
Tuve que mirarme bien el pecho para
asegurarme de que no me había vuelto loco, y lo que vi me sacudió hasta el
punto de helarme. Efectivamente, ahí dentro faltaba algo.
Mi corazón. Andrea se estaba comiendo mi
corazón.
Grité.
Sentí que alguien me sujetaba por los
hombros y me hablaba, pero yo no hacía más que chillar. Estaba aterrorizado. La
imagen de Andrea devorando mi corazón me exaltó tanto que perdí la razón.
Gritaba, mientras las lágrimas me caían por las mejillas como cataratas y
alzaba los brazos en busca de ayuda.
Hasta que no oí mi nombre, no abrí los
ojos. Estaba oscuro, pero reconocí al instante mi habitación. Mi armario, mi
cama… Estaba en mi cuarto. Me tragué los gritos y las lágrimas, desorientado,
confuso e histérico.
Un momento. Si estaba en mi habitación,
¿quién me estaba hablando? Giré la cabeza, y vi a Ryan en la penumbra. Estaba
de rodillas sobre la cama, con los ojos fijos en mí. Su expresión se veía
apurada, y sus ojos brillaban de nerviosismo. Era extraño y divertido a la vez,
porque aún llevaba el disfraz de Pikachu puesto.
- ¿Estoy soñando…? – susurré, con el
corazón latiéndome en las sienes.
Me llevé la mano al pecho. Cerré los ojos
y me concentré. Sí, no lo había imaginado. Había latidos. Mi corazón seguía en
su sitio. Andrea no me lo había arrancado.
Rompí a llorar de nuevo. Ryan se recostó
a mi lado y me abrazó, rodeándome los hombros y apoyando mi cabeza sobre su
pecho. Estrujé su disfraz amarillo con las manos y hundí la cara en él,
tratando de silenciar el llanto. Los dedos de Ryan me recorrieron la espalda y
la nuca, consolándome. Se reclinó sobre mí y me susurró al oído que no pasaba
nada. Lo repitió varias veces con voz dulce y reconfortante.
Me concentré en sus palabras para
obligarme a dejar de llorar, hasta el punto en que me sumí de nuevo en la
negrura.
El sonido de unos nudillos en la puerta
me despertó, y me taladró el cerebro.
- ¿Thomas? Hijo, voy a entrar.
La puerta se abrió antes de poder
contestar, y mi padre pasó adentro. Me cubrí hasta la cabeza con las mantas,
gruñendo. Me encontraba francamente mal: me dolía la cabeza, estaba revuelto, y
la boca me sabía a alcohol.
La cama a mis pies se hundió por un nuevo
peso.
- ¿Cómo estás? – la voz de mi padre
sonaba preocupada. Me destapé y me senté rápidamente sobre la cama. Mala idea.
La cabeza me dio vueltas.
- ¿Me oíste llegar anoche? – pregunté,
aunque realmente no estaba muy seguro de cómo ni cuándo había vuelto a casa.
Mi padre se rascó la mejilla y soltó una
risita nerviosa.
- Era difícil no oírte, con esos gritos.
Me mordí el labio y bajé la mirada,
avergonzado hasta el punto de querer morirme.
- Lo siento mucho – murmuré -. Ayer pasó
algo, y…
- Lo sé, lo sé – me interrumpió -. Ryan
me lo contó.
Levanté la vista y abrí la boca,
perplejo. La cabeza me dio una sacudida, y me llevé las manos a las sienes.
- ¿Viste a Ryan?
- Fue él el que te trajo a casa – aclaró,
y volvió a rascarse la mejilla. Esa conversación le era tan incómoda a le como
a mí -. Pero no me dijo qué fue lo que sucedió exactamente.
- ¡¿Ryan me trajo a casa?! – mi cerebro
pensaba diez veces más despacio que el suyo, e iba razonando por partes.
- Así es – asintió -. Estaba muy
preocupado por ti. Incluso insistió para quedarse contigo toda la noche.
No fui capaz de digerir eso. ¿Qué se
quedó conmigo toda la noche? Es decir, ¿veló por mí mientras dormía?
Entonces… aquello que soñé sobre Ryan… no
fue un sueño.
Me eché hacia atrás sobre la pared y me
cubrí los ojos con el antebrazo. Maldito Martin… Jamás pensé que fuera a hacer algo así por mí. Idiota,
idiota. Cada vez estaba más convencido de que no me merecía el amigo que tenía.
Y hablando de él… Ryan y yo anoche nos…
Mi rostro enrojeció, orejas incluidas.
Dios. Sí que estaba de bourbon hasta
el culo. Debía llamarle enseguida y pedirle disculpas.
- Por cierto, ¿dónde está? – pregunté,
retirando el brazo de mi cara.
- Se marchó cuando yo me levanté. Parecía
agotado. Le invité a desayunar, pero dijo que no se encontraba bien y se fue.
Deberías llamarle esta tarde.
Eso iba a hacer. Era lo menos que podía
hacer.
- La que está aquí es Mina – anunció,
señalando la puerta con el pulgar -. Ha venido a ver cómo estabas. Dijo que
estaba preocupada porque no le respondías las llamadas.
¿Las llamadas? No me había sonado el
teléfono en toda la noche. Lo encontré sobre la mesa de noche, y estaba
apagado. Qué raro. No recordaba haberlo apagado. Quizás Ryan lo hizo para que
nadie me despertara.
- Espera, papá. ¿Qué hora es? – exclamé.
Él comprobó su reloj de pulsera.
- Las dos y media.
Dejé escapar un fuerte suspiro. Sin duda,
esa cogorza fue, si no la más grande que me había cogido en toda mi vida, casi
la más grande.
- Dile que ya bajo – farfullé, frotándome
los ojos.
Mi padre asintió, y dejó sobre la mesita
de noche un vaso de agua y una aspirina.
- Tómatela. La vas a necesitar – se levantó
de la cama, y añadió -. Luego hablamos.
Abandonó mi habitación, y me tomé mi
tiempo para tomarme la pastilla y salir de la cama. Sentía un dolor punzante en
la cabeza que no iba a irse tan fácilmente. Aunque, al menos, el vaso de agua
logró quitarme ese desagradable sabor a alcohol de la boca. Me metí en el baño
a orinar, y al bajarme los pantalones, me di cuenta de que llevaba puesto mi
pijama. Joder. ¿Ryan también me había puesto el pijama? Ese tío estaba loco.
Bajé las escaleras dando tumbos, y Mina,
que estaba sentada en el sofá frente al televisor apagado, se lanzó hacia mí al
verme. Tenía unas ojeras tan marcadas que parecían tatuajes.
- ¡TJ! ¿Cómo te encuentras? – preguntó,
con un tono una octava más alta -. Todos estábamos muy preocupados porque no
respondías a los mensajes.
- Lo siento – me rasqué la mejilla y
sonreí torpemente -. Tengo el móvil apagado.
Mina bufó, molesta, y se dejó caer sobre
el sofá.
- Eres imbécil. Te juro que pensé que
habías muerto.
- Lo siento, de verdad – me senté a su
lado, arrastrando las palabras, agotado -. Prometo que no lo volveré a hacer.
Mina me miró con ojos tristes, y cubrió
mis manos con las suyas.
- ¿Qué fue lo que te pasó anoche? Ryan no
ha querido darme detalles.
Se me hizo un nudo en la garganta, y mi
estómago me dio un vuelco. No quería recordarlo. No quería. Carraspeé un poco,
y traté de sonar convincente.
- Cosas mías. No me apetece hablar sobre
ello ahora… - musité.
- ¿Pero… bien o mal?
- Mal – puse los ojos en blanco -. Si no,
¿crees que habría acabado como acabé?
Mina se encogió de hombros y se mordió el
labio.
- Me asusté mucho cuando caíste encima de
mí – murmuró -. Nunca te había visto así.
- Lo sé, lo siento – me peiné el pelo
hacia atrás con los dedos, suspirando avergonzado -. Reconozco que se me fue de
las manos. En serio. No volveré a hacerlo, lo juro.
Miré a Mina a los ojos, tratando de
convencerla de que iba en serio. Al final, acabó relajando los hombros y la
expresión; y suspiró, resignada.
- Por favor, te lo pido. No quiero volver
a verte así nunca más – suplicó.
Dejé escapar una risilla.
- Créeme, yo tampoco me siento orgulloso.
Fíjate si iba hasta arriba, que Ryan y yo nos liamos. ¿Te lo puedes creer?
Mina frunció el ceño y abrió la boca,
confusa.
- ¿En serio?
- Totalmente. Entre su borrachera y la
mía, nos acabamos besando. Bueno… en realidad él me besó, y yo me dejé porque…
bueno, ya sabes. Alcohol – me encogí de hombros, y apreté los labios.
- TJ, creo que te estás equivocando –
ladeó la cabeza, aparentemente sin creer lo que le estaba contando.
- Eh… Creo que sé bastante bien lo que
pasó. Me acuerdo de eso. De eso, precisamente, sí.
Y de las otras chicas con las que me
enrollé también, pero preferí omitir ese detalle.
- Te equivocas – alegó, negando con la
cabeza -. Ryan es abstemio.
Mi cerebro resacoso tardó en captar esa
información.
- ¿… que Ryan es qué?
- Que no bebe alcohol – aclaró.
- ¡Ya sé qué significa! – exclamé,
levantando los brazos -. ¡Pero no es cierto! Le he visto más de una vez con una
copa
- Es Coca-Cola. Ryan no bebe nada de
alcohol. Una vez se cogió tal mierda que acabó en Ohio. Nunca supo cómo llegó
ahí. Desde ese día, no ha vuelto a probar ni gota.
¿Era verdad eso? Era cierto que siempre
le veía con un vaso lleno de algo marrón, pero siempre di por sentado que,
además de cola, había algo de alcohol: vodka, ron, algo de eso.
- ¿… entonces por qué…? – musité,
clavando los ojos en mis pies, completamente a cuadros.
- Venga ya, TJ – dijo, y me golpeó
levemente el hombro -. Si Ryan te besó, fue porque él quiso.
Sentí cómo el color se me iba del rostro,
y una gota de sudor frío me recorrió la nuca. Levanté la mirada, y hundí mis
ojos en los suyos, verde aceituna.
- ¿Qué coño significa eso, Mina? –
carraspeé, con las palmas de las manos sudorosas.
La aludida me observó confundida. Frunció
el ceño, y ladeó la cabeza, como si no acabara de comprender.
- ¿No lo sabías? Ryan es gay.
AY MI MADRE, LA QUE SE LÍA.
ResponderEliminarLA QUE SE LÍA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
MALDITA HIJA DE PERRA, ME DEJAS ASÍ AHORA Y SIN SABER CÓMO CONTINUA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Vale, vale, una vez pasada la crisis del cliffhanger, TE AMODORO ♥ ME HAS DEDICADO EL CAPI, Y ES UN CAPI CON MANDANGA ♥ T'AILOFYU!!!
Creo que no voy a decir nada que no sepas ya: adoro a TJ y a Ryan, me derrito al leer cada uno de sus encuentros, y Andrea es una inverecunda meretriz de moral laxa (y un poco mucho obvia) que merece muerte por empalamiento. Ya no sólo le engaña, sino que aún encima le hace esperar y le jode el día!! PUTA.
Tengo muchas, muchas, MUCHÍSIMAS ganas de que sigas escribiendo y ver a dónde va a llevar esto, y muchas, muchas, MUCHÍSIMAS ganas de poder dibujar lo que te prometí, aunque me siento muy mierdas por no poder hacerlo antes y no saber cuándo podré ;w; mi vida es inexistente en estos momentos...
Quizás algo negativo que comentar es que (puede que por mi ansia viva y necesidad de recreación) en ocasiones me ha parecido que iba todo mu rápido, quizá porque te sentiste presionada por terminar antes del 1 de enero... En otros capítulos me ha dado la impresión de que te detenías y recreabas más en algunas descripciones, y en este me ha faltado un poco. Pero joder, has escrito a contrarreloj Y HA HABIDO TEMA. POR FIN HAY BARRO.
En resumidas cuentas: TE QUIERO MUCHOOO, COMO LA TRUCHA AL TRUCHOOO, Y ME VAS A HACER SUFRIR ESTOS MESES, PERRA.
PD: kigurumi de pikachu en la patata!!! ♥♥♥ la imagen mental, por dios XD
OMGGGGGGGGGGGGGGG ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿ALGUIEN ME PUEDE EXPLICAR POR QUÉ NO ME DI CUENTA ANTES DE QUE HABÍAS SUBIDO ESTE CAPITULO??????????????
ResponderEliminarDIOS. MÍO. MUERO. DE. FEELS.
Voy a intentar relajarme, pero es que Dios, ha sido demasiado.
Primero, la escena del baño cuando TJ le invita a Ryan a dormir en su casa. ¿Hola Ryan? GRACIAS POR NO DISIMULAR Y ESAS COSAS QUE ME HACEN AMARTE.
Segundo, Andrea, piérdete. Si antes me caía mal ahora ya... No quiero ni verla. Pero no podemos olvidar que ha sido clave para que ocurra lo que tanto quería ver pasar.....
Al fin.
Un beso.
Ha sido perfecto. Mientras lo leía y veía como Ryan lo consolaba estaba muriendo de auténtico amor, y cuando se acercaba la escena del beso pensaba "seguro que TJ no lo besa...." Y zas, ahí está Ryan para cumplir mis deseos y ser él quien le besa a TJ. Y encima estuvo velando por él toda la noche... Incluso le puso el pijama. Puedo morir más de amor???
Y ya para acabar... Mina diciéndole un gran descubrimiento, LA verdad sobre Ryan....
Necesito saber ya qué va a opinar TJ sobre todo esto. Tengo miedo, porque ya en su momento dio su opinion respecto a los homosexuales, y aunque algo ha cambiado en su forma de opinar, sigue sin sentirse cómodo con ese tema.... Y yo no quiero ver cabreos entre esos dos ;; Sufro demasiado cuando pelean </3
Sigo diciendo que me encanta cómo escribes. Tu forma de redactar de verdad que me encanta.
Espero que actualices pronto, y que yo me entere antes..... No tengo perdón de dios, en serio.
Mil gracias por esta historia.
Un abrazo y mucho ánimo e inspiración para continuarla.
¡Hasta la próxima! ♥